jueves, 19 de enero de 2017

LA SAGRADA COMUNIÓN Y EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA - IV


CAPITULO 4
De la limpieza y puridad, no sólo de pecados mortales sino
 también de veniales e imperfecciones, con que nos hemos
 de llegar a la sagrada Comunión.

Tres cosas principales trataremos aquí: la primera, de la disposición y preparación que se requiere para llegar a recibir este divino Sacramento; la segunda, de lo que hemos de hacer después de haberle recibido y cuál ha de ser el hacimiento de gracias; la tercera, qué es el fruto y provecho que hemos de sacar de la sagrada Comunión. Y comenzando de lo primero: la disposición y preparación que para esto se requiere, es mucho mayor que para los demás sacramentos, porque cuanto son más excelentes los sacramentos, tanto piden mayor preparación y pureza para haberlos de recibir. Y así, algunos sacramentos hay que para recibirse dignamente basta tener dolor y arrepentimiento verdadero de los pecados, sin ser necesaria la confesión: mas este divino Sacramento es de tanta dignidad y excelencia, por estar en él encerrado el mismo Dios, que, además de lo dicho, pide otro Sacramento por disposición, que es el de la confesión, cuando precedió algún pecado mortal. De manera que no basta llegarse con dolor y contrición, sino es menester que preceda la confesión, como lo determinó el Concilio Tridentino conforme a aquello del Apóstol San Pablo (I Cor., II, 28): [Pruébese y examínese el hombre a sí mismo, y así coma de aquel pan y beba de aquel cáliz]. Las cuales palabras declara el Concilio de esta manera: Que es menester que vaya uno probado y examinado con el examen y juicio de la confesión. Esta disposición y preparación es necesaria a todos los cristianos so pena de pecado mortal, y basta ella para recibir gracia en el Sacramento. 

Mas, aunque sea verdad que por los pecados veniales y por otras faltas e imperfecciones que no llegan a pecado mortal, no pierde el hombre del todo el fruto de este santísimo Sacramento, sino que recibe aumento de gracia, como dicen los teólogos; pero pierde aquel fruto copioso y abundante de gracias y virtudes, y otros efectos admirables que suele él obrar en las almas más limpias y devotas. Porque, aunque los pecados veniales no quitan la caridad, amortiguan su fervor y disminuyen la devoción, que es la más propia disposición que para este divino Sacramento se requiere. Y así, si queremos participar el copioso fruto de que suelen gozar los que se llegan a comulgar como deben, es menester ir limpios, no sólo de pecados mortales, sino también de los veniales. Y así, el mismo Jesucristo nos enseñó esta disposición con aquel ejemplo de lavar los pies a sus discípulos antes de comulgados, dándonos a entender, como dice San Bernardo, la limpieza y puridad con que nos hemos de llegar a este santísimo Sacramento, no sólo de pecados mortales, sino también de veniales, que es el polvo que se nos suele pegar a los pies. 

San Dionisio Areopagita dicen que no sólo de los pecados veniales, sino también de las demás faltas e imperfecciones pide el Señor limpieza con este ejemplo: [Exige, dice, exquisita limpieza]. Y trae a este propósito aquella ceremonia santa que usa la Iglesia en la Misa, de lavarse el sacerdote las manos antes de ofrecer aquel sacrosanto sacrificio. Y pondera muy bien que no se lava todas las manos, sino solamente las extremidades de los dedos, para significar que no solamente hemos de ir limpios de los pecados graves, sino también de los ligeros y de las faltas e imperfecciones. Si allá Nabucodonosor mandó que escogiesen niños puros, limpios y hermosos (Dan., 1,4) para darles y mantenerles de los manjares de su mesa, ¡cuánta mayor razón será que para llegarnos a esta mesa real y divina vayamos con gran limpieza y puridad! Al fin, es Pan de ángeles, y así nos hemos de llegar a él con pureza de ángeles. 

Pedro Cluniacense cuenta de un sacerdote, en una parte de Alemania que llaman de los Teutones, que habiendo primero sido de buena y santa vida, después vino a caer miserablemente en cierto pecado deshonesto, y añadiendo pecados a pecados, se atrevía a llegar al altar y decir Misa sin haberse enmendado ni confesado; que éste suele ser engaño de algunos que han vivido bien, que cuando les acontece alguna cosa vergonzosa no se atreven a confesarla ni a dejar de comulgar, por no perder la opinión y crédito que antes tenían: ciégales la soberbia. Quiso Dios castigarle piadosamente como padre, con una cosa que le hizo abrir los ojos, y fue, que al tiempo de consumir, teniendo a Cristo en sus manos, se le desapareció de ellas; y de la misma manera el sanguis se desapareció del cáliz, quedando aquel día sin comulgar y no poco espantado. Eso mismo le acaeció otras dos veces en que quiso volver a decir Misa, por ver si Dios nuestro Señor mostraba la misma señal de indignación con él que la primera. Y con esto conoció cuán grandes eran sus pecados, y con cuánta razón tenía provocada contra sí la ira de Dios; y lleno de muchas lágrimas se fue a los pies de su obispo, y con gran sentimiento y dolor le contó lo que le había acaecido, confesó con él y recibió de su mano la penitencia que merecía, de ayunos, disciplinas y otras asperezas, en las cuales se ejercitó mucho tiempo sin atreverse a llegar a celebrar, hasta que su prelado y pastor se lo vino a mandar o dar licencia, cuando le pareció que ya había bastantemente satisfecho a Dios por sus pecados. Y fue cosa maravillosa la que le acaeció en la primera Misa que dijo: que después de haber dicho la mayor parte de ella con grandísimo sentimiento y lágrimas, queriendo consumir, súbita- mente se le aparecieron delante las tres hostias que antes por su indignidad se le habían desaparecido, y en el cáliz halló toda aquella cantidad del sanguis, queriendo con esta tan evidente señal mostrarle el Señor cómo ya sus pecados, eran perdonados. Quedó muy agradecido a esta misericordia del Señor, y con mucha alegría recibió también las tres hostias, y de allí adelante perseveró en muy perfecta vida. Eso caso, dice Pedro Cluniacense, que se lo contó el obispo de Claramonte delante de muchas personas, Cesario, en sus Diálogos, cuenta otro ejemplo semejante. 


EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS 
Padre Alonso Rodríguez, S.J.