sábado, 31 de diciembre de 2016

EL MATRIMONIO - MONS. LEFEBVRE



EL MATRIMONIO 

Pronto se cumplirán 20 años desde que Nuestro Santo Padre, el Papa Pío XI, escribiera en su memorable Encíclica Casti Connubi, estas palabras: “No es ya de un modo solapado ni en la oscuridad, sino que también en público, depuesto todo sentimiento de pudor, lo mismo de viva voz que por escrito, ya en la escena con representaciones de todo género, ya por medio de novelas, de cuentos amatorios y comedias, del cinematógrafo, de discursos radiados, en fin, de todos los inventos de la ciencia moderna, se conculca y se pone en ridículo la santidad del matrimonio, mientras que los divorcios, los adulterios y los vicios más torpes son ensalzados o al menos revestidos de tales colores que aparecen libres de toda culpa y de toda infamia (...) Estas doctrinas las inculcan a toda clase de hombres, ricos y pobres, obreros y patrones, doctos e ignorantes, solteros y casados, fieles e impíos, adultos y jóvenes, siendo a éstos principalmente, como más fáciles de seducir, a quienes ponen peores asechanzas”. Y agregaba el Papa Pío XI: “Nos, pues, a quien el Padre de familia puso por custodia de su campo, a quien urge el oficio sacrosanto de procurar que la buena semilla no sea sofocada por hierbas venenosas, juzgamos como a Nos dirigidas por el Espíritu Santo aquellas gravísimas palabras, con las cuales el Apóstol San Pablo exhortaba a su amado Timoteo: «Tú, en cambio, vigila, cumple tu ministerio, predica, insta oportuna e inoportunamente, arguye, suplica, increpa con toda paciencia y doctrina»“.

 Queridísimos hermanos, hemos creído hoy un deber hacer nuestras estas palabras. No pasan semanas, sino días, que no tengamos que deplorar el espectáculo de hogares desunidos, de uniones quebrantadas, cuya separación es más definitiva por otras uniones adúlteras, o que no tengamos que comprobar la ilegitimidad de uniones que se podría creer regulares. ¡Cuántos dramas de consciencia, cuántos dolores morales escondidos! 

Pero lo más grave, es la comprobación de una ignorancia inconcebible de las obligaciones del matrimonio, como si esta unión no dependiese más que de la voluntad humana, y que los derechos y deberes que derivan de ella no existiesen sino en la medida que los cónyuges lo deseen. O, si se conocen las leyes que rigen el matrimonio, no se entiende el rigor; y, frente a los numerosos ejemplos de aquellos que las violan, no se entiende que esta libertad no sea aceptada por la Iglesia como más conforme con el espíritu moderno. 

Con cuanta frecuencia, con ocasión del cuestionario que detalla las obligaciones del matrimonio, se escuchan reflexiones que testimonian un increíble desconocimiento de todo lo que este contrato tiene de grave y de sagrado. 

No es raro encontrar, incluso entre los que todavía tienen, gracias a Dios, una idea clara de la importancia y de la santidad del matrimonio, una indulgencia, o más exactamente una tolerancia benevolente para con las separaciones, para con las uniones libres, que no dejan de constituir un verdadero escándalo, sobre todo para la juventud. 

Con la asistencia al cine y a espectáculos que ofrecen todo aquello que es contrario a las buenas costumbres y a la santidad del matrimonio, termina por acostumbrarse a todo lo que tendría que ser mirado como un objeto de reprobación. 

Incluso en algunos hogares católicos, las conversaciones sobre estos temas son frecuentes y no revelan ninguna desaprobación, con gran daño para los jóvenes que las escuchan. No se teme introducir en el hogar revistas o novelas donde el matrimonio estable, indefectible, es ridiculizado en provecho de la unión egoísta y pasajera. 

Basta con ver con qué apresuramiento compran el Reader’s Digest, en el cual el matrimonio está siempre presentado bajo sus aspectos más materialistas. 

Este acostumbrarse los ámbitos católicos a las ideas falsas difundidas por los no católicos es gravemente nociva a la santidad del matrimonio. 

Cuántos hogares serían más dignos, más unidos, más apaciguados, si el esposo buscase la sana recreación en lugar de darse a la bebida, si la mujer fuese más modesta en lugar de entregarse a las vanidades. 

Frente a estas comprobaciones, queridísimos hermanos, hemos pensado que era urgente recordarles brevemente los principios eternos que rigen el matrimonio, indicando particularmente su origen y sus propiedades esenciales. 

1.- El Matrimonio, ¿es de origen humano o divino? 

“El matrimonio - dice nuestro Santo Padre Pío XI - no fue instituido ni restaurado por obra de hombres, sino por obra divina. No fue protegido, confirmado, ni elevado con leyes humanas, sino con leyes del mismo Dios, autor de la naturaleza, y de su restaurador, Cristo Señor Nuestro. Por lo tanto, sus leyes no pueden estar sujetas al arbitrio de ningún hombre, ni siquiera al acuerdo contrario con los mismos cónyuges (...) Mas, aunque el matrimonio sea de institución divina por su misma naturaleza, con todo, la voluntad humana tiene también en él su parte, y por cierto nobilísima, porque todo matrimonio, en cuanto que es unión conyugal entre un determinado hombre y una determinada mujer, no se realiza sin el libre consentimiento de ambos esposos (...) Es cierto que esta libertad no da más atribuciones a los cónyuges que las de determinarse o no a contraer matrimonio, y a contraerlo precisamente con tal o cual persona; pero la naturaleza del matrimonio está totalmente fuera de los límites de la libertad del hombre, de tal suerte que si alguien ha contraído ya matrimonio se halla sujeto a sus leyes y propiedades esenciales”.

De este modo, la unión santa del matrimonio verdadero está constituida en su conjunto por la voluntad divina y por la voluntad humana. De Dios vienen la institución misma del matrimonio, sus fines, sus leyes, sus vínculos; los hombres son autores de los matrimonios particulares a los cuales están ligados los deberes y los bienes establecidos por Dios. 

Tal es el verdadero origen del matrimonio como Dios lo ha querido desde toda la eternidad. Todo lo que los hombres puedan decir o escribir sobre este tema no cambiará nada a estas verdades enseñadas por la Iglesia. 

2.- ¿Cuáles son las propiedades del matrimonio? 

El sentido común, que es la expresión de la verdadera sabiduría, y las Sagradas Escrituras con la Tradición, nos enseñan que son dos: la unidad y la indisolubilidad. 

Estas dos propiedades, que descartan por una parte la presencia de una tercera persona en el matrimonio, y por otra parte la posibilidad de romper el vínculo establecido por el contrato concluido entre los dos cónyuges, encuentran su raíz profunda en la naturaleza humana establecida por Dios. La naturaleza misma del contrato matrimonial, la de constituir la sociedad familiar por la presencia de los hijos, exige absolutamente la unidad y la estabilidad perfecta del matrimonio. 

“La fidelidad conyugal y la procreación de los hijos - dice Santo Tomás - están implicados por el mismo consentimiento conyugal, y en consecuencia si, en el consentimiento que constituye el matrimonio, se formulase una condición que les fuese contraria, no habría verdadero matrimonio”. 

La unión conyugal une todo en un acuerdo íntimo; las almas más estrechamente que los cuerpos. 

El matrimonio contraído por dos almas que se dan una a la otra teniendo como perspectiva la eventualidad de una separación, es un mentís insolente dado a las más nobles aspiraciones que el corazón humano aporta en este acto solemne; es la contradicción llevada a lo más íntimo de dos corazones que se unen. Decir contradicción no es bastante; los pretendidos derechos del corazón a no ser irrevocablemente encadenado, no es otra cosa y no se pueden llamar de otra manera que cobardes necesidades del egoísmo. 

Admitir en el contrato matrimonial que se pueda quebrar el vínculo, no es sólo contrario a la naturaleza de la sociedad conyugal, contrario a la naturaleza humana, sino también y sobre todo, contrario al fin mismo del matrimonio, de la sociedad humana. 

¿Qué sucederá, en efecto, con los hijos, esos seres divididos, más tristes que los huérfanos, que sacan del afecto por su madre el odio para con su padre, y que aprenden de su padre a maldecir a su madre? ¿Puede concebir-se un contrato de matrimonio que admita la perspectiva de una semejante disociación de la familia y que haga pesar sobre los hijos la amenaza de una existencia herida para siempre en sus más profundos afectos? 

La unión querida, consentida, de dos seres humanos dotados de inteligencia y de voluntad para un fin como el matrimonio, que consiste en un don mutuo con el deseo de constituir una familia, no puede ser provisorio. 

Iluminados sobre la gravedad del contrato matrimonial por las luces de la razón, ¿cómo extrañarse que Nuestro Señor haya hecho de ese mismo consentimiento un signo sagrado, fuente abundante de gracias, un verdadero sacramento, cuyos ministros son los mismos cónyuges? 

Por su gracia, por su virtud todopoderosa, Nuestro Señor da a ese acto solemne la nobleza, la elevación que tuvo al origen. 

Cuando Nuestro Señor dio su verdadera perfección al matrimonio, cuando le confió una gracia particular, renovó el fundamento de la sociedad. De corrupta, de disuelta que era, la elevó y la purificó. 

“Lo que Dios ha unido - proclama Nuestro Señor - no lo separe el hombre”. 

“Todo hombre que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con una repudiada, comete adulterio”.

Estas palabras no dejan ninguna duda sobre la estabilidad necesaria del matrimonio.

 La Santa Iglesia siempre ha sido fiel a estas afirmaciones de Nuestro Señor, y su fe nunca ha cambiado, incluso al precio de los cismas más graves. 

El Concilio de Trento afirma: “Si alguno dijese que, por causa de herejía o por cohabitación molesta o por culpable ausencia del cónyuge, el vínculo del matrimonio puede disolverse, sea anatema”. 

Y todavía: “Si alguno dijese que la Iglesia yerra cuando enseñó y cuando enseña que, conforme a la doctrina evangélica y apostólica, no se puede desatar el vínculo del matrimonio por razón del adulterio de uno de los cónyuges; y que ninguno de los dos, ni siquiera el inocente, que no dio causa para el adulterio, puede contraer nuevo matrimonio mientras viva el otro cónyuge, y que adultera lo mismo el que después de repudiar a la adúltera se casa con otra, como la que después de repudiar al adúltero se casa con otro, sea anatema”. 

¡Cuánto debemos agradecer a la Iglesia por mantener por su doctrina una muralla infranqueable a los asaltos de aquellos que quieren arruinar la familia y la sociedad! 

Única guardiana de la verdad, ha conservado a los hogares una base inquebrantable. Esta es una prueba evidente de la santidad y la perennidad de la Iglesia. 

A todas estas enseñanzas de la razón, de las Sagradas Escrituras y de la Tradición, podríamos agregar las pruebas de la experiencia. Desde que la ley impía votada en 1884 en Francia ofreció la ilusión de una legalidad a las separaciones, éstas se han multiplicado a un ritmo siempre creciente, y con ellas todas las consecuencias de la inmoralidad, de la cual pueden testimoniar con abundancia los tribunales. 

Pero más que deplorar los efectos demasiados conocidos del olvido de la santidad del matrimonio, consideremos ahora lo que debemos hacer para restituirle toda su dignidad. 

Primero tenemos que meditar los designios de Dios sobre el matrimonio. Creador y Gobernador del Universo, Dios no ha hecho nada sin razón, y a toda criatura le ha dado leyes inscritas en la misma naturaleza con que la dotó. 

“Para que se obtenga la restauración universal y permanente del matrimonio - dice Nuestro Santo Padre el Papa Pío XI -, es de la mayor importancia que se instruya bien sobre el mismo a los fieles; y esto de palabra y por escrito, no rara vez y por encima, sino a menudo y con solidez, con razones profundas y claras (...) Que sepan y mediten con frecuencia cuán grande sabiduría, santidad y bondad mostró Dios hacia los hombres tanto al instituir el matrimonio como al protegerlo con leyes sagradas; y mucho más al elevarlo a la admirable dignidad de sacramento”. 

Pero, ¿de qué serviría este conocimiento del matrimonio, si los padres cristianos no preservasen a sus hijos de todo aquello que puede destruir en ellos una alta y santa idea de la unión de su padre y madre? 

Sobre este punto, ¡cuántos errores circulan aún en los ámbitos cristianos! Se preconizan nuevos métodos, en el sentido que se juzga bueno familiarizar al niño con la idea del vicio a fin de preservarlo de él con mayor seguridad. Sin embargo, ¿se inoculan vacunas para adultos en organismos jóvenes? Esto causa en esas almas muy impresionables un grave escándalo, muchas veces irreparable. 

En cuanto a la preparación próxima del matrimonio, dice una vez más Pío XI: “pertenece de una manera especial la elección del consorte, porque de aquí depende en gran parte la felicidad del futuro matrimonio (...) Para que no padezcan las consecuencias de una imprudente elección, deliberen seriamente los que desean casarse antes de elegir la persona con la que han de convivir para siempre, y en esta deliberación tengan presentes las consecuencias que se derivan del matrimonio, en orden en primer lugar, a la verdadera religión de Cristo, y además en orden a sí mismo, al otro cónyuge, a la futura prole y a la sociedad humana y civil. Imploren con asiduidad el auxilio divino, para que elijan según la prudencia cristiana, no llevados por el ímpetu ciego y sin freno de la pasión, ni solamente por razones de lucro o por otro motivo menos noble, sino guiados por un amor recto y verdadero y por un afecto leal hacia el futuro cónyuge, buscando además en el matrimonio aquellos fines por los que Dios lo ha instituido. No dejen, en fin, de pedir para dicha elección el prudente y tan estimable consejo de sus padres”. 

Pero todas las preparaciones, toda la ciencia del matrimonio y del matrimonio cristiano no tendrán eficacia para mantener las uniones en su santidad y fidelidad, si los esposos no se alimentan del Pan de los castos, el Pan de los fuertes. La Eucaristía, establece el equilibrio en la sensibilidad, templando el fuego devorador de nuestros deseos, disminuyendo el absolutismo de su tiranía, aumentando el imperio de la razón, de tal manera que, como dice San Pablo, “la vida de Jesucristo se manifieste en nuestros cuerpos”. 

En la unión con Nuestro Señor Jesucristo, en la atmósfera de la Sagrada Familia, es donde los esposos encontrarán el secreto de una unión estable y feliz, practicarán el sostén y la ayuda mutua cotidiana, ofrecerán a sus hijos y a la sociedad el ejemplo de una vida en la cual el cuerpo está sumiso a la razón, la razón al alma, y el alma a Dios, cumpliendo en ello, por la gracia de Jesucristo, los designios de Dios sobre la humanidad. 

Que gusten repetir esta frase de San Pablo: “que el Señor me revista del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”, esperando el día en que su unión, que habrá crecido con los años, encuentre en Dios su pleno desarrollo por la eternidad. 

Monseñor Marcel Lefebvre 
Carta Pastoral, Dakar,11 de febrero de 1950.

1º COMBATE DE "BOXEO ECUMENICO" PATROCINADO Y ARBRITADO POR FRANCISCO




Imagen de: opportune importune


viernes, 30 de diciembre de 2016

DIOS MUESTRA A SOR LUCIA DE FATIMA EN UNA TERRIBLE VISION EL GRAN CASTIGO




Las Carmelitas del Convento de Coímbra, Portugal, publicaron en el año 2013 una biografía de Sor Lucía de Fátima titulada, Un camino bajo la mirada de María, esta biografía tiene “documentos inéditos” entre ellos el siguiente relato de una terrible visión que tuvo Sor Lucía de Fátima sobre el Gran Castigo de Dios al mundo.

Hacia las 4 de la tarde del día 3 de enero de 1944 —relata Lucía—, mientras rezaba en la capilla del convento ante el Sagrario, “pedí a Jesús que me hiciese conocer cuál era su voluntad”, y con el rostro entre las manos esperaba alguna respuesta: “Sentí entonces que una mano amiga, afectuosa y materna, me toca el hombro. Levanto la mirada y veo a la querida Madre del Cielo”.

La Virgen le dice: “«No temas, quiso Dios probar tu obediencia, fe y humildad. Queda en paz y escribe lo que te mandan, pero no aquello que te es dado comprender de su significado»”. Le instruye guardar lo que irá a escribir en un sobre lacrado y anotar por fuera de este «que sólo puede ser abierto en 1960».

Enseguida, prosigue Lucía, “sentí el espíritu inundado por un misterio de luz que es Dios y en Él vi y oí: la punta de la lanza como llama que se desprende, toca el eje de la Tierra. Ella se estremece: montañas, ciudades, pueblos y aldeas con sus habitantes son sepultados. El mar, los ríos y las nubes salen de sus límites, desbordándose, inundando y arrastrando en un remolino, casas y gente en un número que no se puede contar, es la purificación del mundo, por el pecado en el cual está inmerso. – ¡El odio, la ambición, provocan la guerra destructora!

“– Después sentí en el palpitar acelerado del corazón y en mi espíritu el eco de una voz suave que decía: ‘En el tiempo, una sola fe, un solo bautismo, una sola Iglesia, Santa, Católica, Apostólica – En la eternidad, ¡el Cielo!’

“Esta palabra ‘Cielo’ llenó mi corazón de paz y felicidad, de tal forma que, casi sin darme cuenta, me quedé repitiendo por mucho tiempo: ’el Cielo, el Cielo’”.

Alentada por estas maravillosas palabras finales, Sor Lucía cobró fuerzas para escribir el Tercer Secreto, tal como la Virgen le había ordenado: “Apenas pasó la mayor fuerza de lo sobrenatural, fui a escribir y lo hice sin dificultad, el día 3 de enero de 1944, de rodillas apoyada sobre la cama que me sirvió de mesa. Ave María”. Así concluye el relato manuscrito de la visión.

(Un camino bajo la mirada de María, p. 267).


Obviamente ella escribió sólo lo que le fue revelado el 13 de julio de 1917 —el Tercer Secreto—, omitiendo, conforme las instrucciones que acabara de recibir de la Madre de Dios, cualquier referencia a esta nueva aparición.


martes, 27 de diciembre de 2016

NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO - VENERABLE MADRE AGREDA




Nace Cristo nuestro bien de María Virgen en Belén de Judea. 

468. El palacio que tenía prevenido el supremo Rey de los reyes y Señor de los señores para hospedar en el mundo a su eterno Hijo humanado para los hombres, era la más pobre y humilde choza o cueva, a donde María santísima y San José se retiraron despedidos de los hospicios y piedad natural de los mismos hombres, como queda dicho en el capítulo pasado. Era este lugar tan despreciado y contentible, que con estar la ciudad de Belén tan llena de forasteros que faltaban posadas en que habitar, con todo eso nadie se dignó de ocuparle ni bajar a él, porque era cierto no les competía ni les venía bien sino a los maestros de la humildad y pobreza, Cristo nuestro bien y su purísima Madre. Y por este medio les reservó para ellos la sabiduría del eterno Padre, consagrándole con los adornos de desnudez, soledad y pobreza por el primer templo de la luz y casa del verdadero Sol de Justicia (Mt 5, 48), que para los rectos de corazón había de nacer de la candidísima aurora María, en medio de las tinieblas de la noche —símbolo de las del pecado— que ocupaban todo el mundo. 

469. Entraron María santísima y San José en este prevenido hospicio, y con el resplandor que despedían los diez mil Ángeles que los acompañaban pudieron fácilmente reconocerle pobre y solo, como lo deseaban, con gran consuelo y lágrimas de alegría. Luego los dos santos peregrinos hincados de rodillas alabaron al Señor y le dieron gracias por aquel beneficio, que no ignoraban era dispuesto por los ocultos juicios de la eterna Sabiduría. De este gran sacramento estuvo más capaz la divina princesa María, porque en santificando con sus plantas aquella felicísima cuevecica, sintió una plenitud de júbilo interior que la elevó y vivificó toda, y pidió al Señor pagase con liberal mano a todos los vecinos de la ciudad que, despidiéndola de sus casas, la habían ocasionado tanto bien como en aquella humildísima choza la esperaba. Era toda de unos peñascos naturales y toscos, sin género de curiosidad ni artificio y tal que los hombres la juzgaron por conveniente para solo albergue de animales, pero el eterno Padre la tenía destinada para abrigo y habitación de su mismo Hijo. 

470. Los espíritus angélicos, que como milicia celestial guardaban a su Reina y Señora, se ordenaron en forma de escuadrones, como quien hacía cuerpo de guardia en el palacio real. Y en la forma corpórea y humana que tenían, se le manifestaban también al santo esposo José, que en aquella ocasión era conveniente gozase de este favor, así por aliviar su pena, viendo tan adornado y hermoso aquel pobre hospicio con las riquezas del cielo, como para aliviar y animar su corazón y levantarle más para los sucesos que prevenía el Señor aquella noche y en tan despreciado lugar. La gran Reina y Emperatriz del cielo, que ya estaba informada del misterio que se había de celebrar, determinó limpiar con sus manos aquella cueva que luego había de servir de trono real y propiciatorio sagrado, porque ni a ella le faltase ejercicio de humildad, ni a su Hijo unigénito aquel culto y reverencia que era el que en tal ocasión podía prevenirle por adorno de su templo. 

471. El santo esposo José, atento a la majestad de su divina esposa, que ella parece olvidaba en presencia de la humildad, la suplicó no le quitase a él aquel oficio que entonces le tocaba y, adelantándose, comenzó a limpiar el suelo y rincones de la cueva, aunque no por eso dejó de hacerlo juntamente con él la humilde Señora. Y porque estando los Santos Ángeles en forma humana visible —parece que, a nuestro entender, se hallaran corridos a vista de tan devota porfía y de la humildad de su Reina—, luego con emulación santa ayudaron a este ejercicio o, por mejor decir, en brevísimo espacio limpiaron y despejaron toda aquella caverna, dejándola aliñada y llena de fragancia. San José encendió fuego con el aderezo que para ello traía, y porque el frío era grande, se llegaron a él para recibir algún alivio, y del pobre sustento que llevaban comieron o cenaron con incomparable alegría de sus almas; aunque la Reina del cielo y tierra con la vecina hora de su divino parto estaba tan absorta y abstraída en el misterio, que nada comiera si no mediara la obediencia de su esposo.

472. Dieron gracias al Señor, como acostumbraban, después de haber comido; y deteniéndose un breve espacio en esto y en conferir los misterios del Verbo humanado, la prudentísima Virgen reconocía se le llegaba el parto felicísimo. Rogó a su esposo San José se recogiese a descansar y dormir un poco, porque ya la noche corría muy adelante. Obedeció el varón divino a su esposa y le pidió que también ella hiciese lo mismo, y para esto aliñó y previno con las ropas que traían un pesebre algo ancho, que estaba en el suelo de la cueva para servicio de los animales que en ella recogían. Y dejando a María santísima acomodada en este tálamo, se retiró el santo José a un rincón del portal, donde se puso en oración. Fue luego visitado del Espíritu divino y sintió una fuerza suavísima y extraordinaria con que fue arrebatado y elevado en un éxtasis altísimo, donde se le mostró todo lo que sucedió aquella noche en la cueva dichosa; porque no volvió a sus sentidos hasta que le llamó la divina esposa. Y este fue el sueño que allí recibió José, más alto y más feliz que el de Adán en el paraíso (Gen 2, 21). 

473. En el lugar que estaba la Reina de las criaturas fue al mismo tiempo, movida de un fuerte llamamiento del Altísimo con eficaz y dulce transformación que la levantó sobre todo lo criado y sintió nuevos efectos del poder divino, porque fue este éxtasis de los más raros y admirables de su vida santísima. Luego fue levantándose más con nuevos lumines y cualidades que le dio el Altísimo, de los que en otras ocasiones he declarado, para llegar a la visión clara de la divinidad. Con estas disposiciones se le corrió la cortina y vio intuitivamente al mismo Dios con tanta gloria y plenitud de ciencia, que todo entendimiento angélico y humano ni lo puede explicar, ni adecuadamente entender. Renovóse en ella la noticia de los misterios de la divinidad y humanidad santísima de su Hijo, que en otras visiones se le había dado, y de nuevo se le manifestaron otros secretos encerrados en aquel archivo inexhausto del divino pecho. Y yo no tengo bastantes, capaces y adecuados términos ni palabras para manifestar lo que de estos sacramentos he conocido con la luz divina; que su abundancia y fecundidad me hace pobre de razones. 

474. Declaróle el Altísimo a su Madre Virgen cómo era tiempo de salir al mundo de su virginal tálamo, y el modo cómo esto había de ser cumplido y ejecutado. Y conoció la prudentísima Señora en esta visión las razones y fines altísimos de tan admirables obras y sacramentos, así de parte del mismo Señor, como de lo que tocaba a las criaturas, para quien se ordenaban inmediatamente. Postróse ante el trono real de la divinidad y, dándole gloria y magnificencia, gracias y alabanzas por sí y las que todas las criaturas le debían por tan inefable misericordia y dignación de su inmenso amor, pidió a Su Majestad nueva luz y gracia para obrar dignamente en el servicio, obsequio, educación del Verbo humanado, que había de recibir en sus brazos y alimentar con su virginal leche. Ésta petición hizo la divina Madre con humildad profundísima, como quien entendía la alteza de tan nuevo sacramento, cual era el criar y tratar como madre a Dios hecho hombre, y porque se juzgaba indigna de tal oficio, para cuyo cumplimiento los supremos serafines eran insuficientes. Prudente y humildemente lo pensaba y pesaba la Madre de la sabiduría (Eclo 24, 24), y porque se humilló hasta el polvo y se deshizo toda en presencia del Altísimo, la levantó Su Majestad y de nuevo la dio título de Madre suya, y la mandó que como Madre legítima y verdadera ejercitase este oficio y ministerio: que le tratase como a Hijo del eterno Padre y juntamente Hijo de sus entrañas. Y todo se le pudo fiar a tal Madre, en que encierro todo lo que no puedo explicar con más palabras. 

475. Estuvo María santísima en este rapto y visión beatífica más de una hora inmediata a su divino parto; y al mismo tiempo que salía de ella y volvía en sus sentidos, reconoció y vio que el cuerpo del niño Dios se movía en su virginal vientre, soltándose y despidiéndose de aquel natural lugar donde había estado nueve meses, y se encaminaba a salir de aquel sagrado tálamo. Este movimiento del niño no sólo no causó en la Virgen Madre dolor y pena, como sucede a las demás hijas de Adán y Eva en sus partos, pero antes la renovó toda en júbilo y alegría incomparable, causando en su alma y cuerpo virgíneo efectos tan divinos y levantados, que sobrepujan y exceden a todo pensamiento criado. Quedó en el cuerpo tan espiritualizada, tan hermosa y refulgente, que no parecía criatura humana y terrena: el rostro despedía rayos de luz como un sol entre color encarnado bellísimo, el semblante gravísimo con admirable majestad y el afecto inflamado y fervoroso. Estaba puesta de rodillas en el pesebre, los ojos levantados al cielo, las manos juntas y llegadas al pecho, el espíritu elevado en la divinidad y toda ella deificada. Y con esta disposición, en el término de aquel divino rapto, dio al mundo la eminentísima Señora al Unigénito del Padre y suyo (Lc 2, 7) y nuestro Salvador Jesús, Dios y hombre verdadero, a la hora de media noche, día de domingo, y el año de la creación del mundo, que la Iglesia romana enseña, de cinco mil ciento noventa y nueve; que esta cuenta se me ha declarado es la cierta y verdadera. 

476. Otras circunstancias y condiciones de este divinísimo parto, aunque todos los fieles las suponen por milagrosas, pero como no tuvieron otros testigos más que a la misma Reina del cielo y sus cortesanos, no se pueden saber todas en particular, salvo las que el mismo Señor ha manifestado a su santa Iglesia en común, o a particulares almas por diversos modos. Y porque en esto creo hay alguna variedad, y la materia es altísima y en todo venerable, habiendo yo declarado a mis Prelados que me gobiernan lo que conocí de estos misterios para escribirlos, me ordenó la obediencia que de nuevo los consultase con la divina luz y preguntase a la Emperatriz del cielo, mi madre y maestra, y a los Santos Ángeles que me asisten y sueltan las dificultades que se me ofrecen, algunas particularidades que convenían a la mayor declaración del parto sacratísimo de María, Madre de Jesús, Redentor nuestro. Y habiendo cumplido con este mandato, volví a entender lo mismo, y me fue declarado que sucedió en la forma siguiente: 

477. En el término de la visión beatífica y rapto de la Madre siempre Virgen, que dejo declarado (Cf. supra n. 473), nació de ella el Sol de Justicia, Hijo del eterno Padre y suyo, limpio, hermosísimo, refulgente y puro, dejándola en su virginal entereza y pureza más divinizada y consagrada; porque no dividió, sino que penetró el virginal claustro, como los rayos del sol, que sin herir la vidriera cristalina, la penetra y deja más hermosa y refulgente. Y antes de explicar el modo milagroso como esto se ejecutó, digo que nació el niño Dios solo y puro, sin aquella túnica que llaman secundina en la que nacen comúnmente enredados los otros niños y están envueltos en ella en los vientres de sus madres. Y no me detengo en declarar la causa de donde pudo nacer y originarse el error que se ha introducido de lo contrario. Basta saber y suponer que en la generación del Verbo humanado y en su nacimiento, el brazo poderoso del Altísimo tomó y eligió de la naturaleza todo aquello que pertenecía a la verdad y sustancia de la generación humana, para que el Verbo hecho hombre verdadero, verdaderamente se llamase concebido, engendrado y nacido como hijo de la sustancia de su Madre siempre Virgen. Pero en las demás condiciones que no son de esencia, sino accidentales a la generación y natividad, no sólo se han de apartar de Cristo Señor nuestro y de su Madre santísima las que tienen relación y dependencia de la culpa original o actual, pero otras muchas que no derogan a la sustancia de la generación o nacimiento y en los mismos términos de la naturaleza contienen alguna impuridad o superfluidad no necesaria para que la Reina del cielo se llame Madre verdadera y Cristo Señor nuestro hijo suyo y que nació de ella. Porque ni estos efectos del pecado o naturaleza eran necesarios para la verdad de la humanidad santísima, ni tampoco para el oficio de Redentor o Maestro; y lo que no fue necesario para estos tres fines, y por otra parte redundaba en mayor excelencia de Cristo y de su Madre santísimos, ¿no se ha de negar a entrambos? Ni los milagros que para ello fueron necesarios se han de recatear con el Autor de la naturaleza y gracia y con la que fue su digna Madre, prevenida, adornada y siempre favorecida y hermoseada; que la divina diestra en todos tiempos la estuvo enriqueciendo de gracias y dones y se extendió con su poder a todo lo que en pura criatura fue posible. 

478. Conforme a esta verdad, no derogaba a la razón de madre verdadera que fuese virgen en concebir y parir por obra del Espíritu Santo, quedando siempre virgen. Y aunque sin culpa suya pudiera perder este privilegio la naturaleza, pero faltárale a la divina Madre tan rara y singular excelencia; y porque no estuviese y careciese de ella, se la concedió el poder de su Hijo santísimo. También pudiera nacer el niño Dios con aquella túnica o piel que los demás, pero esto no era necesario para nacer como hijo de su legítima Madre, y por esto no la sacó consigo del vientre virginal y materno, como tampoco pagó a la naturaleza este parto otras pensiones y tributos de menos pureza que contribuyen los demás por el orden común de nacer. El Verbo humanado no era justo que pasase por las leyes comunes de los hijos de Adán, antes era como consiguiente al milagroso modo de nacer, que fuese privilegiado y libre de todo lo que pudiera ser materia de corrupción o menos limpieza; y aquella túnica secundina no se había de corromper fuera del virginal vientre, por haber estado tan contigua o continua con su cuerpo santísimo y ser parte de la sangre y sustancia materna; ni tampoco era conveniente guardarla y conservarla, ni que la tocasen a ella las condiciones y privilegios que se le comunican al divino cuerpo, para salir penetrando el de su Madre santísima, como diré luego. Y el milagro con que se había de disponer de esta piel sagrada, si saliera del vientre, se pudo obrar mejor quedándose en él, sin salir fuera. 

479. Nació, pues, el niño Dios del tálamo virginal solo y sin otra cosa material o corporal que le acompañase, pero salió glorioso y transfigurado; porque la divinidad y sabiduría infinita dispuso y ordenó que la gloria del alma santísima redundase y se comunicase al cuerpo del niño Dios al tiempo del nacer, participando los dotes de gloria, como sucedió después en el Tabor (Mt 17, 2) en presencia de los tres Apóstoles. Y no fue necesaria esta maravilla para penetrar el claustro virginal y dejarle ileso en su virginal integridad, porque sin estos dotes pudiera Dios hacer otros milagros: que naciera el niño dejando virgen a la Madre, como lo dicen los doctores santos (S. Tomás, Summa, III, q. 28 a. 2 ad 2) que no conocieron otro misterio en esta natividad. Pero la voluntad divina fue que la beatísima Madre viese a su Hijo hombre-Dios la primera vez glorioso en el cuerpo para dos fines: el uno, que con la vista de aquel objeto divino la prudentísima Madre concibiese la reverencia altísima con que había de tratar a su Hijo, Dios y hombre verdadero; y aunque antes había sido informada de esto, con todo eso ordenó el Señor que por este medio como experimental se la infundiese nueva gracia, correspondiente a la experiencia que tomaba de la divina excelencia de su dulcísimo Hijo y de su majestad y grandeza; el segundo fin de esta maravilla fue como premio de la fidelidad y santidad de la divina Madre, para que sus ojos purísimos y castísimos, que a todo lo terreno se habían cerrado por el amor de su Hijo santísimo, le viesen luego en naciendo con tanta gloria y recibiesen aquel gozo y premio de su lealtad y fineza. 

480. El sagrado Evangelista San Lucas dice (Lc 2, 7) que la Madre Virgen, habiendo parido a su Hijo primogénito, le envolvió en paños y le reclinó en un pesebre. Y no declara quién le llevó a sus manos desde su virginal vientre, porque esto no pertenecía a su intento. Pero fueron ministros de esta acción los dos príncipes soberanos San Miguel y San Gabriel, que como asistían en forma humana corpórea al misterio, al punto que el Verbo humanado, penetrándose con su virtud por el tálamo virginal, salió a luz, en debida distancia le recibieron en sus manos con incomparable reverencia, y al modo que el Sacerdote propone al pueblo la Sagrada Hostia para que la adore, así estos dos celestiales ministros presentaron a los ojos de la divina Madre a su Hijo glorioso y refulgente. Todo esto sucedió en breve espacio. Y al punto que los santos Ángeles presentaron al niño Dios a su Madre, recíprocamente se miraron Hijo y Madre santísimos, hiriendo ella el corazón del dulce niño y quedando juntamente llevada y transformada en él. Y desde las manos de los dos santos príncipes habló el Príncipe celestial a su feliz Madre, y le dijo: Madre, asimílate a mí, que por el ser humano que me has dado quiero desde hoy darte otro nuevo ser de gracia más levantado, que siendo de pura criatura se asimile al mío, que soy Dios y hombre por imitación perfecta.— Respondió la prudentísima Madre: Trahe me post te, in odorem unguentorum tuorum curremos (Cant 1, 3). Llévame, Señor, tras de ti y correremos en el olor de tus ungüentos.—Aquí se cumplieron muchos de los ocultos misterios de los Cantares; y entre el niño Dios y su Madre Virgen pasaron otros de los divinos coloquios que allí se refieren, como: Mi amado para mí y yo para él (Cant 2,16), y se convierte para mí (Cant 7, 10). Atiende qué hermosa eres, amiga mía, y tus ojos son de paloma. Atiende qué hermoso eres, dilecto mío (Cant 1, 14-15); y otros muchos sacramentos que para referirlos sería necesario dilatar más de lo que es necesario este capítulo. 

481. Con las palabras que oyó María santísima de la boca de su Hijo dilectísimo juntamente le fueron patentes los actos interiores de su alma santísima unida a la divinidad, para que imitándolos se asimilase a él. Y este beneficio fue el mayor que recibió la fidelísima y dichosa Madre de su Hijo, hombre y Dios verdadero no sólo porque desde aquella hora fue continuo por toda su vida, pero porque fue el ejemplar vivo de donde ella copió la suya, con toda la similitud posible entre la que era pura criatura y Cristo hombre y Dios verdadero. Al mismo tiempo conoció y sintió la divina Señora la presencia de la Santísima Trinidad, y oyó la voz del Padre eterno que decía: Este es mi Hijo amado, en quien recibo grande agrado y complacencia (Mt 17, 5).—Y la prudentísima Madre, divinizada toda entre tan encumbrados sacramentos, respondió y dijo: Eterno Padre y Dios altísimo, Señor y Criador del universo, dadme de nuevo vuestra licencia y bendición para que con ella reciba en mis brazos al deseado de las gentes (Ag 2, 8), y enseñadme a cumplir en el ministerio de madre indigna y de esclava fiel vuestra divina voluntad.—Oyó luego una voz que le decía: Recibe a tu unigénito Hijo, imítale, críale y advierte que me lo has de sacrificar cuando yo te le pida. Aliméntale como madre y reverencíale como a tu verdadero Dios.—Respondió la divina Madre: Aquí está la hechura de vuestras divinas manos, adornadme de vuestra gracia para que vuestro Hijo y mi Dios me admita por su esclava; y dándome la suficiencia de vuestro gran poder, yo acierte en su servicio, y no sea atrevimiento que la humilde criatura tenga en sus manos y alimente con su leche a su mismo Señor y Criador. 

482. Acabados estos coloquios tan llenos de divinos misterios, el niño Dios suspendió el milagro o volvió a continuar el que suspendía los dotes y gloria de su cuerpo santísimo, quedando represada sólo en el alma, y se mostró sin ellos en su ser natural y pasible. Y en este estado le vio también su Madre purísima, y con profunda humildad y reverencia, adorándole en la postura que ella estaba de rodillas, le recibió de manos de los Santos Ángeles que le tenían. Y cuando le vio en las suyas, le habló y le dijo: Dulcísimo amor mío, lumbre de mis ojos y ser de mi alma, venid en hora buena al mundo, Sol de Justicia (Mal 4, 2), para desterrar las tinieblas del pecado y de la muerte. Dios verdadero de Dios verdadero, redimid a vuestros siervos, y vea toda carne a quien le trae la salud (Is 52, 10). Recibid para vuestro obsequio a vuestra esclava y suplid mi insuficiencia para serviros. Hacedme, Hijo mío, tal como queréis que sea con vos.— Luego se convirtió la prudentísima Madre a ofrecer su Unigénito al eterno Padre, y dijo: Altísimo Criador de todo el universo, aquí está el altar y el sacrificio aceptable a vuestros ojos. Desde esta hora, Señor mío, mirad al linaje humano con misericordia, y cuando merezcamos vuestra indignación, tiempo es de que se aplaque con vuestro Hijo y mío. Descanse ya la justicia, y magnifíquese vuestra misericordia, pues para esto se ha vestido el Verbo divino la similitud de la carne del pecado (Rom 8, 3) y se ha hecho hermano de los mortales y pecadores. Por este título los reconozco por hijos y pido con lo íntimo de mi corazón por ellos. Vos, Señor poderoso, me habéis hecho Madre de vuestro Unigénito sin merecerlo, porque esta dignidad es sobre todos merecimientos de criaturas, pero debo a los hombres en parte la ocasión que han dado a mi incomparable dicha, pues por ellos soy Madre del Verbo humanado pasible y Redentor de todos. No les negaré mi amor, mi cuidado y desvelo para su remedio. Recibid, eterno Dios, mis deseos y peticiones para lo que es de vuestro mismo agrado y voluntad. 

483. Convirtióse también la Madre de Misericordia a todos los mortales, y hablando con ellos dijo: Consuélense los afligidos, alégrense los desconsolados, levántense los caídos, pacifíquense los turbados, resuciten los muertos, letifíquense los justos, alégrense los santos, reciban nuevo júbilo los espíritus celestiales, alíviense los profetas y patriarcas del limbo y todas las generaciones alaben y magnifiquen al Señor que renovó sus maravillas. Venid, venid, pobres; llegad, párvulos, sin temor, que en mis manos tengo hecho cordero manso al que se llama león; al poderoso, flaco; al invencible, rendido. Venid por la vida, llegad por la salud, acercaos por el descanso eterno, que para todos le tengo y se os dará de balde y le comunicaré sin envidia. No queráis ser tardos y pesados de corazón, oh hijos de los hombres. Y vos, dulce bien de mi alma, dadme licencia para que reciba de vos aquel deseado ósculo de todas las criaturas. — Con esto la felicísima Madre aplicó sus divinos y castísimos labios a las caricias tiernas y amorosas del niño Dios, que las esperaba como Hijo suyo verdadero. 

484. Y sin dejarle de sus brazos, sirvió de altar y de sagrario donde los diez mil Ángeles en forma humana adoraron a su Criador hecho hombre. Y como la beatísima Trinidad asistía con especial modo al nacimiento del Verbo encarnado, quedó el cielo como desierto de sus moradores, porque toda aquella corte invisible se trasladó a la feliz cueva de Belén y adoró también a su Criador en hábito nuevo y peregrino. Y en su alabanza entonaron los Santos Ángeles aquel nuevo cántico: Gloria in excelsis Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis (Lc 2, 14). Y con dulcísima y sonora armonía le repitieron, admirados de las nuevas maravillas que veían puestas en ejecución y de la indecible prudencia, gracia, humildad y hermosura de una doncella tierna de quince años, depositaría y ministra digna de tales y tantos sacramentos. 

485. Ya era hora que la prudentísima y advertida Señora llamase a su fidelísimo esposo San José, que, como arriba dije (Cf. supra n. 472), estaba en divino éxtasis, donde conoció por revelación todos los misterios del sagrado parto que en aquella noche se celebraron. Pero convenía también que con los sentidos corporales viese y tratase, adorase y reverenciase al Verbo humanado, antes que otro alguno de los mortales, pues él solo era entre todos escogido para despensero fiel de tan alto sacramento. Volvió del éxtasis mediante la voluntad de su divina Esposa, y restituido en sus sentidos, lo primero que vio fue el niño Dios en los brazos de su virgen Madre, arrimado a su sagrado rostro y pecho. Allí le adoró con profundísima humildad y lágrimas. Besóle los pies con nuevo júbilo y admiración, que le arrebatara y disolviera la vida, si no le conservara la virtud divina, y los sentidos perdiera, si no fuera necesario usar de ellos en aquella ocasión. Luego que el santo José adoró al niño, la prudentísima Madre pidió licencia a su mismo Hijo para asentarse, que hasta entonces había estado de rodillas, y administrándole San José los fajos y pañales que traían, le envolvió en ellos con incomparable reverencia, devoción y aliño, y así empañado y fajado, con sabiduría divina le reclinó la misma Madre en el pesebre, como el Evangelista San Lucas dice (Lc 2, 7), aplicando algunas pajas y heno a una piedra, para acomodarle en el primer lecho que tuvo Dios hombre en la tierra fuera de los brazos de su Madre. Vino luego, por voluntad divina, de aquellos campos un buey con suma presteza, y entrando en la cueva se juntó al jumentillo que la misma Reina había llevado; y ella les mandó adorasen con la reverencia que podían y reconociesen a su Criador. Obedecieron los humildes animales al mandato de su Señora y se postraron ante el niño y con su aliento le calentaron y sirvieron con el obsequio que le negaron los hombres. Así estuvo Dios hecho hombre envuelto en paños, reclinado en el pesebre entre dos animales, y se cumplió milagrosamente la profecía: que conoció el buey a su dueño y el jumento al pesebre de su señor, y no lo conoció Israel, ni su pueblo tuvo inteligencia (Is 1, 3). 


Doctrina de la Reina María santísima. 

486. Hija mía, si los mortales tuvieran desocupado el corazón y sano juicio para considerar dignamente este gran sacramento de piedad que el Altísimo obró por ellos, poderosa fuera su memoria para reducirlos al camino de la vida y rendirlos al amor de su Criador y Reparador. Porque siendo los hombres capaces de razón, si de ella usaran con la dignidad y libertad que deben, ¿quién fuera tan insensible y duro que no se enterneciera y moviera a la vista de su Dios humanado y humillado a nacer pobre, despreciado, desconocido, en un pesebre entre animales brutos, sólo con el abrigo de una madre pobre y desechada de la estulticia y arrogancia del mundo? En presencia de tan alta sabiduría y misterio, ¿quién se atreverá a amar la vanidad y soberbia, que aborrece y condena el Criador de cielo y tierra con su ejemplo? Ni tampoco podrá aborrecer la humildad, pobreza y desnudez, que el mismo Señor amó y eligió para sí, enseñando el medio verdadero de la vida eterna. Pocos son los que se detienen a considerar esta verdad y ejemplo, y con tan fea ingratitud son pocos los que consiguen el fruto de tan grandes sacramentos.

487. Pero si la dignación de mi Hijo santísimo se ha mostrado tan liberal contigo en la ciencia y luz tan clara que te ha dado de estos admirables beneficios del linaje humano, considera bien, carísima, tu obligación y pondera cuánto y cómo debes obrar con la luz que recibes. Y para que correspondas a esta deuda, te advierto y exhorto de nuevo que olvides todo lo terreno y lo pierdas de vista y no quieras ni admitas otra cosa del mundo más de lo que te puede alejar y ocultar de él y de sus moradores, para que desnudo el corazón de todo afecto terreno, te dispongas para celebrar en él los misterios de la pobreza, humildad y amor de tu Dios humanado. Aprende de mi ejemplo la reverencia, temor y respeto con que le has de tratar, como yo lo hacía cuando le tenía en mis brazos; y ejecutarás esta doctrina cuando tú le recibas en tu pecho en el venerable Sacramento de la Eucaristía, donde está el mismo Dios y hombre verdadero que nació de mis entrañas. Y en este Sacramento le recibes y tienes realmente tan cerca, que está dentro de ti misma con la verdad que yo le trataba y tenía, aunque por otro modo. 

488. En esta reverencia y temor santo quiero que seas extremada, y que también adviertas y entiendas, que con la obra de entrar Dios sacramentado en tu pecho te dice lo mismo que a mí me dijo en aquellas razones: Que me asimilase a él, como lo has entendido y escrito. El bajar del cielo a la tierra, nacer en pobreza y humildad, vivir y morir en ella con tan raro ejemplo y enseñanza del desprecio del mundo y de sus engaños, y la ciencia que de estas obras te ha dado, señalándose contigo en alta y encumbrada inteligencia y penetración, todo esto ha de ser para ti una voz viva que debes oír con íntima atención de tu alma y escribirla en tu corazón, para que con discreción hagas propios los beneficios comunes y entiendas que de ti quiere mi Hijo santísimo y mi Señor los agradezcas y recibas, como si por ti (Gal 2, 20) sola hubiera bajado del cielo a redimirte y obrar todas las maravillas y doctrina que dejó en su Iglesia santa.

MISTICA CIUDAD DE DIOS 
VIDA DE LA VIRGEN MARÍA 
Venerable María de Jesús de Agreda 
Libro IV, Cap. 10.

FRANCISCO - VENCEREMOS




Imagen de: opportune importune

EL ESPIRITU DEL SINODO




Imagen tomada de: opportune importune

lunes, 26 de diciembre de 2016

RENCOR NAVIDEÑO


Ya decía mi abuela con su estilo palentino que el rencoroso, mejor en un foso. Solamente en ese lugar de aislamiento puede estar, recomiéndose de rabia y sin poder hacer nada contra nadie. También escuché alguna vez de labios de mi maestro de novicios que el rencoroso en invierno, mejor está en el infierno. Viene a ser lo mismo. Ignoro por qué tiene que ser en invierno; quizá tenga que ver con lo frío y sombrío que es este pecado. Por eso decía el Señor que en el infierno será el llanto y el rechinar de dientes. Odio eterno a Dios y todo lo que se le parezca. Rencor eterno.

Feo es el rencor en cualquier persona. Si algo no soporta Dios, es este vicio atroz, que al fin y al cabo cierra las puertas a una actitud de misericordia. Si alguien –supongamos-, se pasara la vida hablando de la misericordia y luego resultara un rencoroso redomado, probablemente habría que concluir que todo en él es falso. Porque si algo destruye la misericordia, es el rencor. Incluso cuando Dios castiga, lo hace por justicia. Nunca por rencor. Pero algunos humanos gozan impartiendo SU propia justicia, mientras hablan de la misericordia divina. Cosas del pecado original, digo yo.

En Navidad se disipan (aunque sea momentáneamente) todos los rencores. Todos se felicitan, todos se tratan con amabilidad. Incluso los no-creyentes -como ahora se suele decir-, actúan con estos sentimientos, por más que sean temporales. En todo caso, se dejan de lado durante estos días las hostilidades. Aunque sea a modo de pequeña tregua navideña, como en las guerras de antaño. Porque ha nacido el Redentor.

Estaba ayer en estos pensamientos en el pequeño rincón del claustro, donde se concentra el único rayo de sol del mediodía, cuando mi querido colega Fray Malaquías me informó del discurso que Francisco había dirigido a la Curia de Roma con motivo de la Navidad. Si no fuera porque ya estoy acostumbrado, me habría producido un chok de esos que dicen ahora. Pero por desgracia, el corazón se va habituando a los malos tiempos. Ha sido un discurso con pasajes en los que el rencor iba y venía, con mensajes mefíticos y una especie de ajuste de cuentas. Como en el viejo Chicago, pero con ametralladoras autoritarias y amenazantes.

A los que no estamos en los intríngulis de la política vaticana y en los altos puestos dirigentes de nuestra Madre la Iglesia, nos extraña que se aprovechen estos momentos navideños para soltar lastre y zahorra sobre los que piensan de modo distinto, pero dentro de la doctrina de siempre; para los que piden una aclaración ante sus legítimas dudas. Estacazo y tentetieso, para los que se limitan a preguntar y solicitar aclaraciones.

Contrasta con el bálsamo acariciante y aterciopelado, compresivo y temperado, que se manifiesta con los que niegan claramente la doctrina. Herejes palmarios y definidos a los que nada se reprocha. Uno de ellos, también ha aprovechado la Navidad para expeler sus excrementos teológicos sobre la Virginidad de María. Aún sigue en su puesto jesuítico, seguro de que nada pasará.

Estamos en Navidad. El Señor ha venido a traer la luz a un mundo en oscuridad. A despejar las dudas y las ambigüedades provocadas por los vándalos hodiernos. A clarificar el ambiente. A sanear lo que está podrido. A librarnos del pecado. Dios sí que responde a nuestras preguntas.

Ya lo dijo el anciano Simeón a Nuestra Señora: Este ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel y para signo de contradicción. Y de otro modo lo dijo también el propio Jesús refiriéndose a Sí mismo: Quien caiga sobre esta piedra se despedazará y al que le caiga encima lo aplastará.

Celebremos la Navidad sin rencores. Basta con que pidamos al Dios-Niño que guarde a Su Iglesia, la libre del error y no la deje caer en manos de sus enemigos.


sábado, 24 de diciembre de 2016

FELIZ Y SANTA NAVIDAD


Apostolado Eucarístico les desea a todos sus lectores y
amigos una Feliz y Santa Navidad.


miércoles, 21 de diciembre de 2016

FRANCISCO EL GRAN ECUMENISTA EN IMAGENES


Imagenes de Francisco "el Grande" haciendo proselitismo del ecumenismo y la apostasía, fiel al mandato de la "santa iglesia conciliar".
































Imágenes tomadas de: opportune importune

lunes, 19 de diciembre de 2016

LA AUDIENCIA DE MADRID INCITA A LOS ACTOS DE ODIO CONTRA LOS CATOLICOS: ABSUELVEN A RITA MAESTRE POR SU ASALTO A LA CAPILLA DE LA COMPLUTENSE


Rita Maestre, durante el asalto a la capilla.

AR/Agencias.- Un continuo goteo de casos alimenta en nosotros la sospecha de que atacar los símbolos del Catolicismo sale gratis a sus autores. La absolución de Rita Maestre deja poco lugar a la duda. Por llamar “cerdos” a los separatistas que pitaron el himno nacional en la final de Copa entre el Barcelona y el Athletic de Bilbao, la Liga de Fútbol Profesional propuso a éste que escribe la máxima sanción contemplada en el reglamento del citado organismo: sesenta mil euros. Por el asalto en 2011 a la capilla del campus de Somosaguas de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), la Audiencia Provincial de Madrid acaba de absolver a la portavoz del Ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre, del delito de ofensa a los sentimientos religiosos.

Por mucho menos nos habrían llevado a los tribunales con las peores acusaciones contempladas en nuestras normas partidarias. No es necesario esmerarse mucho para que se perciba la diferencia legal de trato dependiendo de la naturaleza religiosa del ofendido. Si alguien se atreviese a irrumpir violentamente en una mezquita musulmana o en una sinagoga judía, además de sufrir los rigores inquisitoriales de los medios progresistas y liberales, daría con sus huesos en la cárcel a las pocas horas.

Y es que la hostilidad contra los cristianos ha llegado a tales extremos de odio y saña masónica en Occidente, y muy especialmente en esta Europa vieja y moribunda, que hechos tan punibles como el asalto a una iglesia terminan siendo exonerados por los tribunales.

Me parece inexplicable el furor obsesivo contra el Cristianismo. No veo qué daño causan los símbolos de una fe que asiste a millones de personas y que ilustra nuestro paisaje histórico y emocional. No es cierto por tanto que el Estado español sea laico. Es abiertamente hostil a la Iglesia y a quienes están vinculados a ella.

No hay persecución en España comparable a la que sufren los católicos. Una persecución psicológica, similar a esos malos tratos por los que se lleva a los tribunales a algunos energúmenos y a ninguna mujer. Me pregunto si es hora de que cesen los maltratos psicológicos a los católicos. Y si el Estado no se preocupa de nosotros, si la casta política nos ignora, si los fundamentos legales y morales de nuestras sociedades proporcionan legitimidad a nuestros enemigos, me pregunto qué más tiene que pasar para que los católicos expresen su desafección total al sistema imperante.

En esta España tan enferma ya me tengo observado que no preocupamos a los legisladores, ni al Gobierno, ni a los altos estamentos institucionales, ni a los medios del pesebre. En vista de lo cual yo propongo que no nos preocupemos nosotros por los enemigos exteriores, ni por el derrumbe de la institución que sigue apelando al suicidio de su grey, ni por la salud económica de los detractores de nuestra fe en Cristo, ni por la vigencia del Estado de desecho, ni por los partidos que nos han conducido hasta aquí, ni por el porvenir de los ciudadanos que no pertenezcan a nuestro universo de valores, ni por las calamidades que inevitablemente habrán de sobrevenirles, y en paz.

Rita Maestre, absuelta

Rita Maestre, ante el juez


La Audiencia Provincial de Madrid ha absuelto a la portavoz del Ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre, del delito de ofensa a los sentimientos religiosos por el que había sido condenada a una multa de 4.320 euros por el asalto en 2011 a la capilla del campus de Somosaguas de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).

Así consta en una sentencia fechada hoy mismo y de la que es ponente Francisco David Cubero Flores, en la que los magistrados de la Sección 16 de la Audiencia madrileña estiman el recurso de apelación presentado por Maestre contra la resolución de 18 de marzo de 2016 del Juzgado de lo Penal número 6 de Madrid. Los hechos objeto del procedimiento se produjeron la mañana del 10 de marzo de 2011 cuando un grupo de personas accedieron a la capilla a las 11.30 horas, entre ellas Maestre. En el juicio, la concejal de Ahora Madrid afirmó ante el juez que «un torso desnudo» no era un gesto ofensivo, mientras que el fiscal sí entendía que su intención era ofender a los ánimos de los presentes.

La Audiencia madrileña manifiesta que «aunque en ciertos ámbitos» el acto de protesta en la capilla denunciado «puede ser valorado como claramente irrespetuoso» no concurre el «componente de profanación» exigible para aplicar el tipo penal impuesto en la condena. La sentencia de instancia fue recurrida en apelación por la defensa de Maestre mientras que la acusación particular que ejercía el Centro Jurídico Tomás Moro planteó la recusación de uno de los magistrados, en concreto del ponente por un supuesto vínculo con el Ayuntamiento madrileño. Finalmente, no salió adelante.

En concreto, el juez condenó a la edil madrileña a una multa de doce euros diarios durante doce meses por un delito de ofensa a los sentimientos religiosos, recogido en el artículo 524 del Código Penal.

Los magistrados de la Audiencia ordenan ahora que se revoque, en una decisión adoptada por unanimidad, la resolución del juzgado en el que se celebró el juicio. Y acuerdan absolver libremente a la interesada en una sentencia que ya es firme y contra la que, por tanto, no cabe la interposición de recurso alguno. Entre otros razonamientos jurídicos, los magistrados exponen que, tal y como establece el legislador, para que los hechos objeto de enjuiciamiento sean considerados delito «debe producirse un acto de profanación claro, directo, evidente y, por supuesto, físico, y no derivado del simple hecho de incumplir determinadas normas sociales, por mucho que ello pueda herir sentimientos religiosos de quienes profesan determinada religión».

Citando doctrina al respecto, se subraya que los magistrados comprenden que «en ciertos ámbitos este acto puede ser valorado como claramente irrespetuoso en cuanto que se considere altera el silencio y el respeto exigible en el interior de una capilla donde en ese momento varios feligreses se encontraban orando, pero ese componente de profanación exigible por el tipo a nuestro juicio no concurre».

Por todo ello, la Sala concluye que, «desde un punto de vista estrictamente técnico-jurídico, sin valoraciones ético-morales, no concurre elemento objetivo del tipo y que los hechos declarados probados no alcanzan a integrar un acto de profanación en sentido estricto» por lo que la apelante debe ser absuelta.