martes, 8 de noviembre de 2016

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XXXX) - Último Capitulo.


CAPÍTULO 40 
En que se confirma lo dicho con algunos ejemplos. 

Cuentan Severo Sulpicio, y Surio en la Vida de San Severino Abad, de un santo varón muy señalado en virtudes y milagros, que sanaba enfermos, echaba demonios de los cuerpos y hacia otras muchas maravillas, por lo cual acudían a él de todo el mundo y le venían a visitar señores de título y obispos, y tenían por gran dicha poder tocar sus vestiduras y que les echase su bendición. Con estas cosas sentía el Santo que se le comenzaba a entrar alguna vanidad en su corazón. Y viendo por una parte que no podía estorbar el concurso del pueblo, y por otra que no podía librarse de aquellos pensamientos de vanidad, se afligía mucho, y poniéndose un día en oración, pidió a nuestro Señor con mucha instancia que, para remedio de aquella tentación y para que él se conservase en humildad, permitiese su Majestad y diese licencia al demonio que entrase en su cuerpo por algún tiempo y le atormentase como a los otros endemoniados. Oyó Dios su oración y entra el demonio en él, y era cosa de espanto y admiración ver a aquel a quien solían poco antes traer los endemoniados para que los curase, atado con cadenas como furioso endemoniado, y ser así llevado a que hiciesen sobre él los exorcismos y todo lo demás que se suele hacer con los tales. Y estuvo así cinco meses, y al cabo de ellos, dice la historia que fue curado y no sólo del demonio que había entrado en su cuerpo, sino de la soberbia y vanidad que se le entraba en el alma. 

Surio cuenta otro ejemplo semejante: dice que el santo abad Severino tenía en su Monasterio tres monjes altivos, tocados de soberbia y vanidad. Les había avisado de ello y perseveraban en su falta. El Santo, con el deseo que tenía de verlos enmendados y humildes, pidió al Señor con lágrimas que los corrigiese y castigase de su mano con algún castigo que les humillase y enmendase; y antes que se levantase de la oración, permitió el Señor que tres demonios se apoderasen de ellos y los atormentasen reciamente, confesando a voces la soberbia e hinchazón de su corazón; castigo proporcionado a su culpa, que el espíritu de soberbia entrase y morase en sujetos soberbios y llenos de vanidad. Y porque veía el Señor que ninguna cosa tanto les humillaría, estuvieron así cuarenta días, y al cabo de ellos pidió el Santo al Señor los librase del poder del demonio, lo cual alcanzó y ellos quedaron sanos del cuerpo y alma, y bien humillados con este castigo del Señor. Cuenta Cesáreo que trajeron a un convento del Cister un endemoniado para ser sano. Salió el prior y llevó consigo a un religioso mozo de gran opinión de virtud, que sabía que era virgen. Y dijo el prior al demonio: «Si este monje te mandare salir, ¿osarás quedarte? Respondió el demonio: «No le temo, porque es soberbio.» 

Cuenta San Juan Climaco que una vez los demonios malvados comenzaron a sembrar ciertas alabanzas en el corazón de un fortísimo caballero de Cristo que corría a esta virtud de la humildad; mas él, movido por inspiración de Dios, halló un brevísimo atajo para vencer la malicia de estos espíritus perversos; y fue que escribió en la pared de su celda los nombres de algunas altísimas virtudes, conviene a saber: caridad perfecta, humildad profundísima, castidad angélica, oración purísima y altísima, y otras semejantes; y cuando aquellos malos pensamientos comenzaron a tentarle, respondía él a los demonios: Vamos a la prueba de estos, y leía todos aquellos títulos: Profundísima humildad: ésa no tengo yo; con profunda nos contentaríamos: aun no sé si hemos concluido con el primer grado. Caridad perfecta. Caridad, sí; pero no es muy perfecta, algunas veces hablo a mis hermanos alto y sacudidamente. Castidad angélica. No; que muchos malos pensamientos, y aun muchos malos movimientos siento en mí. Oración altísima. No; me duermo y distraigo mucho en ella. Y se decía a sí mismo: después que hubieres alcanzado todas esas virtudes, aún has de decir que eres siervo inútil y sin provecho, y que por tal has de te has de tener, conforme a aquellas palabras de Cristo nuestro Redentor (Lc., 17, 10): [Después que hubieres hecho todas las cosas que os son mandadas, decid: Siervos somos sin provecho]. Pues ahora que estáis tan lejos de eso, ¿qué serás? 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS 
Padre Alonso Rodríguez, S.J.