jueves, 26 de febrero de 2015

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XXVIII)

 

CAPÍTULO 28

Cómo hemos de traer examen particular 
de la virtud de la humildad 

El examen particular, como dijimos en su lugar, siempre se ha de hacer de una cosa sola, porque de esta manera es más eficaz este medio y de mayor efecto que si lo trajésemos de muchas cosas juntas; y se llama particular, porque se hace de una cosa sola. Y es de tanta importancia esto, que aun un vicio o una virtud, muchas veces, y aun lo más ordinario, es menester tomarla por partes y poco a poco para poder alcanzar lo que se desea. Pues así es en esta virtud; si queréis traer examen de desarraigar la soberbia de vuestro corazón y alcanzar la virtud de la humildad, no lo habéis de tomar en general porque la soberbia o la humildad comprende mucho, y si lo tornáis así a bulto o en general: No he de ser soberbio en nada, sino en todo humilde; es mucho examen y más que si lo trajerais de dos y tres cosas juntas, y así no haréis nada; sino lo habéis de tomar poco a poco, por partes. Mirad en qué soléis principalmente sentir falta de humildad y tener soberbia, y de eso comenzad; y en concluyendo con una cosa particular, tornad a pechos otra, y después otra, y de esa manera poco a poco iréis desarraigando de vos el vicio de la soberbia y alcanzando la virtud de la humildad. Pues estas cosas iremos ahora dividiendo y desmenuzando, para que así podamos hacer mejor y con más provecho el examen particular de esta virtud tan necesaria. 

Sea lo primero, de no hablar palabras que puedan redundar en nuestra alabanza y estima. Como nos es natural este apetito de honra y estimación, y le tenemos tan arraigado en el corazón, casi sin sentir ni advertir en ello, se nos va la lengua a decir palabras que puedan redundar en nuestro loor, directa o indirectamente (Mt., 12, 34): [porque de la abundancia del corazón habla boca]. En ofreciéndose alguna cosa honrosa, luego nos querríamos hacer parte en ella: Yo me hallé allí y aun fui en que se hiciese así; si no fuera por mí, etc. Desde el principio se me ofreció a mí aquello. Yo aseguro que si la cosa fuera no tal, que aunque os hubierais hallado y sido parte en ella, que lo callarais. Y a este modo hay otras palabras que muchas veces no echamos de ver hasta después que las hemos dicho; y así es muy bueno traer examen particular de esto, para que en esa advertencia y costumbre buena quitemos esa otra mala y casi connatural que tenemos. 

Lo segundo sea lo que nos avisa San Basilio y es también de los Santos Jerónimo, Agustino y Bernardo, que no oigamos de buena gana que otro nos alabe y diga bien de nosotros; porque en esto hay también grande peligro. Dice San Ambrosio que cuando el demonio no nos puede derribar con pusilanimidad y desmayo, procura derribamos con presunción y soberbia; y cuando no nos puede derribar con deshonra, trata de que nos honren y alaben para derrocarnos por allí. Del bienaventurado San Pacomio se cuenta en su Vida que solía salir del monasterio e irse a partes más solitarias a orar, y cuando volvía, muchas veces venían los demonios; y como cuando viene un gran ejército con un capitán con grande acompañamiento, iban delante, haciendo mucho estruendo, y como que hacían lugar y quitaban los impedimentos, iban diciendo: «Apartad, apartad, haced lugar, haced lugar, que viene el Santo, que viene el siervo de Dios», para ver si podían por ahí levantarle y ensoberbecerle; y él se reía y hacía burla de ellos. Pues hacedlo vos así cuando oyereis que os alaban, o cuando vinieren pensamientos de vuestra estima. Haced cuenta que oís al demonio que os dice esas cosas, y reíos y haced burla de él, y así os libraréis de esa tentación. 

San Juan Clímaco cuenta una cosa muy particular acerca de esto. Dice que una vez el demonio descubrió a un monje los pensamientos malos con que combatía otro, para que oyendo el combatido de la boca del otro lo que pasaba en su corazón, le tuviese por profeta y le alabase y predicase por santo, y así se ensoberbeciese. De donde se verá cuánto estima el demonio que entre en nosotros esta soberbia y complacencia vana, pues con tantos ardides y mañas lo procura. Y así dice San Jerónimo: «Guardaos de las sirenas del mar, que encantan los hombres y les hacen perder el juicio». Es tan dulce música y tan suave a nuestros oídos la de las alabanzas de los hombres, que no hay sirenas que así encanten y hagan a uno salir de sí, y por eso es menester hacernos sordos y tapar los oídos. San Juan Clímaco dice que cuando nos alaban pongamos delante nuestros pecados, y nos hallaremos indignos de las alabanzas que nos dan, y así sacaremos de ellas más humildad y confusión. Pues esta puede ser la segunda cosa de que se puede traer examen particular, de no holgaros que otro os alabe y diga bien de vos. Y con ésta se puede juntar el holgaros cuando alaban y dicen bien de otro, que es otra cosa particular de mucha importancia. Y cuando tuviereis algún sentimiento o movimiento de envidia de que alaban y dicen bien de otro, o alguna complacencia o contentamiento vano de que dicen bien de vos apuntadlo por falta. 

La tercera cosa de que podemos traer examen particular es de no hacer cosa alguna por ser vistos y estimados de los hombres, que es lo que nos avisa Cristo nuestro Redentor en el Evangelio (Mt., 6, 1): [Guardaos no hagáis vuestras obras buenas delante de los hombres para ser vistos de ellos; de otra manera, no tendría galardón de vuestro Padre, que está en los Cielos.] Este es un examen muy provechoso y se puede dividir en muchas partes; primero se puede traer de no hacer las cosas por respetos humanos; y después de hacerlas puramente por Dios; y después de hacerlas muy bien hechas, como quien las hace delante de Dios, y como quien sirve a Dios y no a hombres, hasta llegar a hacer las obras de tal manera, que más parezca que estamos en ellas amando que obrando, como dijimos largamente tratando de la rectitud y puridad de intención que hemos de tener en las obras. 

La cuarta cosa de que podemos traer examen particular es de no nos excusar; porque también nace de soberbia, que, en haciendo la falta o en diciéndonosla, luego la queremos excusar, y sin sentir echamos una excusa tras otra; y aun de habernos excusado querernos luego dar otra excusa [para excusar las excusas en los pecados] (Sal., 140, 4). San Gregorio sobre aquellas palabras de Job (31, 33): [Si escondí como hombre mi pecado, y encubrí en mi seno mi maldad], pondera muy bien aquél como hombre; dice que es muy propio del hombre querer encubrir y excusar su pecado, porque nos viene de casta ese vicio, y le heredamos de nuestros primeros padres. En pecando que pecó el primer hombre, luego se fue a esconder entre los árboles del Paraíso; y reprendiéndole Dios de su desobediencia, luego se excusó con la mujer (Gen., 3, 12): Señor, la mujer que me disteis por compañera me hizo comer. Y la mujer se excusó con la serpiente: [La serpiente me engañó y comí.] Les pregunta Dios de su pecado, para que conociéndole y confesándole alcanzasen perdón de él. Y así, dice San Gregorio, no preguntó a la serpiente, porque a ésa no la había de perdonar. Y ellos, en lugar de humillarse y conocer su pecado para alcanzar perdón, le acrecientan y hacen mayor excusándole, y aun queriendo en alguna manera echar la culpa a Dios: Señor, la mujer que Vos me disteis fue causa de esto; como si dijera: Si Vos no me la hubieseis dado por compañera, no hubiera nada de esto. La serpiente que Vos criasteis y dejasteis entrar en el Paraíso, ésa me engañó; que si Vos no la hubieseis dejado entrar acá, no pecara yo. 

Dice San Gregorio: Como habían oído de la boca del demonio que serían semejantes a Dios, ya que ellos no pudieron ser semejantes a Él en la divinidad, le quisieron hacer semejante a sí en la culpa, y así la hacen mayor defendiéndola que había sido cometiéndola. Pues como hijos que somos de tales padres, al fin como hombres, nos quedamos con esta enfermedad y con este vicio y mala costumbre, que en reprendiéndonos por alguna falta, luego la queremos encubrir con excusas, como debajo de unas hojas y ramas. Y algunas veces no se contenta uno con excusar a sí, sino quiere echar la culpa a otros. 

Compara un Santo a los que se excusan al erizo, que cuando siente que le quieren tomar o tocar, encoge con grandísima velocidad la cabeza y los pies, y queda por todas partes rodeado de espinas, hecho una bola, que no le podréis tomar ni tocar sin punzaros primero. De esta manera, dice este Santo, son los que se excusan, que si los queréis tocar y les decís la falta que hicieron, luego se defienden como el erizo. Y unas veces os punzarán a vos, dándoos a entender que también vos habéis menester aquello; otras, diciéndoos que también hay regla que no reprenda uno a otro; otras, diciendo que otros hacen mayores faltas y se disimulan. Llegaos a tocar el erizo y veréis si punza. Todo esto nace de la mucha soberbia que tenemos, que no querríamos que se supiesen nuestras faltas, ni ser tenidos por defectuosos; y más nos pesa de que se sepan y de la estima que por ello perdemos, que de haberlas hecho, y así las procuramos encubrir y excusar cuanto podemos. Y hay algunos tan inmortificados en esto, que aun antes que les digan nada, ellos previenen y se excusan, y quieren dar razón de lo que les pueden oponer: Si hice aquello fue por esto, y si hice lo otro fue por esto otro. ¿Quién os pica ahora, que así saltáis? El estímulo y aguijón de la soberbia que tienen allá dentro en la entrañas, ese les pica y les hace saltar con eso, aun antes de tiempo. 

Pues el que sintiere en sí este vicio y mala costumbre, será bien traer examen particular de ello, hasta que no os venga gana de encubrir vuestra falta, sino que antes os holguéis ya que la hicisteis, de que os tengan por defectuoso, en recompensa y satisfacción de ella. Y aunque no hayáis hecho la falta y os reprendan por ella, no os excuséis: que cuando el superior quisiere saber la causa o razón que tuvisteis para hacer aquello, él la sabrá preguntar; y por ventura la sabe ya, sino que quiere probar vuestra humildad y ver cómo tomáis la reprensión y el aviso. 

Lo quinto, es también buen examen el de cortar y cercenar pensamientos de soberbia. Es uno tan soberbio y vano, que le vienen muchos pensamientos vanos y altivos, imaginándose en puestos altos y en tales ministerios: ya os halláis predicando en vuestra tierra con grande aceptación e imaginando que hacéis mucho fruto; ya os halláis leyendo o disputando en tales conclusiones con gran aplauso de los circunstantes, o en otras cosas semejantes. Todo esto nace de la soberbia grande que tenemos, que está brotando y reventando en esos pensamientos; y así es muy bueno traer examen particular de cercenar cortar luego estos pensamientos altivos y vanos, como lo es también de atajar y cortar luego los pensamientos deshonestos y de juicios y de otro cualquier vicio de que uno es molestado. 

Lo sexto, será también buen examen de tenerlos a todos por superiores, conforme a lo que nos dice nuestra regla: Que nos animemos a la humildad, procurando y deseando dar ventaja a los otros, estimándolos en nuestra ánima a todos, como si nos fuesen superiores, y exteriormente teniéndoles el respeto y reverencia que sufre el estado de cada uno, con llaneza y simplicidad religiosa; que es tomada del Apóstol (Filip., 2, 3; Rom., 12, 10). Aunque en lo exterior haya de haber diferencia, conforme a los estados y personas; pero cuanto a la humildad verdadera e interior de nuestra ánima, quiere nuestro Padre que, así como llamó mínima a esta Compañía y Religión, así cada uno de ella se tenga por el mínimo de todos, y que a todos los tenga por superiores y mejores. Pues éste será muy buen examen y muy provechoso, con tal que esto no sea solamente especulación, sino que en la práctica y ejercicio procuréis haberos con todos con aquella humildad y respeto como si os fuesen superiores. Porque si vos tenéis al otro por superior, no le hablaréis con libertad ni aspereza, y mucho menos palabras que le puedan lastimar o mortificar, ni le juzgaréis tan fácilmente, ni os sentiréis de que él os trate o hable de esta u otra manera; y así, todas estas cosas habéis de notar y apuntar por faltas cuando traéis examen de esto. 

La séptima cosa de que podemos traer examen particular en esta materia es de llevar bien todas las ocasiones que se os ofrecieren de humildad. Soléis os sentir cuando el otro os dice la palabrilla, o cuando os mandan con resolución o con imperio, o cuando os parece que no hacen tanto caso de vos como de los otros. Traed examen de llevar bien ésas y las demás ocasiones que se os ofrecieren, que pueden redundar en estima vuestra. Este es un examen de los propios y provechosos que podemos traer para alcanzar la virtud de la humildad; porque fuera de irnos en esto previniendo para todo lo que se nos ofrece y hemos menester entre día, podemos en este examen ir creciendo y subiendo por aquellos tres grados que pusimos en la virtud. Primero, podéis traer examen de llevar todas esas cosas con paciencia; después, llevarlas con prontitud y facilidad, hasta que no reparéis ni hagáis caso de nada de eso; después, lo podéis traer de llevarlas con alegría y holgaros en vuestro desprecio, en que dijimos consistía la perfección de la humildad. 

Lo octavo de que puede uno traer examen particular, así en esta materia como en otras semejantes, es de hacer algunos actos y ejercicios de humildad, u otra virtud de que trajere examen, así interiores como exteriores, actuándose en aquello tantas veces a la mañana y tantas a la tarde, comenzando con menos actos y yendo añadiendo más, hasta que vaya ganando hábito y costumbre de aquella virtud. De esta manera, divididos los enemigos, y tomando a cada uno por sí, se vence mejor y se alcanza más brevemente lo que se desea. 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y  
VIRTUDES CRISTIANAS. 
Padre Alonso Rodríguez, S.J. 

miércoles, 25 de febrero de 2015

MILAGROS EUCARÍSTICOS - 29


UNA VISITA DEL NIÑO JESÚS
Año 1903, S. Martín de Manzaneda (España)

La Misión que los Padres Redentoristas predicaban en San Martín de Manzaneda, hasta entonces no muy concurrida, llegaba ya a su término.

El día 20 de abril del año 1903, era el señalado para la función de "Desagravios" o acto solemne de contrición delante de Jesús Sacramentado. La gente acudió puntual y en gran número, atraída, sobre todo, por el alumbrado que, en forma de pórtico o arco triunfal, habían preparado los Padres en el altar mayor para la exposición del Santísimo Sacramento. 

Según la voz pública refiere, estando el Padre Mariscal con el pueblo haciendo el acto de desagravio, después del sermón, el auditorio se puso repentinamente de pie como deseando ver mejor alguna cosa que aparecía sobre el altar, en el lugar mismo ocupado por el sagrado viril. El predicador mandó que se hincaran de rodillas y prosiguió hablando.

Una vocecita de niña se oyó en medio del silencio que entonces reinaba. Era una niña de siete años llamada Eudoxia Vega, del lugar de Escondido, que decía en gallego, a su madre: "Eu quero ver o neno, eu quero ver o neno".

El P. Mariscal exponía a la sazón aquellas palabras de Isaías: "Todo el día estoy con mis brazos extendidos hacia mi pueblo, que no cree en Mí y que me contradice continuamente". Muchos niños, niñas y mayores de edad, entre quienes se cuenta el señor cura párroco, D. Pedro Rodríguez, afirman que vieron entonces sobre el altar, en el lugar mismo de la sagrada Hostia, un Niño hermosísimo, como de unos siete a ocho años, vestido de túnica blanca y con los brazos extendidos hacia el pueblo, como si quisiese dar a todos un abrazo.

Una de las niñas, llamada Luisa Arias, reparó en que el Niño tenía una gran herida en el costado, a la que se aplicó la mano derecha, como para detener así la sangre que de ella corría.

El señor Cura, que hacía de preste en la función y estaba arrodillado al pie del altar, afirma haber visto al Niño Jesús, con los brazos no sólo extendidos, sino realmente clavadas las manos en una cruz con el pecho abierto y asomando por la herida el corazón; ofreciéndose a confirmar lo dicho con juramento solemne. Afirma, además, que al querer colocar en el copón la santa Hostia, cuando hubo llegado ya el momento y poseído de un gran temor por lo que acababa de ver hasta aquel instante, no se atrevía a tocar las sagradas especies. Entonces se vio a la sacrosanta Hostia, que animada de un movimiento propio, desde la "lúnula" del viril se entró por sí misma en el copón.

Los efectos saludables que obró la celestial visita del Niño Jesús en el pueblo de Manzaneda se hicieron sensibles desde el mismo día. La Misión cambió de aspecto, se hicieron reparaciones de todo género; y donde se notaba antes una frialdad glacial, comenzó a sentirse un extraordinario fervor.

El día de la Comunión general duró ésta desde las seis hasta las nueve y media de la mañana, efecto de que los pueblos comarcados atraídos por la fama del prodigio venían a San Martín, deseosos de participar del Cuerpo del Señor en donde se había mostrado tan amoroso y complaciente.

Para satisfacer a la piedad del pueblo que se cree favorecido con tan extraordinaria visita del Señor, en la cruz de Misión que se colocó el 27 de abril, grabose un Niño Jesús con los brazos extendidos, encima de un cáliz dorado, rodeado de resplandores.

(La Luz de Astorga y prensa católica de España 
del mes de abril de 1903.)

P. Manuel Traval y Roset

sábado, 21 de febrero de 2015

MILAGROS Y PRODIGIOS DEL SANTO ESCAPULARIO DEL CARMEN - 37


MILAGROS OBRADOS POR EL ESCAPULARIO CON EL CAPITÁN GÓMEZ SALAS

Mérida, la antiquísima y monumental Emérita Augusta, capital un día de la Lusitania, donde los emperadores romanos grabaron con sello indeleble los rasgos de su esplendor y magnificencia, se vio sujeta también, como tantas ciudades de España, a la tiranía feroz del marxismo.

Por ventura y dicha de sus moradores y para honor y gloria de la auténtica España, poco tiempo el feroz moscovita pudo sojuzgar, con el látigo de su tiranía, a esta reina de la antigüedad, que llevó uncido a la carroza de sus triunfos a los guerreros y emperadores más famosos.

Apenas iniciado el glorioso Movimiento salvador, Mérida sintió el despotismo y la tiranía brutal de un comité compuesto de indeseables e irresponsables, que hicieron sentir a sus pacíficos vecinos la zarpa del odio y todos los bajos instintos de la horda.

Bien pronto todo cuanto significaba religiosidad, valor, patriotismo, talento, honradez, fue conducido a presencia de aquellos sicarios de Moscú, que sin interrogarles siquiera las más de las veces, los conducían a la cárcel y si eran mujeres a la ermita de Santa Catalina.

Fueron más de un centenar las personas detenidas y aherrojadas por aquella horda de caribes, entre las que se hallaban distinguidas señoras y señoritas cuyo único delito consistía en ser apóstoles de la caridad; sacerdotes tan ejemplares como el virtuoso coadjutor de Santa María, don Victoriano Barroso; jurisconsultos tan dignísimos, acomodados labradores, honrados artesanos y militares tan prestigiosos como los hermanos Gómez Salas y el capitán don Federico Manresa, todos pertenecientes a la gloriosa Arma de Artillería.

Enumerar los ultrajes, vejaciones y groserías a que se vieron sometidos por aquella chusma soez, ebria de odio y de sangre, sería tarea más que prolija. Baste decir que se les sometía a los trabajos más penosos y a las faenas más rudas y humillantes, teniéndoles sin probar bocado hasta la caída de la tarde y negándoles, a veces, hasta el agua.

El día 8 de agosto, cuando ya el glorioso Ejército Nacional arrancaba de las garras del marxismo las hermosas ciudades extremeñas de Zafra, Los Santos de Maimona, Villafranca y Almendralejo, y se hallaban a muy pocos kilómetros de Mérida; los esbirros de Moscú, siguiendo su criminal consigna, sacaron de la cárcel a un grupo compuesto de unos quince hombres, entre los que se encontraba el pundonoroso capitán de Artillería don Federico Manresa, y con él lo más representativo y florido de la juventud emeritense, los cuales fueron vilmente asesinados, después de someterlos a todo género de vejaciones.

Parece lógico que no parase aquí el monstruo rojo en sus ansias de exterminio y en su sadismo inaudito de crímenes sin cuento, y, sin embargo, y esto es lo verdaderamente milagroso y lo que precisamente motiva estas páginas de loor y agradecimiento a nuestra Madre bendita del Carmen.

Unos ochenta y cinco hombres quedaban hacinados en la cárcel de Mérida, que constituían la flor y nata de la población, y que dadas las circunstancias, máxime siendo algunos de ellos militares y otros personas de elevada posición social, parece lo más lógico debieran ser al punto fusilados.

Mas la Virgen Santísima del Carmen, que prometiera un día ser salvación en los peligros de la vida para todos cuantos la invocan y llevan con devoción su, bendito Escapulario, se mostró una vez más propicia y atendió el ruego que le dirigiese su devoto hijo, el ferviente capitán don Gaspar Gómez Salas, quien desde muy niño le profesó una devoción filial y ferviente, fruto de aquella educación cristianísima que recibiera de sus santos padres, quienes tuvieron siempre por su mayor timbre de gloria el hacer de su hogar una solera de acendrado patriotismo, basado en el temor de Dios y en e] amor más puro y ferviente a la Virgen del Carmen.

En esa cantera de rancio abolengo cristiano que formaban las almas de don Ángel Gómez Góngora y doña María Salas, se forjaron los corazones de sus cristianos hijos.

Debían sacarles una madrugada, para darles el paseíto, como solían decir en son de mofa los milicianos. Los infelices detenidos tenían ya el ánimo hecho a que así había de suceder, y trataban de disponerse lo mejor posible para el viaje a la eternidad, encomendándose a Dios Nuestro Señor de lo íntimo de sus almas.

"No sé por qué —me dice mi ilustre interviuvado— sentía en mi interior una confianza ilimitada y tenía la convicción firmísima de que nada me había de suceder mientras pendiese de mi cuello el Santo Escapulario, que siempre llevé con singular afecto y devoción. Para arrancármelo, si hubieran tratado de hacerlo aquellos miserables, me hubiesen tenido que quitar la vida."

Y aquí está lo prodigioso, lo circunstancial, lo peregrino del caso: Aquellos hombres que habían decidido quitarles la vida cierta noche, no se sabe cómo ni el por qué, desisten de su resolución, tal vez por un fútil motivo; quizá no arrancara el camión en que debían ser conducidos al lugar previamente designado y, tras ligera discusión, determinan dejar para otra noche el fusilamiento, cosa que tampoco se efectúa.

¿Casualidad...? ¿Suerte...? ¿El destino...? Así discurriría, sin duda, un espíritu superficial, un materialista o un impío. Para nosotros los cristianos hay una Providencia, sin cuya permisión ni uno solo de los cabellos de nuestra cabeza se desprende ni cae del árbol la hoja, ni los planetas dejan de describir su órbita, y esa Providencia actúa casi siempre bajo el influjo de las súplicas misericordiosas de María.

Unos días después las Banderas del Tercio mandadas por el bizarro general Asensio y en cuyas vanguardias figuraba el heroico comandante Castejón, acampaban en el Tiro de Pichón, proponiéndose al día siguiente dar el asalto definitivo a la ciudad embellecida por Agripa y Trajano. El comité estaba reunido en sesión permanente, teniendo el propósito de quemar vivos, antes de salir de la ciudad, a sus presos, a quienes tenían hacinados como reses en uno de los salones de las Casas Consistoriales.

Los bidones de gasolina estaban a punto para ser rociados por las puertas y muros del edificio; se oían los primeros disparos cruzados entre los guardias de Asalto traidores y la Quinta Bandera del Tercio, que se los merendó en menos de una hora.

No había, pues, tiempo que perder, y los poncios del comité revolucionario decidieron emplear la gasolina para acabar con aquellos a quienes ya no podían rematar a tiros. Mas, ¡oh providencia maternal de la Virgen Santísima del Carmen!, un cañonazo del inmortal Barrón hizo blanco unos centímetros por bajo del reloj del Ayuntamiento y, penetrando en el salón de sesiones, puso en precipitada huida a los primates del comité, quienes, como conejos espantados, abandonaron a toda prisa el local, como alma que lleva el diablo, y sólo pensaron en salvarse por pies, sin cuidarse para nada de su presa.

"Reinó un silencio importante, escalofriante —nos dice mi buen amigo don Gaspar—. Ante el peligro inminente en que nos vimos de que otro disparo más largo que el anterior cayese en nuestra prisión, yo me puse por fuera el Santo Escapulario, apresurándome, como otros muchos, a pedir la absolución de mis culpas al dignísimo sacerdote que con nosotros se hallaba detenido."

Ante el alborozo general de verse libres de sus carceleros y escucharse ya tan cerca los disparos de nuestro glorioso ejército, los más impulsivos quisieron abrir las puertas de la prisión y lanzarse impetuosos y eufóricos a las calles, pudiendo, a duras penas, el capitán que con ellos se hallaba recluido, en unión de otros cuantos varones prudentes, disuadirlos de su descabellado propósito, ya que habría sido una temeridad el lanzarse a la calle, pues el ver salir corriendo de un local a unos ochenta hombres hubiese dado motivo a los legionarios y demás fuerzas liberadoras a creerlos rojos y disparar sobre ellos.

Se impuso al fin la cordura y la sensatez, decidiendo esperar a sus libertadores. El momento fue de una emoción y de un dramatismo indescriptible. Una avanzadilla del Tercio llegó hasta la puerta principal de las Casas Consistoriales. Como la hallasen cerrada, golpearon una y otra vez con las culatas, por ver si cedían, cada golpe era un aldabonazo dado en el corazón de los que allí se encontraban que les anunciaba el término de sus padecimientos y su incorporación a la auténtica y verdadera España, por la que tanto habían suspirado.

Al fin suenan golpes de hacha y la puerta cede; entran con precaución los del Tercio, pues saben sobradamente que el enemigo es felino, traicionero y cobarde... Los de dentro perciben claramente esta voz: "Mi teniente, debe ser por aquí. Estos son, sin duda alguna, soldados de España, pues se advierte la sumisión y el respeto al oficial y al Mando."

Un golpe a la puerta que les oculta y retiene, unos fusiles que apuntan y luego un ¡¡Viva España!! estentóreo que sale de todos los pechos y vibra más por lo mucho que estuvo represado y contenido en aquellas gargantas viriles.

Después, abrazos, risas y lágrimas, todo mezclado, en que se confunden libertados y libertadores.

"Fue una vez más la Santísima Virgen del Carmen —me vuelve a repetir mi amigo— la que nos salvó de este segundo peligro, y estoy pronto y dispuesto a sostenerlo y afirmarlo con todas las veras de mi alma, pues ninguno que la invocó con fe, como yo, en aquellas horas terribles, dejó de experimentar su protección misericordiosa."

Apenas si había transcurrido un mes; era el día 13 de septiembre, y en el contrataque a Villa Gonzalo, yendo al mando de las Milicias de Mérida, fue herido mi buen amigo el capitán Gómez Salas de un balazo en la sien, tiro que debió ser mortal de necesidad, según dictaminaran los médicos.

Mas aquel Escapulario bendito, que él guarda como venerada reliquia y que jamás le abandonó en los peligros, por tercera vez le salvó de una muerte ciertísima, sanando de la herida en muy pocos días y quedando como si nada le hubiese sucedido. Fue vehemente deseo de este hijo agraciado y protegido por la Virgen el que se difundiera esta merced que le dispensara la Virgen del Carmen, a fin de que se avive cada día más en las almas el amor a la Reina del Carmelo y para que se aumente incesantemente en los corazones la devoción a su Santo Escapulario.

Milagros y Prodigios del Santo Escapulario del Carmen
por el P. Fr. Juan Fernández Martín, O.C.

jueves, 19 de febrero de 2015

INTERPRETACIÓN DEL APOCALIPSIS POR EL VENERABLE BARTOLOMÉ HOLZHAUSER.- SOBRE LA VIDA DEL VENERABLE HOLZHAUSER


SOBRE LA VIDA DEL AUTOR LATINO,

Creemos que el lector apreciará la idea que hemos tenido de encabezar esta nueva edición con el resumen de la vida de Holzhauser, la que un escritor anónimo nos dejó en un libro publicado en Bamberg, año 1799.

Este verdadero siervo de Dios, Suabo de origen, nació en el humilde pueblo llamado Longnau, situado a la distancia de algunas leguas de Augsburgo, el año de gracia 1613, en Agosto. Su padre era zapatero. Desde su niñez se hizo notar por la inocencia de sus costumbres. Como en su aldea no había escuela, frecuentó la de la pequeña villa de Verding, situada cerca de una legua de la casa paterna, donde se dedicó particularmente al estudio de la lengua alemana. Tenia por costumbre abreviar el camino con oraciones y santos cantitos, sus mas ordinarias, delicias. En 1624; a la edad de once años, comenzó el estudio de la lengua latina en Augsburgo, donde, acosado por la pobreza, buscaba el sustento de puerta en puerta. Después continuó sus estudios en Neuburgo, sobre el Danubio, ahí encontró suerte mas propicia con la protección de los Padres de la compañía de Jesús. En fin acabó su carrera literaria en Ingolstadt.

Desde sus primeros años fue favorecido con celestiales visiones. Confesó públicamente haber sido libertado de la peste por la intercesión de la Madre de Dios, para con la cual estaba animado de la mayor devoción. Invocó a esta Madre del buen consejo, sobre todo, en la elección de confesor y estado de vida, y así fue como por su inspiración se confirmó más y mas en la resolución que había tomado de entrar en la carrera eclesiástica. Animado de un gran celo por la oración, fuerte en la fe, y lleno de confianza en Dios, superó de un modo admirable las numerosas dificultades con que tropezó su proyecto. Aunque pobre, su caridad no dejó por esto de ser tan ardiente para con los indigentes, como misericordioso y benévolo era él para con el prójimo. No calculando peligro alguno, distribuía sus cuidados y socorros a cuantos infelices se hallaban en la guerra y demás azotes que le son inseparables. En el fervor de su celo, enseñaba la doctrina cristiana a los ignorantes, consolaba a los afligidos, fortalecía a los débiles, levantaba a los caídos, corregía los abusos, y en las frecuentes injurias que recibía de los malos, se mostraba lleno de alegría por haber sido encontrado digno de sufrir por el nombre de Jesucristo.

A estas virtudes, Bartolomé, añadió la practica de la mortificación, abnegación, castidad, humildad, mansedumbre y paciencia, mostrándose así verdadero tipo del estudiante cristiano, y nunca perdió de vista el oráculo del Espíritu Santo: Adolescens juxta viam suam ambulan, etiam cum senuerit, non recedet ab ea. Prov. c, XXII. v. 6.

Apenas terminó su carrera escolástica, inspirado por señales manifiestas de la voluntad divina de trabajar para gloria de Dios y salvación de las almas, deliberó entrar en nuevo estado de vida, y se alistó en los registros de la milicia eclesiástica. En el corriente del año tercero de sus estudios teológicos, se preparó al sacerdocio, y en 1639, se ordenó de sacerdote en la ciudad episcopal de Eichstadt, sobre el Danubio, y celebró su primera misa en Ingolstadt, el día de Pentecostés, en la misma capilla de N. S. de la Victoria, donde había con tanta frecuencia ofrecido su corazón a Dios, consagrándole todos sus bienes en fervorosas oraciones. No tardó en ser confesor y en ejercer las demás funciones del santo ministerio, y esto con tal suceso, que número crecido de penitentes afluían a su confesonario. Sin embargo, temeroso de agotar sus fuerzas en el cultivo de la viña del Señor, procuró asociarse cooperadores celosos, capaces de continuar y propagar su obra,

Así es como en 1640 indujo a tres curas mas antiguos que él a seguir ciertas reglas que entre sí se impusieron. Estos, no obstante, permanecieron en sus curatos hasta tanto que sus superiores les dieron licencia de rendirse completamente a la invitación de Bartolomé.

Habiendo concluido sus estudios teológicos, y sanado de una angina por el manifiesto auxilio de Dios, se fue con uno de sus socios para Salzburgo, donde, guiado por divina inspiración, fundó su primer instituto, en 1636. Se puso en camino a pie, sin saco, con escasa plata, y caminando se encontró con un cuarto socio. Llegó felizmente al término de su viaje con el amparo de la divina providencia. Bien acogido por la autoridad eclesiástica, obtuvo luego después un canonicato en Tittmonig, ciudad del arzobispado de Salzburgo, cerca de Baviera, en la Salza. Esa ciudad tiene una muy antigua ciudadela con una colegiata dedicada a San Lorenzo. Es la más distinguida ciudad de cuantas la rodean. Desde que fue instalado como canónigo con carga de almas, consiguió para él y los suyos una vasta casa, cabalmente la misma que en sueños había visto cuando se hallaba en lngolstadt. El número de sus compañeros crecía de día en día, y sin ser estorbado por sus cohermanos, ganó infinidad de almas a Jesucristo con la palabra de Dios y con la caridad para con los pobres y enfermos. Mas tarde dejó cierto número de los suyos en Tittmonig, colocándose él a la cabeza de una parroquia y decanato de San Juan, en la Leogonia, valle del Tirol, camino de Inspruk a Salzburgo, el día de la Purificación de la Santísima Virgen, en 1642. Aquí, como en todas partes, se esmeró en poner las cosas en el mejor orden posible, enseñando la doctrina cristiana a los niños y aun a los adultos, visitando escuelas, y no descuidando nada de cuanto pudiera restablecer la disciplina eclesiástica. Así es que no tardó en conciliarse el aprecio de todos los habitantes del lugar.

Habiendo observado cuanto importaba que los jóvenes destinados al estado eclesiástico, fueran temprano imbuidos en los principios sólidos de la fe y demás virtudes cristianas, vio modo de establecer seminarios donde poder formar sacerdotes ejemplares. El primero de esos seminarios se fundó en Salzburgo, año 1643, y mas tarde, por graves razones, se trasladó a Ingolstadt, en 1649. Al mismo tiempo estableció su instituto en Augsburgo, en Gerlanda, luego en Ratisbona, habiendo obtenido de Roma la aprobación, por empeño del duque Maximiliano de Babiera, de quien recibió la siguiente carta en 1646.

«La divina bondad se ha dignado suscitar sacerdotes con el único fin de procurar a la Iglesia hombres que, viviendo según las reglas de los santos cánones y disciplina eclesiástica, se dediquen enteramente y con puro corazón, a las funciones sacerdotales, y que, velando sobre si mismos y buscando la perfección, trabajen sinceramente por la gloria de Dios y salvación de las almas».

Con el objeto de conseguir ese fin, Bartolomé prescribió tres cosas: la cohabitación y comunidad fraterna, el alejamiento de mujeres, y la comunidad de bienes. Sin embargo, solo fue en Enero 7 de 1670, cuando recibió de la sagrada congregación de obispos y regulares la tan suspirada aprobación, en los siguientes términos: «No hay necesidad de aprobar esta santa institución, supuesto que no prescribe cosa alguna contraria a lo que el clero practicó en la primitiva Iglesia.»

Trabajó con gran suceso en alivio de los desgraciados, durante el hambre con que fue el Tirol afligido, en 1649.

Después de haber ejercido el santo ministerio por espacio de diez años en el valle de Leogonia, su casa se encontró en suma escasez con motivo de la supresión de diezmos e imposiciones extraordinarias de que se le agravó. No se abatió, antes bien sintió el venerable siervo de Dios un estimulo en esas pruebas para ponerse con los suyos en las manos de la divina providencia.

En recompensa de su fidelidad y paciencia, Dios dispuso los eventos de tal manera, que Bartolomé saliera de esas montañas, donde su nombre está todavía en bendición, para trasladarse a la Franconia y diócesis de Majencia. En 1654, hizo que los suyos fundaran un seminario en Wurzburgo, y, a invitación del elector de Majencia, quien lo admitió mas tarde en su intimidad, fue cura y deán en Binjen sobre el Rhin.

Cuando estaba para volver a su patria Carlos, rey de Inglaterra, desterrado por entonces en Alemania, tocado de la reputación de Bartolomé que había vaticinado cosas estupendas sobre la Inglaterra, con manifiesto y sumo deseo de verle, bajó por el Rhin. Habiéndole pues hecho llamar, conversó con él una hora, para oír de su propia boca lo que predecía de su reino y de su propio reinado. El siervo de Dios había profetizado sería aquel reino reducido a las mayores miserias, y ni aun siquiera el rey sería perdonado, pero una vez vuelta la paz, convertidos los ingleses a la fe católica romana, harían por la Iglesia mas de lo que hicieron después de su primera conversión, No se debe pasar en silencio que, en esa isla se prohibió el ejercicio de la religión católica desde 1658 baja pena de muerte, y cuyo decreto fue después levantado en 1778, lo cual había Bartolomé anunciado de un modo admirable en 1635, como sigue: Et intellecci juge sacrificium, centum viginti annis ablatum esse. Y entendí que el sacrificio eterno había de suprimirse por espacio de ciento veinte años. Es indecible lo mucho que deseó esta conversión. Su mayor interés era ir en persona con intento de iniciar semejante obra, no haciendo caso de ningún peligro por su vida. Sin embargo se lo estorbaron, a pesar suyo, los cuidados que exigían su parroquia y las escuelas latinas que acababa de abrir en Binjen, para mayor ventaja de los moradores de esa ciudad y lugares circunvecinos.

Mientras se ocupaba así en cumplir con los deberes del buen pastor para con sus ovejas, y prodigaba a sus cooperadores e institutos todas las solicitudes de un buen padre, cayó en una fiebre mortal, y alzando sus ojos al cielo, rodeado de los suyos que lloraban y rogaban, rindió su último suspiro en Mayo 20 de 1658, a los 45 años de edad, a los 19 de sacerdote, 18 años después de instalado su instituto. Su cuerpo descansa en la Iglesia parroquial de Binjen, delante del altar de la santa cruz, en un sepulcro cerrado, y con este epitafio.

Venerabilis vir Dei servus Bartholomeaus Halzhauser, SS. Theologiae, Licenciatus, Eclesiae Vigensis pastor, et decanus; Vitae Clericorum saecularium in communi viventium in superiore Germania restitutor, obiit ano 1658, die maji 20. (1)

Además de las virtudes admirables de su juventud, que luego en su carrera eclesiástica llevó al mas alto grado de perfección, estaba Holzhauser dotado de una ciencia profunda y favorecido con el don de profecía; he ahí lo que nadie negará. Puede uno por otra parte convencerse de ello por sus obras de las cuales nos han quedado muchas, y en especial por su Interpretación del Apocalipsis, cuya traducción francesa damos aquí.

En esta obra se notará singular y prodigiosa conexión de tiempos y acontecimientos, estableciendo o manifestando el sistema general más bello de toda la Iglesia, extendiéndose desde su origen hasta la consumación de los siglos.

Escribió en el Tirol esta interpretación, cuando estaba afligido de las mayores pruebas, pasando así días enteros en el ayuno y oración, separado de todo comercio humano. Como no concluyó su obra ni interpretó el Apocalipsis sino hasta el cap. 15, le preguntaron sus clérigos la razón de ello: les respondió que no se sentía mas inspirado, y que no podía continuar. (Parece que Dios por razones particulares, quería reservar el resto de sus secretos para otra época). Después añadió que alguno se ocuparía de su obra más tarde, y la coronaria. Tal es el compendio que damos de la vida de Holzhauser, a fin que no parezcamos como quien quiere ocultar al lector lo muy grato que es a la divina bondad asistir a los hombres en los tiempos mas difíciles. Vivió entre los horrores de la guerra de 30 años, desde 1618 hasta 1648.

No pretendemos elevarnos aquí sobre el juicio de los hombres; y nos sometemos con filial reverencia a la santa Iglesia romana en todo cuanto ella juzgue sobre esta obra.

Por lo que toca al siglo presente, ¿que tenemos que esperar de él? ¡Ay! como toda carne ha corrompido sus caminos, y como el espíritu se horroriza de todo aquello que no lisonjea con gusto los sentidos, podemos de antemano preveer el juicio del mundo. Sin embargo, no todos los hombres piensan como el siglo, y sabido es que la divina providencia se ha dignado suscitar hombres eminentes en talento y piedad para mover a los otros a la penitencia y paciencia con el ejemplo y la palabra. No ignoramos cuantos hay que, tocados de la historia y conducta de los Macabeos, sacan de las Escrituras valor y consuelo. ¿Quién pues se atreverá a reprendernos de que nos hayamos esforzado en socorrer a nuestros hermanos en estos tiempos de tan rudas pruebas y calamidades? ¿Acaso no fue y será siempre permitido dar pan a los hambrientos y agua a los sedientos, cuando el médico lo permite y aun lo ordena?

Te suplicamos por lo tanto amado lector, acojas con benevolencia nuestro humilde trabajo, deseándote de nuestra parte toda especie de prosperidad para el cuerpo y para el alma.

¡QUEDA CON DIOS, Y TODO TE SEA PROPICIO!


(1) Nota del T. E. Aquí ponemos la traducción del texto latino, la que no se encuentra en la edición francesa. E. venerable siervo de Dios Bartolomé Holzhauser, Licenciado en sagrada teología, pastor de la Iglesia de Binjen y deán: En la alta Alemania, restablecedor de los clérigos seglares para que vivan en vida común. Murió en Mayo 20 de 1658.


INTERPRETACIÓN DEL APOCALIPSIS
Venerable Bartolomé Holzhauser.
Paginas de la XVIII a la XXV.

Traducido al Español por el
Reverendo Padre Fray Ramón de Lérida,
Capuchino Misionero Apostólico.

Imprimátur
Fr. Damiano de Vareggio Vist. Apost. I Comis. Gen. Cap.
Serena, 6 Mayo 1860.

Imprimase
EL OBISPO DE LA SERENA (CHILE)

Imprenta de la Serena.- Convento de San Agustín N.º 36.
Año 1860.

miércoles, 18 de febrero de 2015

HOY ES MIÉRCOLES DE CENIZA




DEL CATECISMO DE SAN PÍO X (edic. 1973, publicado por el sitio Stat Véritas, respuestas resumidas):

¿Qué es la Cuaresma? - La Cuaresma es un tiempo de ayuno y penitencia instituido por la Iglesia por tradición apostólica.

¿A qué fin ha sido instituida la Cuaresma? La Cuaresma ha sido instituida: 1°, para darnos a entender la obligación que tenemos de hacer penitencia todo el tiempo de nuestra vida, de la cual, según los Santos Padres, es figura la Cuaresma; 2.°, para imitar en alguna manera el riguroso ayuno de cuarenta días que Jesucristo practicó en el desierto; 3.°, para prepararnos por medio de la penitencia a celebrar santamente la Pascua.

¿Por qué el primer día de Cuaresma se llama día de Ceniza? Porque en este día pone la Iglesia sobre la cabeza de los fieles la sagrada Ceniza.

¿Por qué la Iglesia impone la sagrada Ceniza al principio de la Cuaresma? - Para recordarnos que somos compuestos de polvo y a polvo hemos de reducirnos con la muerte, y así nos humillemos y hagamos penitencia de nuestros pecados, mientras tenemos tiempo.

¿Con qué disposiciones hemos de recibir la sagrada Ceniza? - Con un corazón contrito y humillado, y con la santa resolución de pasar la Cuaresma en obras de penitencia.

¿Qué hemos de hacer para vivir la Cuaresma según la intención de la Iglesia? Hemos de hacer cuatro cosas: 1ª, guardar exactamente el ayuno, la abstinencia y mortificarnos no sólo en las cosas ilícitas y peligrosas, sino también en cuanto podamos en las lícitas, como sería moderándonos en las recreaciones; 2ª, darnos a la oración y hacer limosnas y otras obras de cristiana piedad con el prójimo más que de ordinario, 3ª, oír la palabra de Dios, no por costumbre o curiosidad, sino con deseo de poner en práctica las verdades que se oyen; 4ª, andar con solicitud en prepararnos a la confesión para hacer más meritorio el ayuno y disponernos mejor a la comunión pascual.

¿En qué consisten el ayuno y la abstinencia? - El ayuno consiste en no hacer más que una sola comida al día, y la abstinencia en no tomar carne ni caldo de carne.

¿Se prohíbe toda otra refección los días de ayuno, fuera de la única comida? - Los días de ayuno, la Iglesia permite una ligera refección a la noche, o hacia el mediodía si la comida única se traslada a la tarde, y además la parvedad por la mañana.

¿Quiénes están obligados al ayuno y a la abstinencia? Al ayuno están obligados todos los que sean  mayores de edad, hasta que hayan cumplido sesenta años y no estén legítimamente impedidos, y a la abstinencia los que han cumplido catorce años y tienen uso de razón.

¿Están exentos de toda mortificación los que no están obligados al ayuno? Los que no están obligados al ayuno no están exentos de toda mortificación, porque ninguno está dispensado de la obligación general de hacer penitencia, y así deben los tales mortificarse en otras cosas según sus fuerzas.

domingo, 15 de febrero de 2015

INTERPRETACIÓN DEL APOCALIPSIS POR EL VENERABLE BARTOLOMÉ HOLZHAUSER.- PREFACIO DE AUTOR FRANCÉS.

Prefacio 
del autor francés. 

La obra que hoy publicamos, contiene el texto del Apocalipsis, es decir, la revelación de los grandes misterios hecha por Jesucristo a San Juan Evangelista, uno de los cuatro mayores cancilleres de su reino. Esta revelación encierra todos los acontecimientos principales que ya en gran parte se han cumplido y seguirán cumpliéndose en la Iglesia de Jesucristo, hasta la consumación de los siglos. Muchos creyeron y todavía creen que nunca será explicado este libro, por ser enigmático y figurado el estilo con que fue escrito. Error es este tan absurdo, como es absurdo imaginar que haya Dios hablado a los hombres para que jamás le comprendan. La voz Apocalipsis, derivadas del griego, significa revelación, si nunca debiera ser interpretado este libro, llevaría por lo mismo otro titulo que lo eliminara inmediatamente del código sagrado.

Un venerable siervo de Dios, Bartolomé Holzhauser, restaurador de la disciplina eclesiástica en Alemania, después de los primeros desastres ocasionados a la Iglesia por la herejía de Lutero, emprendió la interpretación de este libro con el socorro de las luces celestiales que lo iluminaron, Holzhauser, célebre ya por sus profecías, se distinguió mucho mas por su ciencia profunda en la historia del mundo, aplicándola de un modo verdaderamente admirable, a los vastos conocimientos que poseía de las Santas Escrituras. Este ilustre eclesiástico, sabio al paso que piadoso, fundo en Alemania diversos institutos, los cuales sirvieron de inexpugnable baluarte contra el protestantismo que entonces amenazaba a la Europa con total ruina. Además de las diferentes obras que su pluma produjo, él redactó en latín su célebre interpretación del Apocalipsis, en las montañas del Tirol, entre las mayores pruebas, y entregado a la meditación, ayuno y oración, Su obra mereció ya conseguir los honores de la inmortalidad. No es extraño haya antiguos ejemplares en las bibliotecas de Alemania como igualmente en diversas partes de Europa. La sabia sociedad de los Mechitaristas publicó en Viena una nueva edición de esta obra, en 1850. Siguiendo al sabio catedrático de la universidad de Munich, al doctor Heneberg, afirmamos con denuedo ser la obra de Hozhauser la mejor Interpretación del Apocalipsis de cuantas han salido a luz.

Ese distinguido escritor, por cierto, no ha hecho otra cosa que repetir en otros términos lo que leemos en un antiguo ejemplar de la vida de Holzhauser, en él se dice, hablando de su obra, que todos los demás comentadores que han escrito sobre este sagrado libro, (por sabios que sean), parecen unos niños comparados con este genio, podríamos, en caso necesario; recoger numerosos testimonios de profundo aprecio en favor de nuestro autor, mucho mas si entrásemos en detalles y refiriéramos todo cuanto hemos oído decir a hombres insignes de diversas naciones. Esta interpretación presenta un cuadro completo del plan de la divina sabiduría en la grande obra de la redención. El lector encontrará ahí todo un curso de teología, y verá además un resumen precioso de la historia del mundo aplicada y comparada a la historia de la Iglesia. Creemos poder asegurar que nunca otra reunió tan vastas materias para presentarlas bajo un aspecto tan interesante. El hombre que nada aprecie tanto como arreglar su vida presente para alcanzar su futuro destino, en ninguna parte hallará medio más apto, para cumplir con sus más ardientes deseos, como en la lectura atenta de esta obra. Porque ella encierra crecido número de cuadros, ofreciendo bajo diferentes puntos de vista, todo cuanto hay más capaz de interesarnos en el pasado, presente y futuro.

El autor tiene su materia dividida en siete épocas principales, analizando así toda la historia del mundo con la de la Iglesia; pone en continuo parangón la una con la otra, haciéndonos penetrar en los más ocultos secretos de la guerra encarnizada que Lucifer emprendió contra el humano linaje en el paraíso terrenal, y que terminará en los umbrales de la eternidad con la caída del Anticristo y cataclismo del mundo. Entonces es cuando el buen grano será para siempre separado de la paja, e irá cada uno a ocupar él lugar que le designa el Evangelio. Todo lo que avanza el autor lo saca del mismo Apocalipsis y se apoya en la eterna verdad de Dios. Así es que su división de épocas o edades históricas, de quienes da primero una reseña general y particular perteneciente a cada una de las edades; su división, decíamos, tiene por fundamento, las siete Iglesias del Asia, las siete estrellas, los siete candelabros, los siete ángeles, los siete sellos, los siete espíritus, las siete trompetas y las siete plagas del Apocalipsis, con el desarrollo de las verdades contenidas bajo esos diferentes enigmas, el autor nos demuestra, de un modo claro no menos que portentoso, el encadenamiento de todos los grandes hechos que enlazan la historia antigua con la moderna y futura. Nos hace igualmente ver los vínculos estrechos con que la humanidad está unida a la divinidad y el tiempo a la eternidad. Después concluye su descripción con las particularidades sumamente interesantes reveladas a San Juan, sobre el reino de Mahoma y del Anticristo, sobre el antipapa que destrozara la iglesia de occidente, sobre el triunfo de la Iglesia, sobre la próxima extirpación de las herejías, etc.

Tal es la idea general que como de paso damos sobre el contenido de esta obra, por no ir mas allá de los limites de un prefacio. El lector, que lea y atentamente relea la obra, se convencerá que en lugar de exagerar, mas bien hemos sido parcos en los elogios que merece.

Quizás entre nuestros lectores habrá algunos de fe no muy firme, rogamos lea por lo tanto, atiendan con cuidado a la aplicación que el autor hace del Apocalipsis a la historia en general y en particular, suplicándoles enseguida se dignen explicarnos como San Juan, si no era más que un hombre cualquiera, pudo redactar su revelación hace ya dieciocho siglos; logrando componer de tal manera su obra, que todos sus enigmas reciban únicamente su claridad y colocación en cada uno de los mayores rasgos de la historia del humano linaje, y esto, a los ojos de la sociedad mas numerosa y duradera del mundo, ¡a los ojos de la sociedad cristiana! ¿Quien no descubre ahí la llave del tesoro infinitamente precioso de Dios? ¡Si! ensayen resolver el problema todos aquellos que no creen o cierran obstinadamente sus ojos a la luz eterna que resplandece en la Iglesia católica, dense cuenta de las razones que tienen para no creer como los otros hombres creen, esmerense, si tal trabajo quieren tomarse, en aplicar todo el texto del Apocalipsis a secta, monarquía o historia alguna, de suerte que se pueda explicar con la aplicación que hagan de cada frase y aun de cada palabra en particular y en conjunto; les rogaremos entonces de someter su producción, como nosotros, al juicio de los hombres, para que, si posible es, se la prefiera a la nuestra. No disimuláremos las dificultades que hemos sentido en nuestro trabajo; pero tales dificultades son la piedra de toque, y al no haber coincidido la verdad de la historia la mas larga y variada del mundo, en todos sus puntos, con la de la profecía, no pudiéramos hacernos leer y comprender.

Prevenimos al lector que las edades de la Iglesia no se presentan de golpe y como de repente a la vista de los contemporáneos. Así por ejemplo, la sexta edad que el autor latino anuncia como debiendo principiar en el Pontífice santo y en el gran Monarca dominador de Oriente y Occidente y cuyo poder se extenderá por tierra y por mar; esta sexta edad, decimos, se debe encadenar con todas las otras de un modo tan cierto y real que a los ojos de los hombres parecerá lenta. Hacemos en segundo lugar observar, que muchos hechos característicos de una edad no se entienden de un modo tan absoluto, que excluyan la existencia de otros hechos contrarios. Así, por ejemplo, la impenitencia, uno de los pronósticos de la quinta edad, no excluía la conversión de número crecido de hombres de esa época, como tampoco la conversión de los pecadores, el carácter distintivo de la sexta edad, no excluirá la obstinación de muchos impíos. Por el análisis universal y comparación de diversos pronósticos entre si, puede uno reconocer la diferencia de edades. Mas el historiador poco puede hacer resaltar el carácter de una edad a no ser hacia su fin, o al menos después de un pleno desarrollo. La precipitación que notamos en los acontecimientos, que señalan nuestra época, confirma de una manera admirable los pasajes de este libro, con los cuales Holzhauser nos informa ser muy cortas las dos últimas edades.

Haremos por último observar, que a pesar de gozar la Iglesia de grande prosperidad en la sexta edad, el mundo no dejará por eso de tener su reino, y siempre será sobre un mar más o menos agitado que continuará el bajel de la Iglesia bogando basta el fin.

Tales son las consideraciones que debíamos hacer terminándolas con lo que sigue:

Sabido es que el venerable Holzauser no acabó su obra, habiéndose detenido en el versículo cuarto del capitulo quince; faltaba por lo tanto, con poca diferencia, la explicación de unos ocho capítulos del Apocalipsis. Preguntándole sus discípulos el motivo, les respondió ingenuamente no sentirse ya animado del mismo espíritu, y no podía continuar. Luego añadió que alguno vendría de los suyos después de él, y concluiría su obra y la coronaria. Al dar principio a este trabajo, no éramos sabedores de este pasaje de su vida; porque de otra suerte, nunca hubiéramos tenido valor de realizar el proyecto de esta publicación, aunque ocho años antes lo habíamos ya formado. Tan luego como fuimos informados del mencionado pasaje, pedimos consejo a un doctor en teología, este se dignó revisar nuestra redacción y nos dio ánimo para que continuáramos. No pretendemos por esto ser la persona prevista por el venerable Holzhauser, mas como su obra nos asombró, nos hemos sentido irresistiblemente inclinados a darla a a conocer al público, como medio eficaz de edificar a los fieles y procurar la salvación de las almas. Por cuya razón, desde el momento que pudimos encontrar un instante tranquilo, pasados los sucesos, de que fuimos víctimas en los desastres que la Suiza católica experimentó tan cruelmente en 1847, de repente pusimos nuestro plan en ejecución. Para alcanzar con mayor seguridad nuestro fin, nos hemos valido de la lengua mas generalmente conocida en Europa. Hemos distribuido nuestra materia en nueve libros, en honor de los nueve coros de ángeles. La traducción de los quince capítulos primeros que textualmente reproducimos, nos ha servido de modelo y de indispensable auxilio para continuar la obra; cuyo mérito y gloria todo entero pertenece a nuestro maestro. Sin embargo, no disimularemos las grandes dificultades con que hemos tropezado, ya sea en la traducción, ya sea sobre todo en la continuación de esta interpretación, pero nos hemos sin cesar sentido socorridos y alentados por una indecible gracia espiritual que suavizaba nuestra fatiga. Por otra parte, el fruto que nos prometíamos de nuestros esfuerzos en la obra de la santificación de las almas, nos ha sostenido siempre en nuestros frágiles medios humanos, para no sucumbir. Si se nos hubiese por desgracia escapado algo de contrario a la sana doctrina, por pequeño que sea, lo retractamos, haciendo protesta de perfecta y humilde sumisión a nuestra santa madre la Iglesia romana. En estos sentimientos y con la conciencia de nuestra pura y recta intención, es como nos recomendamos a la indulgencia y oraciones de nuestros lectores, deseando a todos la salvación eterna, en Jesucristo, y por Jesucristo. Así sea.



INTERPRETACIÓN DEL APOCALIPSIS
Venerable Bartolomé Holzhauser.
Paginas de la XI a la XVII.

Traducido al Español por el
Reverendo Padre Fray Ramón de Lérida,
Capuchino Misionero Apostólico.

Imprimátur
Fr. Damiano de Vareggio Vist. Apost. I Comis. Gen. Cap.
Serena, 6 Mayo 1860.

Imprimase
EL OBISPO DE LA SERENA (CHILE)

Imprenta de la Serena.- Convento de San Agustín N.º 36.
Año 1860.

INTERPRETACIÓN DEL APOCALIPSIS POR EL VENERABLE BARTOLOMÉ HOLZHAUSER.- ADVERTENCIA DEL TRADUCTOR ESPAÑOL.

Advertencia 
del traductor Español

El traductor francés y continuador de esta obra escrita en latín hace ya mas de dos cientos años, expone en su prefacio con la debida claridad y raciocinio, lo útil interesante de ella; nada tengo que añadir a unas reflexiones tan sabias y elocuentes, por si solas bastan para impulsar al mas indiferente y prevenido a leerla y consultarla en los acontecimientos humanos: haciéndose notable la seguridad con que el Venerable Bartolomé Holzhauser, su principal autor, señaló el nacimiento del Anticristo para 1855 y 1/2 y la muerte de este para 1911.

No hay duda que muchos se constituirán de antemano censores y jueces de semejante predicción, desde ahora les recordaremos con la dulzura y caridad evangélica, que nadie puede criticar y menos condenar una cosa, antes de enterarse de ella con el debido examen y profundo estudio. No se me crea ciego apologista del mencionado vaticinio, pues siendo de tan suma y trascendental gravedad, no hago mas que referir sin dar mi parecer. No obstante, digo sin rodeo alguno, que el conjunto de verdades contenidas en este libro llamó mi atención, y espero llamará también la de los espíritus rectos y equitativos para no desechar con precipitación el asunto que tratamos. La vida extraordinaria del autor latino, los pormenores que la acompañaron, la explicación del numero de la bestia, según se ve en el segundo tomo de la obra, las analogías que señala el continuador de la misma, y otras razones mas piden que aguardemos, para ver si lo futuro corresponde al pasado y presente anunciados por Holzhauser y cuyo cumplimiento se ha verificado con asombrosa exactitud. He ahí lo que me animó a traducir del francés al castellano una obra no menos curiosa que instructiva. Para cuya empresa he sido alentado, no solo por el Iltmo. Sr. Dr. D. Justo Donoso prelado sabio y prudente y por otros respetables miembros del clero, si que también por abogados y otros sujetos beneméritos de entre los seglares.

Aun prescindiendo del nacimiento y muerte del Anticristo para las épocas señaladas por Holzhauser, el interés de esta obra se, recomienda por las materias de que trata; el lector encontrará con facilidad y sin trabajo los hechos históricos mas importantes del mundo, el sacerdote descubrirá preciosos caudales de suma utilidad para la predicación, y el alma se alimentará con ideas sublimes y portentosas.

Haré observar por último, que siendo la traducción del texto sagrado, por Scio de San Miguel la mas generalmente aceptada y seguida, he creído valerme, yo también de ella.

Ya tenia este pequeño escrito preparado, y dado a la imprenta el prospecto de la traducción en lengua castellana, cuando llega de Europa L´Ami de la relijion diario francés; en su número del 14 de Febrero del presente año, trae el mas, recomendable elogio en favor de esta Interpretación, la que habiendo llegado a conocimiento del S. P. Pío IX, envía su bendición apostólica al Traductor del latín al Francés. L' Ami: de la relijion se expresa en los siguientes términos. «Entre los numerosos y sabios comentarios sobre el libro profético del Nuevo Testamento, hay uno que sobresale a todos los demás por sus vastas y piadosas concepciones, este es la Interpretación del Apocalipsis, por Bartomé Holzhauser, traducida del latín al francés, por el Abate de Wuilleret canónigo, y publicada por M. L. Vives, en Paris.

En esta obra preciosa, y bajo la inspiración del profeta de la nueva alianza, el piadoso intérprete nos describe las siete edades de la Iglesia, las escenas del fin del mundo, y después de habernos trasportado mas allá de los tiempos, nos descubre algunos misterios de la vida futura, y algunas bellezas de la celestial Jerusalén. El traductor ha seguido paso a paso al intérprete y con la unción de la piedad ha sabido unir la fidelidad de la traducción y la concisión del estilo. El público por otra parte ha sabido también apreciar toda la importancia de la obra, y la Interpretación del Apocalipsis en menos de un año ha llegado a su segunda edición. Es por lo tanto inútil recomendar de nuevo una obra de este genero; por esto es que nos contentamos con poner a los ojos de nuestros lectores aquí junto el brebe que el Soberano Pontífice acaba de dirigir al traductor».

Muy estimado Señor,

La Interpretación del Apocalipsis que su celo acaba de traducir del latín al francés ha sido presentada al sumo Pontífice Pío IX con su muy respetuosa carta. Su Santidad, que muy bien se acuerda de U., no ha podido hasta la fecha dedicar algún rato desocupado a la lectura de su obra; no obstante, me ha mandado expresarle los sentimientos de su alta benevolencia para con U. y dirigirle las gracias qué le son a U. debidas por el ofrecimiento de su libro. Y, por prenda de su paternal afecto, a estos testimonios añade la bendición apostólica, deseándole siempre verdaderas prosperidades para el alma y para el cuerpo.

Quédame el aprovechar de esta ocasión para expresarle mis sentimientos de respeto, muy estimado Señor; y pido instantemente al Señor para U. todo gozo y entera felicidad.

Su muy humilde, etc.

Domingo Tiaramonti.
Secret. de su Santidad para las cartas latinas.


INTERPRETACIÓN DEL APOCALIPSIS
Venerable Bartolomé Holzhauser.
Paginas VII a la X.

Traducido al Español por el
Reverendo Padre Fray Ramón de Lérida,
Capuchino Misionero Apostólico.

Imprimátur
Fr. Damiano de Vareggio Vist. Apost. I Comis. Gen. Cap.
Serena, 6 Mayo 1860.

Imprimase
EL OBISPO DE LA SERENA (CHILE)

Imprenta de la Serena.- Convento de San Agustín N.º 36.
Año 1860.