domingo, 27 de noviembre de 2011

DICHOS DE SANTOS



El Señor no deja ningún pecado sin castigo; porque, o los seguimos llorando, o Dios se los reserva para presentarlos en su tribunal y castigarlos.


(San Gregorio Magno)

lunes, 21 de noviembre de 2011

DE LA IMITACIÓN DE CRISTO Y DESPRECIO DE TODAS LAS VANIDADES DEL MUNDO


Autor: Beato Tomás de Kempis

Quien me sigue no anda en tinieblas (Jn., 8, 12), dice el Señor.

Estas palabras son de Cristo, con las cuales nos amonesta que imitemos su vida y
costumbres, si queremos verdaderamente ser alumbrados y libres de toda la ceguedad del corazón.

Sea, pues, nuestro estudio pensar en la vida de Jesucristo.

La doctrina de Cristo excede a la de todos los Santos, y el que tuviese espíritu hallará en ella maná escondido. Mas acaece que muchos, aunque a, menudo oigan el Evangelio, gustan poco de él, porque no tienen el espíritu de Cristo. El que quiera entender plenamente y saborear las palabras de Cristo, conviene que procure conformar con Él toda su vida.

¿Qué te aprovecha disputar altas cosas de la Trinidad, si careces de humildad, por donde desagradas a la Trinidad? Por cierto, las palabras subidas no hacen santo ni justo; mas la virtuosa vida hace al hombre amable a Dios. Más deseo sentir la contrición que saber definirla. Si supieses toda la Biblia a la letra y los dichos de todos los filósofos, ¿qué te aprovecharía todo sin caridad y gracia de Dios? Vanidad de vanidades y todo vanidad (Eccl., l, 2), sino amar y servir solamente a Dios. Suma sabiduría es, por el desprecio del mundo, ir a los reinos celestiales.

Vanidad es, pues, buscar riquezas perecederas y esperar en ellas. También es vanidad desear honras y ensalzarse vanamente. Vanidad es seguir el apetito de la carne y desear aquello por donde después te sea necesario ser castigado gravemente. Vanidad es desear larga vida y no cuidar que sea buena. Vanidad es mirar solamente a esta presente vida y no prever lo venidero. Vanidad es amar lo que tan presto se pasa y no buscar con solicitud el gozo perdurable.

Acuérdate frecuentemente de aquel dicho de la Escritura: No se harta la vista de ver ni el oído de oír (Eccl., 1, 8).

Procura, pues, desviar tu corazón de lo visible y traspasarlo a lo invisible, porque los que siguen su sensualidad manchan su conciencia, y pierden la gracia de Dios.

IMITACIÓN DE CRISTO
Tomás de kempis

lunes, 14 de noviembre de 2011

CARTA ABIERTA A LOS CATÓLICOS PERPLEJOS (XXII)


LAS FAMILIAS EN PIE DE LUCHA

Ya es hora de reaccionar. Cuando Gaudium et Spes habla del movimiento de la historia que "se hace tan rápido que apenas se puede seguir", puede entenderse ese movimiento como aquel en que las sociedades liberales se precipitan hacia la disgregación y el caos. ¡Guardémonos de seguirlo!

¿Cómo comprender que ciertos dirigentes que se proclaman de la religión cristiana destruyan toda autoridad? Lo que importa es restablecer la autoridad que fue querida por la Providencia en las dos sociedades naturales de derecho divino cuya influencia aquí abajo es primordial: la familia y la sociedad civil. En estos últimos tiempos fue la familia la que sufrió los golpes más rudos; el paso al socialismo en países como Francia y España aceleró ese proceso.

Las leyes y medidas que se sucedieron muestran una gran cohesión en la voluntad de destruir la institución de la familia: disminución de la autoridad paterna, divorcio facilitado, desaparición de la responsabilidad en el acto de la procreación, reconocimiento administrativo de las parejas irregulares y hasta de las parejas homosexuales, cohabitación juvenil, matrimonio de prueba, disminución de las ayudas sociales y fiscales a las familias numerosas. El propio Estado, mirando ya a sus intereses, comienza a percibir las consecuencias de esto en lo que se refiere a la baja natalidad y se pregunta cómo, en un tiempo próximo, las jóvenes generaciones podrán asegurar los regímenes de jubilación, de aquellas generaciones que han dejado de ser económicamente activas. Pero los efectos son mucho más graves en el dominio espiritual.

Los católicos tienen el deber de intervenir con todo su peso, puesto que también son ciudadanos, para restablecer el debido equilibrio. Por eso no pueden permanecer al margen de la política. Pero su esfuerzo se hará notar sobre todo en la educación que den a sus hijos. Sobre este punto, la autoridad paterna es discutida en sus fuentes mismas por quienes declaran que "los padres no son los propietarios de los hijos", con lo cual quieren decir que la educación corresponde al Estado, con sus escuelas laicas, sus guarderías, sus jardines de infancia'. Se acusa a los padres de no respetar la "libertad de conciencia" de sus hijos cuando los educan según sus propias convicciones religiosas.

Estas ideas se remontan a los filósofos ingleses del siglo XVII que querían ver en los hombres sólo individuos aislados, independientes desde el nacimiento, iguales entre sí, sustraídos a toda autoridad. Sabemos que todo eso es falso. El niño lo recibe todo de su padre y de su madre, alimento corporal, intelectual, educación moral, social. Los padres se hacen ayudar por maestros que en el espíritu de los educandos compartirán la autoridad de los padres, pero lo cierto es que, por una vía o por la otra, la casi totalidad de la ciencia adquirida durante la adolescencia será más una ciencia aprendida, recibida, aceptada, que una ciencia deducida de la observación y de la experiencia personal. Los conocimientos provienen en gran parte de la autoridad que los transmite. El joven estudiante cree en sus padres, en sus profesores, en sus libros, y así adquiere su saber.

Y esto es aún más cierto en el caso de los conocimientos religiosos, de la práctica de la religión, del ejercicio moral de conformidad con la fe, con las tradiciones, con las costumbres. En general, los hombres viven en función de las tradiciones familiares, como se

observa en toda la superficie del globo. Por eso la conversión a otra religión diferente de aquella recibida durante la niñez encuentra serios obstáculos. Esta extraordinaria influencia de la familia y del medio es algo querido por Dios. Dios quiso que sus bienes se transmitan primero por la familia; por eso dio al padre de familia una gran autoridad, un inmenso poder sobre la sociedad familiar, sobre su esposa, sobre sus hijos. El niño nace con una debilidad tan grande que bien se puede apreciar la necesidad absoluta de la permanencia del hogar y de su indisolubilidad.

Querer exaltar la personalidad y la conciencia del niño en detrimento de la autoridad familiar es asegurar su desgracia, empujarlo a la rebelión, al menosprecio de los padres, siendo así que la longevidad está prometida a quienes honran a sus mayores. Al recordarlo, San Pablo también dice que es deber de los padres no exasperar a sus hijos, sino que éstos han de ser educados en la disciplina y el temor del Señor.

Si hubiera que esperar a poseer la inteligencia necesaria de la verdad religiosa para creer y convertirse, habría bien pocos cristianos en el momento actual. Uno cree en las verdades religiosas porque los testigos son dignos de crédito por su santidad, su desinterés, su caridad. Además, como dice san Agustín, la fe da la inteligencia.

El papel de los padres se ha hecho hoy muy difícil. Según vimos, la mayoría de las escuelas libres están laicizadas, ya no se enseña en ellas la verdadera religión ni las ciencias profanas se enseñan a la luz de la fe. Los catecismos difunden el modernismo religioso. La vida vertiginosa absorbe todo el tiempo, las necesidades profesionales alejan a padres e hijos de los abuelos y abuelas que antes participaban en la educación. Los católicos no están solamente perplejos, sino que además están desarmados. Pero no tanto que no puedan sin embargo asegurar lo esencial, la gracia de Dios. ¿Qué hay que hacer? Existen escuelas verdaderamente católicas, aunque son pocas. A ellas hay que enviar a los hijos aun cuando esto pueda pesar en el presupuesto familiar. Habrá que fundar nuevas escuelas católicas, como algunas personas ya lo han hecho. Si no podéis frecuentar nada más que escuelas donde la enseñanza está desnaturalizada, manifestaos, reclamad, no dejéis que esos maestros hagan perder la fe a vuestros hijos.

El católico debe leer y volver a leer en familia el catecismo de Trento, el más hermoso y el más completo. Puede organizar "catecismos paralelos" con la dirección espiritual de buenos sacerdotes y no ha de tener miedo de que se lo trate de "salvaje" como se hizo con nosotros. Ya numerosos grupos funcionan en este sentido y ellos recibirán a los niños.

Hay que rechazar los libros que transmiten el veneno modernista. Es menester hacerse aconsejar. Editores valientes publican excelentes obras y vuelven a imprimir las que destruyeron los progresistas. No hay que comprar cualquier Biblia; toda familia cristiana debería poseer la Vulgata, traducción latina hecha por san Jerónimo en el siglo IV y canonizada por la Iglesia. Hay que atenerse a la verdadera interpretación de las Escrituras y conservar la verdadera Misa y los Sacramentos como se administraban antes en todas partes. Actualmente el demonio está desencadenado contra la Iglesia, pues precisamente de eso se trata: quizás estamos asistiendo a una de sus últimas batallas, una batalla general. El demonio ataca en todos los frentes y si Nuestra Señora de Fátima dijo que un día el mismo demonio llegaría hasta las más altas esferas de la Iglesia, eso significa que tal cosa podría ocurrir. No afirmo nada por mí mismo, sin embargo se perciben signos que pueden hacernos pensar que en los organismos romanos más elevados hay quienes han perdido la fe.

Es menester tomar urgentes medidas espirituales. Hay que rezar, hacer penitencia, como lo pidió la Santísima Virgen, recitar el rosario en familia. Como se vio en la guerra, la gente

se pone a rezar cuando las bombas comienzan a caer. Pero en este momento precisamente están cayendo bombas: estamos a punto de perder la fe. ¿Se da cuenta el lector de que esto sobrepasa en gravedad a todas las catástrofes que los hombres temen, las crisis económicas mundiales o los conflictos atómicos?

Se imponen renuevos y no ha de creerse que no podamos contar aquí con la juventud. Toda la juventud no está corrompida, como tratan de hacernos creer. Muchos jóvenes tienen un ideal y en el caso de otros basta proponerles uno. Abundan ejemplos de movimientos que apelan con éxito a la generosidad de los jóvenes; los monasterios fieles a la Tradición los atraen, no faltan vocaciones de jóvenes seminaristas o novicios que solicitan ser formados. Aquí puede realizarse un magnífico trabajo de acuerdo con las consignas dadas por los Apóstoles: Tenete traditiones. Permanete in lis quae didicistis. El viejo mundo llamado a desaparecer es el mundo del aborto. Las familias fieles a la Tradición son al mismo tiempo familias numerosas a las que su misma fe les asegura la posteridad. "Creced y multiplicaos". Al cumplir con lo que la Iglesia siempre enseñó, el hombre se proyecta al futuro.

Mons. Marcel Lefebvre

(Continuará)

IMPRESENTABLES

Obispos polacos y Salesianos argentinos




Hermanas Franciscanas de Carondelet (EE.UU)



Fuente: Catapulta

NEWMAN: LOS FIELES Y LA TRADICIÓN



La revista Rambler que se había fundado en 1846 y era la única revista crítica y literaria que sostenía la causa católica en el ámbito intelectual inglés, pasaba en 1859 por momentos difíciles. Había empezado a irritar al cardenal Wiseman y a los obispos católicos, porque algunos de sus redactores (entre ellos Simpson, amigo personal de Newman) parecían disfrutar señalando las «deficiencias» católicas.

En realidad la revista había suscitado en el último decenio agrias polémicas entre los laicos y los obispos católicos. Los obispos pidieron a Newman que mediara en el conflicto y éste aceptó hacerse cargo de la dirección. Aceptó dirigir la revista porque, a la vez que servía a los laicos instruidos y conservaba un órgano de prensa valioso para ellos, ayudaba a los obispos a solucionar un conflicto y a mantener la paz entre los católicos. Desde el principio Newman puso reparos al tono de Rambler, pero no a sus principios. Newman, que había aprendido que a la Iglesia la forman todos los que han recibido el Espíritu Santo, y que había aceptado la dirección de Rambler, un poco por los mismos motivos que había aceptado ser rector en la universidad de Dublín, decidió que debía defender abiertamente el puesto que ocupa el laicado en la Iglesia, pues una Iglesia sin laicos parecería una «Cosa de tontos».

Los obispos católicos no entendían que Newman sostuviera que un laicado instruido y responsable era algo esencial para la Iglesia. Resultado: Newman tuvo que abandonar la dirección de Rambler. Pero en el número de julio Newman publicó su famoso artículo sobre La consulta a los fieles en materia doctrinal, demostrando que las creencias de los fieles sencillos (el consensus fidelium) era una de las maneras de descubrir las verdades reveladas. Retomó una idea ya expuesta en Los arrianos del siglo IV y mostró de nuevo cómo en aquel período «la divina tradición confiada a la Iglesia infalible fue proclamada y sostenida mucho más por los fieles que por el episcopado», cuando «el dogma de la divinidad de nuestro Señor Jesucristo fue proclamado, inculcado, sostenido y (humanamente hablando) protegido mucho más por los oídos de los fieles que por las voces de los que predicaban» y cuando «el cuerpo del episcopado fue infiel al encargo que había recibido, mientras que el cuerpo del laicado fue fiel a su bautismo».

Esta doctrina, molestó mucho a las autoridades y teólogos del catolicismo inglés, pero nadie estaba en condiciones de rebatirla con argumentos mínimamente serios. Se le acusaba de pretender que la parte falible de la Iglesia podía dirigir a la parte infalible. Se llegó a calificar a Newman como «el hombre más peligroso de Inglaterra», pues sus ideas podían enfrentar a los laicos con la jerarquía eclesiástica. Por lo demás, algún obispo argumentó, en un auténtico alarde de «genialidad» que refleja muy bien la mentalidad de la época, que los seglares «podían ir de caza, pegar tiros y dar banquetes, pues de eso es de lo que entienden; pero no tienen ningún derecho a inmiscuirse en los asuntos eclesiásticos».

sábado, 5 de noviembre de 2011

LA VIDA PRESENTE ES UN VIAJE A LA ETERNIDAD


Irá el hombre a la casa de su eternidad.

Ecl. 12, 5


PUNTO 1

Al considerar que en este mundo tantos malvados viven prósperamente, y tantos justos, al contrario, viven llenos de tribulaciones, los mismos gentiles con el solo auxilio de la luz natural, conocieron la verdad de que existiendo Dios, y siendo Dios justísimo, debe haber otra vida en que los impíos sean castigados y premiados los buenos.

Pues esto mismo que los gentiles conocieron con las luces de la razón, nosotros los cristianos lo confesamos también por la luz de la fe: No tenemos aquí ciudad permanente, mas buscamos la que está por venir (He. 13, 14).

Esta tierra no es nuestra patria, sino lugar de tránsito por donde pasamos para llegar en breve a la casa de la eternidad (Ecl. 12, 5). De suerte, lector mío, que la casa en que vives no es tu propia casa, sino como una hospedería que pronto, y cuando menos lo pienses, tendrás que dejar; y los primeros en arrojarte de ella cuando llegue la muerte serán tus parientes y allegados... ¿Cuál será, pues, tu verdadera casa? Una fosa será la morada de tu cuerpo hasta el día del juicio, y tu alma irá a la casa de la eternidad, o al Cielo, o al infierno.

Por eso nos dice San Agustín: “Huésped eres que pasa y mira”. Necio sería el viajero que, yendo de paso por una comarca, quisiera emplear todo su patrimonio en comprarse allí una casa, que al cabo de pocos días tendría que dejar. Considera, por consiguiente, dice el Santo, que estáis de paso en este mundo, y no pongas tu afecto en lo que ves. Mira y pasa, y procúrate una buena morada donde para siempre habrás de vivir.

¡Dichoso de ti si te salvas!... ¡Cuán hermosa la gloria!... Los más suntuosos palacios de los reyes son como chozas respecto de la ciudad del Cielo, única que pudo llamarse Ciudad de perfecta hermosura. Allí no habrá nada que desear. Estaréis en la gozosa compañía de los Santos, de la divina Madre de Nuestro Señor Jesucristo y sin temor de ningún mal. Viviréis, en suma, abismados en un mar de alegría de continua beatitud, que siempre durará (Is. 35, 10). Y este gozo será tan perfecto y grande, que por toda la eternidad y en cada instante parecerá nuevo...

Si, por el contrario, te condenas, ¡desdichado de ti! Te hallarás sumergido en un mar de fuego y de dolor, desesperado, abandonado de todos y privado de tu Dios... ¿Y por cuánto tiempo?... ¿Acaso cuando hubieren pasado cien años, o mil, habrá concluido tu pena?... ¡Oh, no acabará!... ¡Pasarán mil millones de años y de siglos, y el infierno que padecieres estará comenzando!... ¿Qué son mil años respecto de la eternidad?... Menos de un día que ya pasó... (Sal. 89, 4). ¿Quieres ahora saber cuál será tu casa en la eternidad?... Será la que merezcas; la que te fabriques tú mismo con tus obras.


PUNTO 2

“Si el árbol cayere hacia el austro o hacia el aquilón, en cualquier lugar en que cayere, allí quedará” (Ecl. 11, 3). Donde caiga, en la hora de la muerte, el árbol de tu alma, allí quedará para siempre. No hay, pues, término medio: o reinar eternamente en la gloria, o gemir esclavo en el infierno. O siempre ser bienaventurado, en un mar de inefable dicha, o estar siempre desesperado en una cárcel de tormentos.

San Juan Crisostomo, considerando que aquel rico calificado de dichoso en el mundo luego fue condenado al infierno, mientras que Lázaro, tenido por infeliz, porque era pobre, fue después felicisimo en el Cielo, exclama: “¡Oh infeliz felicidad, que produjo al rico eterna desventura!... ¡Oh feliz desdicha, que llevó al pobre a la felicidad eterna!”.

¿De qué sirve atormentarse, como hacen algunos, diciendo: “¿Quién sabe si estaré condenado o predestinado?...”. Cuando cortan el árbol, ¿hacia dónde cae?... Cae hacia donde está inclinado... ¿A qué lado te inclinas, hermano mío?... ¿Qué vida llevas?... Procura inclinarte siempre hacia el austro, consérvate en gracia de Dios, huye del pecado, y así te salvarás y estarás predestinado al Cielo.

Y para huir del pecado, tengamos presente siempre, el gran pensamiento de la eternidad, que así, con razón, le llama San Agustín.

Este pensamiento movió a muchos jóvenes a abandonar el mundo y vivir en la soledad, para atender sólo a los negocios del alma. Y en verdad que acertaron, pues ahora, en el Cielo, se regocijan de su resolución, y se regocijarán eternamente.

A una señora que vivía alejada de Dios, la convirtió el Beato M. Ávila sin más que decirle: “Pensad, señora, en estas dos palabras: siempre y jamás”. El Padre Pablo Séñeri, por un pensamiento de la eternidad que tuvo un día, no pudo conciliar luego el sueño, y se entregó desde entonces a la vida más austera.

Dresselio refiere que un obispo, con ese pensamiento de la eternidad, llevaba santísima vida, diciendo mentalmente: “A cada instante estoy a las puertas de la eternidad”. Cierto monje se encerró en una tumba, y exclamaba sin cesar: “¡Oh eternidad, eternidad!...”. “Quien cree en la eternidad –decía el citado Beato Avila– y no se hace santo, debiera estar encerrado en la casa de locos”.


PUNTO 3

“Irá el hombre a la casa de su eternidad”, dice el Profeta (Ecl. 12, 5). “Irá”, para denotar que cada cual ha de ir a la casa que quisiere. No le llevarán, sino que irá por su propia y libre voluntad. Cierto es que Dios quiere que nos salvemos todos, pero no quiere salvarnos a la fuerza. Puso ante nosotros la vida y la muerte, y la que eligiéremos se nos dará (Ecl. 15, 18).

Dice también Jeremías (Jer. 21, 8) que el Señor nos ha dado dos vías para caminar: una la de la gloria, otra la del infierno. A nosotros toca escoger. Pues el que se empeña en andar por la senda del infierno, ¿cómo podrá llegar a la gloria?

De admirar es que, aunque todos los pecadores quieran salvarse, ellos mismos se condenan al infierno, diciendo: Espero salvarme. “Mas ¿quién habrá tan loco –dice San Agustín– que quiera tomar mortal veneno con esperanza de curarse?... Y con todo, cuántos cristianos, cuántos locos se dan, pecando, a sí propios la muerte, y dicen: “Luego pensaré en el remedio...”. ¡Oh error deplorable, que a tantos ha enviado al infierno!

No seamos nosotros de estos dementes; consideremos que se trata de la eternidad. Si tanto trabajo se toma el hombre para procurarse una casa cómoda, vasta, sana y en buen sitio, como si tuviera seguridad de que ha de habitarla toda su vida, ¿por qué se muestra tan descuidado cuando se trata de la casa en que ha de estar eternamente?, dice San Euquerio.

No se trata de una morada más o menos cómoda o espaciosa, sino de vivir en un lugar lleno de delicias, entre los amigos de Dios, o en una cárcel colmada de tormentos, entre la turba infame de los malvados, herejes o idólatras... ¿Por cuánto tiempo?... No por veinte ni por cuarenta años, sino por toda la eternidad. ¡Gran negocio, sin duda! No cosa de poco momento, sino de suma importancia.

Cuando Santo Tomás Moro fue condenado a muerte por Enrique VIII, su esposa, Luisa, procuró persuadirle que consintiera en lo que el rey quería. Pero Santo Tomás Moro le replicó: “Dime, Luisa; ya ves que soy viejo, ¿cuánto tiempo podré vivir aún?” Podréis vivir todavía veinte años más”, dijo la esposa. “¡Oh, inconsiderado negocio! –exclamó entonces Tomás–. ¿Por veinte años de vida en la tierra quieres que pierda una eternidad de dicha y que me condene a eterna desventura?”

¡Oh Dios, iluminadnos! Si la doctrina de la eternidad fuese dudosa, una opinión solamente probable, todavía debiéramos procurar con empeño vivir bien para no exponernos, si esa opinión era verdad, a ser eternamente infelices. Pero esa doctrina no es dudosa, sino cierta; no es mera opinión, sino verdad de fe: “Irá el hombre a la casa de la eternidad...” (Ecl. 12, 5).

“¡Oh, que la falta de fe –dice Santa Teresa– es la causa de tantos pecados y de que tantos cristianos se condenen!... Reavivemos, pues, nuestra fe, diciendo: ¡Creo en la vida eterna!” Creo que después de esta vida hay otra, que no acaba jamás.

Y con este pensamiento siempre a la vista, acudamos a los medios convenientes para asegurar la salvación. Frecuentemos los sacramentos, hagamos meditación diaria, pensemos en nuestra eterna salvación y huyamos de las ocasiones peligrosas. Y si fuera preciso apartarnos del mundo, dejémosle, porque ninguna precaución está de más para asegurarnos la eterna salvación. “No hay seguridad que sea excesiva donde se arriesga la eternidad” dice San Bernardo.

PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

San Alfonso Mª de Ligorio

martes, 1 de noviembre de 2011

LOS ÚLTIMOS TIEMPOS


Autor: Benjamín Martín Sánchez

¿Qué entendemos por los últimos tiempos? De estos tiempos nos habla muchas veces la Sagrada Escritura. Estos tiempos, que empezaron con la primera venida de Jesucristo, llegarán un día a su plenitud. Están caracterizados por la “falta de fe” y bien pudiéramos llamar “tiempos de incredulidad”. Al final de los mismos tendrán lugar el juicio de naciones, o sea, un gran castigo sobre el mundo, el cual anuncian con frecuencia los profetas por vivir los hombres alejados de Dios y a espaldas del Evangelio.

Los últimos tiempos no hay que confundirlos con el fin del mundo, pues durante ellos tendrá lugar la apostasía o pérdida de la fe, y vendrá el castigo sobre las naciones y quedarán supervivientes, se convertirá el pueblo judío, y de los supervivientes de judíos y gentiles, se formará un pueblo santo sobre la tierra y se cumplirá la profecía de un solo rebaño bajo un solo Pastor, apareciendo la Iglesia de Cristo en todo su esplendor y triunfo.


ALGUNOS TEXTOS BÍBLICOS SOBRE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS

- 1 Timoteo 4,1-2: “El Espíritu claramente dice que en los últimos tiempos apostatarán algunos de la fe, dando oídos al espíritu del error y a las enseñanzas de los demonios, embaucadores, hipócritas, de cauterizada conciencia”.

- 2 Timoteo 3,1-5: 4,1-5: “Has de saber que en los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles, porque habrá hombres egoístas, avaros, altivos, orgullosos, maldicientes, rebeldes a los padres, ingratos, desnaturalizados, desleales, calumniadores, disolutos, inhumanos, enemigos de todo lo bueno, traidores, protervos, hinchados, amadores de los placeres más que de Dios, que con una apariencia de piedad, están en realidad lejos de ella…

- “Pues vendrá un tiempo en que no sufrirán la sana doctrina, antes, deseosos de novedades, se amontonarán maestros conforme a las pasiones, y apartarán los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas…”.

- 2 Ped. 2,1-2; 3,3-4 y 7: “Habrá falsos doctores, que introducirán sectas perniciosas, llegando hasta negar al Señor, que los rescató, y atraerán a sí una pronta perdición. Muchos los seguirán en sus liviandades y por causa de ellos será blasfemado el camino de la verdad… Los cielos y la tierra actuales están reservado por la palabra de Dios para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los impíos…”.

- 1 San Juan 4,3: “Todo espíritu que no confiese a Jesús, ése no es de Dios, es del anticristo, de quien habéis oído y que al presente está ya en el mundo”. Muchos se han hecho anticristos, por lo cual conocemos que ésta es la última hora” (1 Jn. 2, 18).

Los anticristos de que habla San Juan empezaron ya en su tiempo a ser el espíritu del anticristo, que luego actuará plenamente en éste y que ahora está en algunos precursores.

Muchos están cayendo en la actualidad en el error, pero son los que antes no se han adherido sinceramente a la verdad de la fe. Los anticristos que se levantan contra todo lo que se llama Dios, ya han existido y existen en la actualidad en el mundo. De hecho vemos que han caído ya muchas naciones bajo la dictadura marxista-comunista y por sus dirigentes se proclaman enemigas abiertas de Dios y persiguen a la Iglesia de Cristo.

Cuando se habla del Anticristo, algunos disputan si ha de entenderse del Anticristo individual o colectivamente. A esto diremos que no es improbable la opinión de que todas las fuerzas del mal se encarnen (como ya dijeron en los primeros siglos algunos Santos Padres) en el Anticristo-persona en los últimos tiempos, y por tanto que éste sea un individuo, si bien el anticristo-idea va tomando cuerpo en nuestros días.

-San Judas 1,17-21: “Pero vosotros, carísimos, acordaos de lo predicho por los apóstoles de Nuestro Señor Jesucristo. Ellos os decían que a lo último del tiempo habría mofadores que se irían tras sus impíos deseos. Estos son los que fomentan las discordias; hombres animales, sin espíritu. Pero vosotros, carísimos, edificándoos por vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna”.

La apostasía. San Pablo dice que antes de “el día del Señor” vendrá la apostasía o gran defección religiosa, y se manifestará el hombre de iniquidad, el hijo de la perdición, que se opone y se alza contra todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta sentarse en el templo de Dios y proclamarse Dios a sí mismo.

El “hombre de iniquidad” es el anticristo, a cuyo triunfo conducirá la apostasía, “misterio de iniquidad que ya está obrando en el mundo en forma oculta de cizaña… Actualmente se nota la infiltración de la apostasía por todas partes, y a ello contribuye la actitud de muchos cristianos que van cediendo terreno en defensa de las verdades dogmáticas y se van acomodando a la manera de pensar del mundo racionalista, siguiendo teorías que matan la fe.

Si la apostasía va en aumento es evidente que se debe a la crisis o cambio de mentalidad cristiana del hombre y de la sociedad actual, por vivir de espaldas al Evangelio. Y lo peor de todo es que los apostatas en gran parte quedan dentro de la Iglesia y a modo de fermento infectan a otros (Gál.5,9).

Es impresionante este anuncio de Cristo sobre la defección de la fe, no obstante haber prometido su asistencia a la Iglesia hasta la consumación de los siglos: “mas cuando El venga ¿encontrará fe en la tierra) (Lc.18,8)… Por el exceso de maldad se enfriará la caridad de la gran mayoría (Mt. 24,10 ss).


OTROS TESTIMONIOS SOBRE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS

Estos testimonios no son bíblicos, pero son de los primeros siglos de la Iglesia y formulan anuncios escatológicos semejantes a los de los escritos apostólicos.

-La Didaché (Doctrina de los apóstoles), documento del siglo I, dice: “En los últimos días se multiplicarán los falsos profetas y corruptores y se convertirán en lobos de sus rebaños, y la caridad se convertirá en odio; tomando, pues, incremento la iniquidad, los hombres se tendrán odio mutuamente y se perseguirán y traicionarán, y entonces aparecerá el engañador del orbe diciéndose hijo de Dios y hará señales y prodigios; la tierra será entregada en sus manos y hará iniquidades tales como nunca se hicieron en los siglos.
Entonces lo que los hombres crearon será probado por el fuego y muchos se escandalizarán y perecerán; mas los que perseveren en su fe se salvarán de aquel maldito, y entonces aparecerán las señales de la verdad.

-San Agustín en su comentario al salmo 7 sobre los últimos tiempos dice que “habrá pocos con fe pura y sincera entre los cristianos”, añadiendo que “el Anticristo se sentará en el templo, esto es, en la Iglesia, como si el pueblo de Dios estuviese formado de una multitud de impíos….”.

-San Hipólito (mártir del siglo III) “De la consumación del mundo” reconoce que “la seducción llenará el mundo entero”, que la ciudad desierta de Isaías, cap. I, es la Iglesia; los pastores entonces se convertirán en lobos hasta que al fin todos crean en el Anticristo”. Y añade: “Los hombres entonces lucharán unos contra otros, los Prelados serán negligentes para con las ovejas, el pueblo se levantará contra lo sacerdotes, los señores contra los siervos, estos inobedientes, burlada la ancianidad, despreciadas las Escrituras, abundará el estupro, el adulterio; surgirán falsos doctores de perniciosas costumbres, los Pastores se tornarán en lobos, los poderosos despreciarán a los pobres”.

Los textos citados de Santos Padres y otros muchos que omitimos, convienen en decir que se generalizará la apostasía, y ésta será más bien de costumbres que doctrinal, ya que los apóstoles nos hablan de la abundancia de las concupiscencias del corazón, y será producida por un naturalismo corrupto que será la causa de que la fe se entibie y no haya vida de piedad, sino hombres con exterioridades o apariencia de virtud y de hecho alejados de Dios.


EL "DÍA DE YAHVÉ" O JUICIO DE LAS NACIONES

El “día de Yahvé” o “día del Señor”, del cual habla con frecuencia la Escritura es el día del gran castigo de Dios, día de ira es aquel, día de angustia…, de devastación y tinieblas” (Sof. 1, 14).
La manifestación de la ira de Dios es una expresión equivalente a sus castigos divinos. El no obra como los hombres, porque tiene dominio de pasión, y si de hecho castiga es porque el individuo o la sociedad son culpables.
El pecado nos separa de Dios, es incompatible con su santidad (Heb. 10,29-30). De aquí que “ira de Dios y su venganza”, o sea, sus castigos son efectos del pecado.
En el transcurso de los siglos ha habido grandes castigos y vemos que Dios los ha descargado sobre Sodoma, Babilonia, Nínive, Cafarnaum, Jerusalén, etc…, por la incredulidad de sus habitantes. Y no son también grandes castigos las muchas catástrofes, las guerras europeas sufridas y las actuales y cuantas se han sucedido en la historia? Más al fin de los tiempos, cuando apenas haya fe en el mundo, se repetirán estos castigos, pero habrá uno con carácter social y universal, y éste será el juicio de las naciones.
Como notaremos, en los textos siguientes, se nos habla de grandes castigos, de gentes innumerables que perecerán, pero después quedarán aún supervivientes, y por tanto no es el fin del mundo, y a raíz de este castigo tendrá lugar la conversión del pueblo judío, cesarán las guerras y vendrá una época de gran paz. Veamos algunos textos que lo comprueban:

-Miqueas 4,1 y 3: Al fin de los tiempos… Yahvé juzgará a muchos pueblos y ejercerá la justicia sobre las naciones poderosas y hasta las más lejanas, que de sus espadas harán azadas, y de sus lanzas hoces; no alzará la espada gente contra gente, ni se ejercitarán ya para la guerra… (Igualmente Isaías 2,2-4).

-Sofonías 1,14-17; 3,9: “Cerca está el día grande del Señor; próximo está y llega con suma velocidad… Día de ira es aquel, día de angustias y aflicción, día de devastación y tinieblas… Yo angustiaré a los hombres, de modo que andarán como ciegos, porque han pecado contra el Señor; su sangre será derramada como estiércol…; pues he decretado congregar a los pueblos y juntar a los reinos para derramar sobre ellos mi indignación…
Yo daré entonces a los pueblos (a los supervivientes) labios puros para que invoquen el nombre del Señor y le sirvan… El resto de Yahvé no cometerá iniquidad…).

-(“El día del Señor que el profeta anuncia, será un juicio sobre todas las naciones que recibirán su castigo” (Nacar-Colunga), y nótese que después de este juicio quedarán supervivientes que invocan el nombre del Señor).

-Zacarías 13,8-9: “Y sucederá en toda la tierra dice el Señor, que dos partes de ella serán dispersadas y perecerán, y la tercera parte quedará en ella. Esta tercera parte la haré pasar por el fuego, y la purificaré como se purifica la plata y la acrisolaré como es acrisolado el oro. Ellos invocarán mi nombre, y Yo les seré propicio. Yo diré: “Pueblo mío eres tu”; y él dirá: “Tu eres nuestro Dios y Señor”.

-Isaías 24,1-6; 66, 16.19 y 23: “He aquí que el Señor devastará la tierra y la dejará asolada, trasformará la superficie de ella y dispersará a sus habitantes… La tierra está profanada por sus habitantes, pues han traspasado las leyes y violado sus mandamientos… por eso la maldición devora la tierra, y QUEDARA SOLAMENTE UN CORTO NUMERO”.
He aquí que Yahvé viene en medio del fuego…, para derramar su ira con furor y sus amenazas mediante llamas de fuego. Porque va Yahvé a ejercer el juicio con fuego y con la espada a toda carne, y serán muchos los que perecerán por la mano de Yahvé… y mandaré a los sobrevivientes a las naciones… y a las islas lejanas que no han oído nunca hablar de mí… y vendrán todos a postrarse delante de mi, dice el Señor”.

-Isaías 13,9: “Ved, que se acerca el día de Yahvé, y cruel, con cólera y furor ardiente, para hacer de la tierra un desierto, y exterminar a los pecadores…”.

El juicio de las naciones llegará porque así está decretado. San Pedro nos dice que “así como un día desapareció el mundo destruido por las aguas del diluvio, así otro día los cielos y la tierra serán purificados con el fuego, y en ese día perecerán los impíos” (2 Ped. 3,5-7).

Del libro: LOS ÚLTIMOS TIEMPOS, de Benjamín Martín Sánchez, Profesor de Sagrada Escritura.