viernes, 31 de diciembre de 2010

QUIEN AMA A JESUCRISTO, AMA LA MANSEDUMBRE - SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO


Caritas benigna est.
La caridad es benigna.

El espíritu de mansedumbre es propio de Dios: porque este recuerdo de mí es más dulce que la miel. Por eso el alma amante de Dios ama a todos los que Dios ama, como son nuestros prójimos; y así, con voluntad amorosa busca el modo de ayudar, consolar y dar gusto a todos, en cuanto en su mano está. San Francisco de Sales, maestro y dechado de mansedumbre, decía: “La humilde mansedumbre es la virtud de las virtudes, que Dios tanto nos recomienda y por esto es menester practicarla siempre y en todo lugar”. Y el Santo deducía esta regla: “Haced lo que se pueda hacer con amor y dejad de hacer lo que no se pueda hacer sin andar en pendencias. Entiéndese lo que se puede dejar sin menoscabo de la gloria de Dios, porque la ofensa de Dios se ha de impedir siempre, tan pronto como se pueda, por aquel que está en la obligación de impedirla.

Esta mansedumbre ha de practicarse con los pobres de especial manera, quienes, de ordinario, por ser pobres, son tratados ásperamente por los demás. Debe, así mismo, practicarse con los enfermos, los cuales, aquejados como se ven por sus dolencias están mal asistidos. Y más particularmente ha de practicarse la mansedumbre con los enemigos. Vence el mal a fuerza de bien, el odio con el amor, las persecuciones con la mansedumbre, como hicieron los santos, granjeándose de esta suerte el afecto de sus más obstinados perseguidores.

“Nada edifica tanto al prójimo –dice San Francisco de Sales- como el trato afable y amoroso”. Por eso andaba siempre la sonrisa a flor de labios en el Santo, y su empaque, palabras y gestos respiraban benignidad, hasta el extremo que decía de él San Vicente de Paúl que nunca había hallado hombre tan benigno como Francisco de Sales, y añadía que con sólo mirarlo se le hacía contemplar la mismísima benignidad de Jesucristo. Hasta cuando tenía que negar lo que la conciencia no le permitía conceder, de tal manera se mostraba benigno, que los solicitantes, a pesar de ver frustrado su intento, marchaban contentos y aficionados a su persona. Con todos era benigno, con los superiores, con los iguales, con los inferiores, con los de casa y con los de fuera, y muy diferente de aquellos que, en expresión del mismo Santo, “parecen ángeles fuera de casa y dentro son unos diablos. Nunca se quejaba de las faltas de los criados, rara vez los amonestaba y siempre con palabras llenas de benignidad. Cosa, por cierto, muy de alabar en todos los superiores, que deben ser suaves y benignos con sus súbditos y, cuando tiene que señalar una ocupación, deben más bien rogar que mandar. Decía San Vicente de Paúl: “No hallarán los superiores mejor modo de ser obedecidos que mediante la afabilidad”. Y de igual manera se expresaba Santa Juana de Chantal: “Experimenté varios modos de gobernar a mis súbditos, y no lo hallé mejor que la suavidad y tolerancia”.

Hasta en la corrección de los defectos debe el superior estar revestido de templanza. Una cosa es corregir con energía, y otra corregir con aspereza. A veces, cierto que habrá que corregir con energía, cuando se trata de graves defectos, y máxime si son recaídas en ellos; mas aun entonces guardémonos de reprender con aspereza e ira; quienes reprenden con ira causan más daño que provecho. Este es el celo amargo reprochado por Santiago. Gloríanse algunos de dominar a la familia con su régimen de aspereza y aventuran que ese es el arte de gobernar, pero no piensa igual el apóstol Santiago, que dice: Si tenéis en vuestro corazón celos amargos y espíritu de contienda, no os jactéis. Si en alguna ocasión fuera necesario dar al culpable severa represión, para inducirlo a reconocer la gravedad de su falta, es necesario, al menos, al fin de la represión, dejarle buen sabor de boca con palabras de blandura y amor. Se impone curar las heridas como lo hizo el samaritano del Evangelio, con vino y aceite. “Más así como el aceite –dice San Francisco de Sales- sobrenada entre los restantes licores, así es necesario que en todas nuestras acciones sobrenade la benignidad” Y si aconteciere que la persona que ha de sufrir la corrección se hallare turbada y alborotada, se ha de aplazar la represión hasta verle desenojado; de lo contrario, sólo se lograría irritarle más, San Juan, canónigo regular, decía: “Cuando la casa arde, no hay que echar más leña al fuego”.

No sabéis a que espíritu pertenecéis. Así dijo Jesucristo a sus discípulos Santiago y Juan cuando le pidieron castigara a los samaritanos por haberlos expulsado de su país. ¿Cómo? Dijo Jesús: ¿Qué espíritu es ése? No es, por cierto, el mío, todo blandura y suavidad, pues no vine a perder, sino a salvar. Y vosotros, ¿intentáis que pierda a los samaritanos? Callad y no me dirijáis tal súplica, porque repito que ése no es mi espíritu. Y, a la verdad, ¡con qué benignidad, a la vez, buscó la salvación de la samaritana! Primero le pidió de beber y luego le dijo: ¡Si conocieses… quién es el que te dice: “Dame de beber!” A continuación le reveló que El era el esperado Mesías. Además, con cuánta dulzura procuró la conversión del impío Judas, hasta admitirlo a comer en el mismo plato, lavarle los pies y amonestándolo caritativamente en el mismo acto de su traición: ¡Judas! ¿con un beso entregas al Hijo del hombre? Y para convertir a Pedro, después de la triple negación, ¿qué hace? Y volviéndose el Señor miro a Pedro. Al salir de casa del pontífice, sin echarle en cara su pecado, le dirigió una tierna mirada, que obró su conversión, de tal modo que Pedro, mientras vivió, no dejó de llorar la injuria hecha a su Maestro.

¡Cuánto más se gana con la afabilidad que con la aspereza! Nada hay más amargo que la nuez verde, decía San Francisco de Sales; pero, no bien confitada, es suave y dulce al paladar; también las correcciones por naturaleza son ásperas; pero si se hacen con amor y dulzura, tórnanse gratas, consiguiendo por ello el mayor éxito. Se de sí mismo afirmaba San Vicente de Paúl que en el gobierno de su Congregación no se acordaba de haber corregido a nadie ásperamente, fuera de tres veces que se creyó en el deber de obrar así, de lo que siempre se había arrepentido, pues siempre le había resultado contraproducente, al paso que siempre que había corregido con dulzura había conseguido lo que pretendía.

San Francisco de Sales, con su trato amable, conseguía cuanto pretendía, hasta llevar a Dios a los pecadores más empedernidos. Igual hacía San Vicente de Paúl, que solía decir a los suyos: “La afabilidad, el amor y la humildad tienen una fuerza maravillosa para conquistarse los corazones e inducirlos a abrazar hasta lo más repugnante a la naturaleza”. Cierto día encomendó a uno de sus misioneros la conversión de un gran pecador, mas el padre, por más esfuerzos que hizo, no consiguió nada, por lo que rogó al Santo le dirigiera él algunas palabras; hízolo así San Vicente y lo convirtió. El pecador en cuestión afirmaba después que le había cautivado el corazón la dulzura y caridad del P. Vicente. Por eso el Santo no podía tolerar que sus misioneros tratasen a los penitentes ásperamente, asegurándoles que el demonio se sirve del rigor para llevar las almas al infierno.

Hay que practicar la benignidad con todos, en toda ocasión y en todo tiempo. Advierte San Bernardo que hay algunos de trato suave mientras las cosas marchan como una seda, mas si se atraviesa cualquiera contrariedad, cualquier contratiempo, se encienden súbitamente y comienzan a echar fuego como el Vesubio. A estos tales se les puede llamar carbones encendidos, aun cuando ocultos entre cenizas. Quien quiera santificarse ha de ser como el lirio entre espinas, que, por más que nazca entre ellas, no deja de ser lirio, siempre suave y deleitable. El alma amante de Dios conserva siempre la paz del corazón y la traduce hasta en el rostro, lo mismo en la prosperidad que en la adversidad, como cánto el cardenal Petrucci:

Ve en torno suyo al mundo,
que en perpetua mudanza gira ansioso;
mas su interior, profundo
retiro es misterioso,
y allí, unida a su Dios, vive en reposo.

En las adversidades se conoce a los hombres. San Francisco de Sales amaba tiernamente a la Orden de la Visitación, que tantos trabajos le había costado. A menudo la vio a pique de perderse, al embate de las persecuciones que sobre ellas se desencadenaban; mas nunca el Santo perdió la paz, y hasta se alegraba de la destrucción de la Orden si al Señor pluguiera; entonces fue cuando dijo: “Desde hace algún tiempo las adversidades y contradicciones que experimento me han hecho gozar de tan tranquila paz, que no tiene semejante, y es presagio de estar ya cercano el día de la estable unión de mi alma con Dios, único anhelo de mi corazón.

Cuando nos acontezca tener que responder a quien nos tratare mal, vigilémonos para responder siempre con dulzura: Una respuesta blanda aplaca el furor. Una respuesta suave basta para apagar un incendio de cólera. Si nos sintiéramos turbados, preferible es callar, porque entonces no nos parecerá mal decir la primera palabra que nos viniere a los labios; pero, calmada la pasión, veremos que tantos fueron los pecados, cuantas las palabras que se nos escaparon.

Y aun cuando cayéramos en alguna falta, también entonces nos es necesaria la mansedumbre, pues irritarse contra sí después de una falta no es humildad, sino refinada soberbia, como si no fuéramos por naturaleza más que flaqueza y miseria. Decía Santa Teresa: “En estotra humildad que pone el demonio, no hay luz para ningún bien; todo parece lo pone Dios a fuego y sangre”. Airarnos contra nosotros después del pecado es un pecado mayor que el otro cometido, y que traerá consigo no pocos más, pues nos hará abandonar las devociones, la oración, la comunión, y, si practicamos estos ejercicios, será con menguado provecho. San Luis Gonzaga decía que en el agua turbia no se ve, por lo que aprovecha el demonio para sus pescas. Cuando el alma estuviere turbada, no reconocerá a Dios ni lo que procede hacer Entonces, por tanto, después de la caída en cualquier defecto, es cuando hay que volver a Dios confiada y humildemente, pidiéndole perdón y diciéndole con Santa Catalina de Génova: “Estas, Señor, son las flores de mi vergel”. Os amo con todo mi corazón, me arrepiento de haberos disgustado y ya no quiero volver a hacerlo; prestadme vuestra ayuda.

Del libro: Practica de amor a Jesucristo, de
San Alfonso María de Ligorio.

Transcrito por: Inmaculada

jueves, 30 de diciembre de 2010

VERGONZOSO, PENOSO, OPROBIOSO, ESCÁNDALOSO


Hace unos días se comentó muchísimo y en los más diversos tonos sobre la mirada perpleja del papa Benedicto XVI al ver el espectáculo ofrecido ante el por los acróbatas Hermanos Pellegrini. Resultaba a todas luces, por lo menos, incongruente ver a a los acróbatas semidesnudos luciendo su musculatura dentro de la venerable sala Paulo VI del complejo del Palacio Vaticano.

Pero acaba de revelarse algo más…y es que los Hermanos Pellegrini (Erdeo, Natale, Iván y Andrea) fueron unos de los números participantes en el Festival Gay Circus de Barcelona, en 2008. Sí, los Pellegrini, gracias a la sensualidad y homoerotismo de su puesta en escena, tuvieron el honor de representar a Italia en el evento de circo gay.

http://www.infocirco.com/noticia.php?id=405

Nota catapúltica

La foto confirma mi opinión acerca de que en el Vaticano existe una poderosa logia de manfloros. Seguramente en la lista estén los dos monseñores que se babean ante los pectorales de uno de los Pellegrini.

Visto en: Catapulta

IGLESIA 2010: GALERÍA DE IMPRESENTABLES

DOMINICAS (USA)


ESCOLAPIOS (ESPAÑA)

Visto en: Catapulta

EL DECÁLOGO DEL ZOMBI CATÓLICO, BY LUDOVICUS


En respuesta a Genjo, nuestro amigo Ludovicus ha elaborado un interesante decálogo:

1. El zombi católico no piensa, obedece.

2 .El zombi católico adhiere en forma incondicional e irreflexiva a todo lo que dice o mande la autoridad, sea el Papa, sea el líder del movimiento que integra. Es más: adhiere porque es autoridad, no porque se diga o mande algo bueno. Adhiere sin distinguir jerarquía o modalidad. Si el Papa reinante dice que le gusta el strudel, pues le gustará a él. Si el próximo abomina de la repostería alemana, despedirá a la cocinera.

3. El zombi católico está siempre seguro. Jamás se interroga si estará o no en lo cierto. Jamás desconfiará de la pureza de los motivos interiores que lo hacen adherir a la buena causa.

4. El zombi católico está contento y conforme con el modo y todas las prácticas con que se vive el catolicismo en la Iglesia o en el grupo o movimiento que integra. Ni se le ocurre cuestionarlas o enfrentarlas con el Evangelio, para constatar si se han desviado.

5. El zombi católico tiene alegría compulsiva. Desconoce la tristeza, las resistencias de la materia, el sufrimiento verdadero. Es más, lo niega. Niega, en general, la realidad y su realidad. Todo es maravilloso, porque vive en Disneylandia... católica.

6. El zombi católico descuenta la mala fe de quienes critican a la Iglesia o el movimiento que integra. En particular, considera todo ataque a la organización como una conspiración. En última instancia, es Satanás el que ataca su movimiento o a la Iglesia.

7. La crítica interna, es decir, de los mismos católicos o miembros de la organización o movimiento que integra, será para el zombi católico "mal espíritu".

8. El zombi católico considera que el fin justifica los medios, si de salvaguardar la institución, Iglesia o movimiento que integra, se trata. En particular, recurrirá, para defender buenas causas, a argumentos capciosos, restricciones o reservas mentales, argumentos ad hominem. Tendrá especial gusto por resaltar los vicios del adversario ("Y tú más"). Si está en la verdad, puede permitirse ciertas licencias, caer en los maquiavelismos que reprocha al enemigo.

9. El zombi católico se olvida que pertenece a una religión cuyo Fundador fue crucificado por la autoridad religiosa. Que fue sacrificado con el argumento de que "es preferible que muera un hombre a que perezca todo el pueblo".

10. El zombie católico nunca investiga las denuncias contra las autoridades de su movimiento u organización. Fundamental: No lee lo que escriben las víctimas o ex adeptos. Jamás se permite sospechar sobre sus superiores. Se limita a repetir lo que le dicen: son calumniadores, resentidos y mentirosos. Estigmatiza, sobre todo, a los "ex". En definitiva, el zombi católico neocon "suspende el ejercicio de la razón, reprimiendo todo impulso de crítica o revisión de lo que dicen o mandan sus superiores" (Padre Thomas Berg, ex sacerdote legionario, explicando su salida de la Legión de Cristo).

Fuente: The Wanderer
Visto en: Devoción Católica

miércoles, 29 de diciembre de 2010

CÓMO EL ERROR DEL LIBERALISMO SOCAVA LA FE CATÓLICA


Es cosa sabida que la Iglesia ha condenado "ex cathedra" el liberalismo desde siempre, por lo que no es de extrañar que la Doctrina Social de la Iglesia haya sido históricamente tan dura con el capitalismo (que no deja de ser la plasmación económica del pensamiento liberal).

Algún amigo, sin duda con toda la buena intención del mundo, me ha querido convencer últimamente de las bondades de ciertos medios de comunicación liberales ("Intereconomía", "Alba", etc.) que se muestran abiertamente católicos (o eso aparentan al menos). Mi respuesta siempre ha sido a misma: en esos medios hay gente muy valiosa y se defienden muchas veces causas nobles (la vida, por ejemplo), pero al mismo tiempo se difunden errores gravísimos que se hacen pasar por católicos: se defiende el capitalismo, el naturalismo religioso, la democracia liberal, etc. Ello hace que mi disgusto con esos medios de comunicación sea mayúsculo, pues su buena labor en ciertos campos se ensombrece de una manera total con la filosofía errónea con la que impregnan casi todo. De los medios de comunicación en general ningún católico espera coherencia doctrinal con su fe, pero de los que presumen de católicos sí se espera eso, por lo que se da por hecho que la correspondencia existe y con ello el daño que producen es finalmente mucho mayor. Nadie espera coherencia con los principios católicos en "El País" o "Cuatro TV", pero sí en "Alba" o "Intereconomía TV", y por eso es tan dañina su línea editorial sin parecerlo a simple vista.

Los oyentes y lectores habituales de esos medios de comunicación se empapan de "liberalismo católico" (contradicción donde las haya) casi sin darse cuenta, y con ello ven alterados sus principios religiosos sin percatarse de ello. ¡Hasta cuando defienden abiertamente a la Iglesia se apoyan en argumentos económicos, humanitarios o artísticos que son absolutamente secundarios y accesorios!

A ellos, a los católicos de buena voluntad que no se dan cuenta de los peligros de ese "liberalismo católico", dedico hoy unos párrafos del magnífico libro -todo un clásico del pensamiento católico del siglo XIX- titulado "El liberalismo es pecado":

"Por lo demás se llaman católicos, porque creen firmemente que el Catolicismo es la única verdadera revelación del Hijo de Dios; pero se llaman católicos liberales o católicos libres, porque juzgan que esta creencia suya no les debe ser impuesta a ellos ni a nadie por otro motivo superior que el de su libre apreciación. De suerte que, sin sentirlo ellos mismos, encuéntranse los tales con que el diablo les ha sustituido arteramente el principio sobrenatural de la fe por el principio naturalista del libre examen. Con lo cual, aunque juzgan tener fe de las verdades cristianas, no tiene tal fe de ellas, sino simple humana convicción, lo cual es esencialmente distinto.

Síguese de ahí que juzgan su inteligencia libre de creer o de no creer, y juzgan asimismo libre la de todos los demás. En la incredulidad, pues, no ven un vicio, o enfermedad, o ceguera voluntaria del entendimiento, y más aún del corazón, sino un acto lícito de la jurisdicción interna de cada uno, tan dueño en eso de creer, como en lo de no admitir creencia alguna. (...) De ahí el respeto sumo con que entienden deben ser tratadas siempre las convicciones ajenas, aun las más opuestas a la verdad revelada; pues para ellos son tan sagradas cuando son erróneas como cuando son verdaderas, ya que todas nacen de un mismo sagrado principio de libertad intelectual. Con lo cual se erige en dogma lo que se llama tolerancia, y se dicta para la polémica católica contra los herejes un nuevo código de leyes, que nunca conocieron en la antigüedad los grandes polemistas del Catolicismo.

Siendo esencialmente naturalista el concepto primario de la fe, síguese de eso que ha de ser naturalista todo el desarrollo de ella en el individuo y en la sociedad. De ahí el apreciar primaria, y a veces casi exclusivamente, a la Iglesia por las ventajas de cultura y de civilización que proporciona a los pueblos; olvidando y casi nunca citando para nada su fin primario sobrenatural, que es la glorificación de Dios y la salvación de las almas. Del cual falso concepto aparecen enfermas varias de las apologías católicas que se escriben en la época presente. De suerte que, para los tales, si el Catolicismo por desdicha hubiese sido causa en algún punto de retraso material para los pueblos, ya no sería verdadera ni laudable en buena lógica tal Religión. Y cuenta que así podría ser, como indudablemente para algunos individuos y familias ha sido ocasión de verdadera ruina material el ser fieles a su Religión, sin que por eso dejase de ser ella cosa muy excelente y divina.
Este criterio es el que dirige la pluma de la mayor parte de los periódicos liberales, que si lamentan la demolición de un templo, sólo saben hacer notar en eso la profanación del arte, si abogan por las ordenes religiosas, no hacen más que ponderar los beneficios que prestaron a las letras; si ensalzan a la Hermana de la Caridad, no es sino en consideración a los humanitarios servicios con que suaviza los horrores de la guerra; si admiran el culto, no es sino en atención a su brillo exterior y poesía; si en la literatura católica respetan las Sagradas Escrituras, es fijándose tan sólo en su majestuosa sublimidad. De este modo de encarecer las cosas católicas únicamente por su grandeza, belleza, utilidad o material excelencia, síguese en recta lógica que merece iguales encarecimientos el error cuando tales condiciones reuniere, como sin duda las reúne aparentemente en más de una ocasión alguno de los falsos cultos.

Hasta a la piedad llega la maléfica acción de este principio naturalista, y la convierte en verdadero pietismo, es decir, en falsificación de la piedad verdadera. Así lo vemos en tantas personas que no buscan en las prácticas devotas más que la emoción, lo cual es puro sensualismo del alma y nada más. Así aparece hoy día en muchas almas enteramente desvirtuado el ascetismo cristiano, que es la purificación del corazón por medio del enfrentamiento de los apetitos. y desconocido el misticismo cristiano, que no es la emoción, ni el interior consuelo, ni otra alguna de esas humanas golosinas, sino la unión con Dios por medio de la sujeción a su voluntad santísima y por medio del amor sobrenatural.

Por eso es Catolicismo liberal, o mejor, Catolicismo falso, gran parte del Catolicismo que se usa hoy entre ciertas personas. No es Catolicismo, es mero Naturalismo, es Racionalismo puro, es Paganismo con lenguaje y formas católicas, si se nos permite la expresión."

Félix Sardá y Salvany, Pbro. – "El liberalismo es pecado" – 1884

¿Qué diría hoy ese magnífico sacerdote, tan catalán como español hasta la médula, de los medios de comunicación "católicos" del siglo XXI? Creo que no es difícil de adivinar, ¿verdad? Pues eso mismo.

Fuente: Clamar en el desierto

LA ABOGACÍA DEL ESTADO RECONOCE QUE EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANIA IMPONE UNA MORAL ESTATAL


«La concepción filosófica que presupone la democracia es el relativismo»

En el marco del recurso ante el Tribunal Constitucional, el Abogado del Estado ha defendido las asignaturas de EpC frente a los padres objetores. Leonor Tamayo, una de las responsables de Profesionales por la Ética, asegura que no podían esperar «que la propia Abogacía del Estado reconociera por escrito y ante el Tribunal Constitucional, que Educación para la Ciudadanía es una moral de Estado destinada a formar a los alumnos en relativismo ético».

(PpE/InfoCatólica) Leonor Tamayo ha declarado sobre las alegaciones del Abogado del Estado que “nos sorprende que equipare Educación para la Ciudadanía a disciplinas académicas que transmiten conocimientos; Educación para la Ciudadanía enseña a los alumnos, desde los 10 a los 17 años, que no hay bien ni mal, que todo es relativo en el terreno ético y que cada uno tiene su propia moral. Otras asignaturas muestran conocimientos de manera objetiva pero no pretenden que los menores cambien sus valores o se adhieran existencialmente a ellos”.

Entre los argumentos esgrimidos por el Abogado del Estado en sus alegaciones ante el Tribunal, se encuentran los siguientes:

■“La concepción filosófica que presupone la democracia es el relativismo”.
■“Hoy la objeción recae sobre Educación para la Ciudadanía. Mañana podría objetarse la asignatura Ciencias de la Naturaleza, porque se explica en ella la teoría de la evolución, incompatible con la letra del relato bíblico de la Creación”.
■“El principio pluralista de un Estado democrático exige ciudadanos capaces de juicios morales autónomos”.
■De la Constitución no se desprende que “la educación o las virtudes cívicas deba considerarse monopolio de los padres”.

Tamayo ha anunciado que Profesionales por la Ética va a traducir las alegaciones del Abogado del Estado al francés y al inglés para exponerlos en foros internacionales como ejemplo del carácter adoctrinador de Educación para la Ciudadanía. “Las afirmaciones del Abogado del Estado” asegura, “respaldan, por ejemplo, la demanda de 321 españoles a los que estamos asesorando en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo”.

Tanto la Declaración Universal de Derechos Humanos como el Tratado de Lisboa y la propia Constitución Española confirman que los poderes públicos garantizarán que los padres puedan educar a sus hijos según sus convicciones morales y religiosas”. Con base en esos derechos reconocidos por la Constitución y los Convenios internacionales ratificados por España, Profesionales por la Ética ha promovido la demanda de 321 objetores a Educación para la Ciudadanía ante el Tribunal de Estrasburgo y ha denunciado el carácter adoctrinador de estas asignaturas en diversas reuniones de la Organización para la Cooperación y la Seguridad en Europa y en el Parlamento Europeo.

Fuente: InfoCatólica

martes, 28 de diciembre de 2010

sábado, 25 de diciembre de 2010

CARTA ABIERTA A LOS CATÓLICOS PERPLEJOS (XVII)

¿QUE ES LA TRADICIÓN?

El modernismo es ciertamente lo que mina a la Iglesia desde el interior, tanto en nuestros días como ayer. Consideremos todavía algunos conceptos contenidos en la encíclica Pascendi correspondientes a lo que estamos viviendo. "Desde el momento en que su fin es enteramente espiritual, la autoridad religiosa debe despojarse de todo ese aparato exterior, de todos esos ornamentos pomposos mediante los cuales se ofrece como en espectáculo. Aquí ellos olvidan que la religión, si bien pertenece propiamente al alma, no se limita a ella y que el honor rendido a la autoridad recae en Jesucristo que la instituyó."

A causa de la presión ejercida por esos "amigos de novedades", Pablo VI abandonó la tiara, los obispos se despojaron de la sotana violeta y hasta de la sotana negra, así como de su anillo, los sacerdotes se presentan en traje civil y la mayoría de las veces con un aspecto voluntariamente descuidado. Hubo que llegar hasta las reformas generales ya puestas en práctica o reclamadas con insistencia para que san Pío X las mencionara y las considerara el deseo "maníaco" de los modernistas reformadores. Se las reconoce en el siguiente pasaje: "En lo que se refiere al culto (ellos quieren) que se disminuya el número de las devociones exteriores o por lo menos que se detenga su acrecentamiento... Que el gobierno eclesiástico se vuelva a la democracia; que una parte del gobierno sea confiada al clero inferior y aun a los laicos; que la autoridad esté descentralizada. (Quieren) la reforma de las congregaciones romanas sobre todo las del Santo Oficio y del índex... y hay quienes, por fin, haciéndose eco de sus maestros protestantes, desean la supresión del celibato eclesiástico."

Bien se ve que hoy se reclaman las mismas cosas y que no hay ninguna imaginación nueva. En el caso del pensamiento cristiano y en el de la formación de los futuros sacerdotes, la voluntad de los reformistas de la época de Pío, X era abandonar la filosofía escolástica, que debía quedar "relegada a la historia de la filosofía entre los sistemas superados" y preconizaban que "se enseñe a los jóvenes la filosofía moderna, la única verdadera, la única que conviene a nuestros tiempos... que la teología llamada racional tenga por base la filosofía moderna y que la teología positiva tenga por fundamento la historia de los dogmas". En este punto, los modernistas obtuvieron lo que querían y aún más. En lo que se refiere a la enseñanza en los seminarios, hoy se enseña antropología y psicoanálisis, Marx, en reemplazo de santo Tomas de Aquino. Se rechazan los principios de la filosofía tomista en provecho de sistemas inciertos que reconocen ellos mismos su ineptitud, para dar cuenta de la economía del universo, puesto que preconizan ante todo la filosofía del absurdo. Un revolucionario de estos últimos tiempos, un sacerdote "desordenado", muy escuchado por intelectuales, que colocaba el sexo en el centro de toda cosa, no temía declarar en reuniones públicas: "Las hipótesis de los antiguos en el dominio científico eran puras burradas y en semejante burradas apoyaron sus sistemas santo Tomás y Orígenes". Poco después incurría en el absurdo al definir la vida como "un encadenamiento evolutivo de hechos biológicos inexplicables". ¿Cómo lo sabe si es inexplicable? ¿Como un sacerdote, agregaré por mi parte, puede descartar la única explicación que es Dios?

Los modernistas quedarían reducidos a nada si tuvieran que defender sus elucubraciones contra los principios del Doctor Angélico, las nociones de potencia y de acto, de esencia, de sustancia y de accidentes, de alma y de cuerpo, etcétera. Al eliminar estos conceptos, los modernistas hacían incomprensible la teología de la Iglesia y, según se lee en el Motu Proprio Doctoris Angelici "se sigue de ello que los estudiantes de las disciplinas sagradas ya ni siquiera perciben el significado de las palabras mediante las cuales los dogmas que Dios reveló son expuestos por el magisterio". El ataque contra la filosofía escolástica es pues necesario cuando se quiere cambiar el dogma y atacar la tradición.

Pero ¿qué es la tradición? Me parece que con frecuencia se interpreta mal esta la palabra; ya que se la asimila "a las" tradiciones como las que existen en los oficios, en las familias y en la vida civil: la banderita que se pone en el tejado cuando se ha colocado la última teja, la cinta que se corta al inaugurar un monumento, etc. No hablo de estas cosas; la tradición a que me refiero no son las usanzas legadas por el pasado y conservadas por fidelidad a él, aun cuando falten razones claras para hacerlo. La tradición se define como el depósito de la fe transmitido por el magisterio siglo tras siglo. Ese depósito es el que nos dio la Revelación, es decir, la palabra de Dios confiada a los apóstoles y cuya transmisión está asegurada por sus Sucesores.

Ahora bien, hoy se quiere que todo el mundo se ponga "a buscar" como si el Credo no nos hubiera sido dado, como si Nuestro Señor no hubiera venido a aportar la verdad de una vez por todas. ¿Qué pretenden encontrar con toda esa búsqueda? Los católicos a quienes se les quiere imponer un "replantamiento" después de haberlos privado de sus convicciones deben recordar lo siguiente: el depósito de la Revelación quedó terminado el día de la muerte del último apóstol. Ahí se acabó todo, ya no se puede tocar nada hasta la consumación de los siglos. La Revelación es irreformable. El concilio Vaticano I lo recordó explícitamente: "La doctrina de fe que Dios reveló no fue propuesta a las inteligencias como una invención filosófica que las inteligencias debieran perfeccionar, sino que fue confiada como un depósito divino a la Esposa de Jesucristo (la Iglesia) para qué fuera fielmente guardada e infaliblemente interpretada".

Pero, se dirá que el dogma que reconoce en María a la madre de Dios sólo se remonta al año 431, el dogma de la transubstanciación al año 1215, la infalibilidad del Papa a 1870, etcétera. ¿No ha habido aquí una evolución? De ninguna manera. Los dogmas definidos a lo largo de las edades ya estaban contenidos en la Revelación; la Iglesia simplemente los ha definido. Cuando en 1950 el papa Pío XII definió el dogma de la Asunción, dijo precisamente que esta verdad del ascenso al cielo de la Virgen María con su cuerpo se encontraba en el depósito de la Revelación, que esa verdad ya existía en los textos que nos fueron revelados antes de la muerte del último apóstol. En este dominio no se puede aportar nada nuevo, no se puede agregar un solo dogma; sólo se pueden expresar los que existen de una manera más clara, más hermosa y más grande.

Y esto es tan cierto que es la regla que debemos seguir para juzgar los errores que nos proponen cotidianamente y rechazarlos sin ninguna concesión. Bossuet lo dijo con fuerza: "Cuando se trata de explicar los principios de la moral cristiana y de los dogmas esenciales de la Iglesia, todo lo que no aparece en la tradición de todos los siglos y especialmente en la antigüedad es no sólo sospechoso, sino malo y condenable; y éste es el principal fundamento sobre el que se apoyaron todos, los santos padres (de la iglesia) y los papas, más que los demás, para condenar doctrinas falsas, pues nunca hubo nada más odioso a la Iglesia romana que las novedades".

El argumento que se quiere imponer a los fieles atemorizados es éste: "Os aferráis al pasado, sois anticuados; vivid el tiempo actual". Algunos, desconcertados, no saben qué responder y sin embargo la respuesta es fácil: Aquí no hay ni pasado, ni presente ni futuro, la verdad es de todos los tiempos, es eterna.

Para demoler la tradición, le oponen las Sagradas Escrituras, como hacen los protestantes, y afirman que el Evangelio es el único libro que cuenta. ¡Pero la tradición es anterior al Evangelio! Aunque los sinópticos hayan sido escritos mucho menos tardíamente de lo que se trata de hacer creer, antes de que los cuatro evangelistas hubieran terminado su redacción, transcurrieron muchos años; ahora bien, la Iglesia ya existía, el día de Pentecostés ya había sobrevenido y había provocado numerosas conversiones, tres mil el mismo día al salir del cenáculo. ¿Qué creyeron en ese momento aquellos fieles? ¿Cómo se realizó la transmisión de la Revelación sino por tradición oral? No se puede subordinar la tradición a los libros sagrados y menos aún rechazarla apelando a ellos.

Pero no creamos que al adoptar esta actitud los modernistas tengan un respeto ilimitado por el texto inspirado. Hasta ponen en tela de juicio que ese texto sea íntegro: "¿Qué es lo que está inspirado en el Evangelio? Solamente las verdades que son necesarias a nuestra salvación". En consecuencia, los milagros, los episodios de la niñez de Jesús, los hechos de Nuestro Señor son relegados al género biográfico más o menos legendario. En el concilio se debatió sobre esta frase: "Solamente las verdades necesarias a la salvación"; había obispos partidarios de reducir la autenticidad histórica de los Evangelios, lo cual muestra hasta qué punto el clero está carcomido por la gangrena del neo modernismo. Los católicos no deben dejarse engañar: todo el Evangelio está inspirado; quienes lo escribieron tenían realmente su inteligencia bajo la influencia del Espíritu Santo, de manera que la totalidad del Evangelio es palabra de Dios, Verbum Dei. No es lícito elegir partes y decir: "Aceptamos esta parte pero no aceptamos esa otra". Elegir supone una actitud herética, según la etimología griega de la palabra.

Pero lo que nos trasmite el Evangelio es ciertamente la Tradición y corresponde a la Tradición, al magisterio la explicación del contenido del Evangelio. Si no, tenemos, a nadie que nos interprete, podemos ser muchos quienes lo comprendamos de una manera enteramente opuesta a la palabra misma de Cristo. Entonces se desemboca en el libre examen de los protestantes y en la libre inspiración de todo ese carismatismo actual que nos lanza a la pura aventura.

Todos los concilios dogmáticos nos dieron la expresión exacta de la Tradición, la expresión exacta de lo que enseñaron los apóstoles. Eso no puede reformarse. No se pueden modificar los decretos del concilio de Trento porque son infalibles, porque están escritos en virtud de un acto oficial de la Iglesia, a diferencia del concilio Vaticano II cuyas proposiciones no son infalibles, porque los papas no quisieron empeñar su infalibilidad. De manera que nadie puede decirnos: "Ustedes se aferran al pasado, ustedes se han quedado en el concilio de Trento". ¡Porqué el concilio de Trento no es el pasado! La Tradición tiene un carácter intemporal, se adapta a todos los tiempos y a todos los lugares.

Mons. Marcel Lefebvre

(Continuará)

LA NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO - 25 DE DICIEMBRE

María dio a luz a su hijo primogénito,
y lo envolvió en pañales, y lo recostó en un pesebre,
porque no había lugar para ellos en la hostería.
(Lucas 2, 7)

Augusto, señor del mundo, había ordenado un censo general y preparó así, sin saberlo, el cumplimiento de las profecías; María y José debieron trasladarse a Belén. Carentes de un techo hospitalario, se retiraron a una gruta que albergaba a un buey. ¡Allí fue donde nació el verdadero Señor del mundo! Envuelto en pobres pañales y acostado en un pesebre de piedra sobre un poco de paja, no fue calentado sino por el amor materno y paterno y por el aliento del buey de los pastores y el asno de los pobres viajeros. A estos homenajes se asoció toda la creación espiritual y material: los ángeles del cielo anunciaron al Salvador, primero al pueblo de Dios y a los humildes en la persona de los pastores, que acudieron a la gruta; después, una estrella misteriosa llevó a ella a los magos, primicias de la gentilidad y de los grandes. Toda la tierra estaba entonces convidada a entrar en el divino redil. ¡Gloria a Dios y paz a los hombres!

MEDITACIÓN
SOBRE LA NATIVIDAD DE JESÚS

I. La desnudez del Hijo de Dios hecho hombre debe inspirarnos el desprecio de las riquezas y el amor de la pobreza. Jesús es abandonado por todos; carece de fuego, tiene sólo algunos pañales para defenderse de los rigores del frío. Es la primera lección que Dios nos da viniendo a este mundo; ¿cómo lo escuchamos nosotros? ¿Qué amor tenemos por la pobreza? Tanto la ha amado Jesús, que ha descendido del cielo para practicarla. ¿Qué remedio aplicar a la avaricia si la pobreza del Hijo de Dios no la cura? (San Agustín).

II. La humildad brilla con admirable fulgor en el nacimiento de mi divino Maestro. Quiere nacer en un establo, de una madre pobre, esposa de un pobre artesano: todo en este misterio nos predica humildad. ¿Podríamos dejarnos todavía arrastrar a la vanidad? ¿Ambicionaremos todavía dignidades y honores? Aprendamos hoy lo que debemos amar y estimar; persuadámonos de que la verdadera grandeza de un cristiano consiste en imitar a Jesús y en humillarse.

III. El amor de Jesús por los hombres lo redujo a estado tan pobre y tan humilde. El hombre se había perdido queriendo hacerse semejante a Dios; Dios lo redime tomando su naturaleza y sus debilidades. Quiso Jesús hacerse semejante a nosotros; respondamos a su amor haciéndonos semejantes a Él. Él quiere nacer en nuestro corazón por la gracia; no le neguemos la entrada y cuando esté en él, conservémoslo mediante la práctica de las buenas obras. Cristo nace en nuestra alma, en ella crece y se desarrolla: pidámosle que no quede mucho tiempo pobre y débil (San Paulino).


La humildad.
Orad por la Iglesia.

ORACIÓN

Haced, os lo suplicamos, oh Dios omnipotente, que el nuevo nacimiento según la carne de vuestro Hijo unigénito, nos libre de la antigua servidumbre a que nos tiene sujetos el pecado. Por J. C. N. S.

Texto del santoral del P.Grosez, S.J.
Fuente: Tradición Católica.com

jueves, 23 de diciembre de 2010

NAVIDAD CUMPLEAÑOS DE JESÚS

UNA JOVEN JUDÍA CONVERSA CONMUEVE AL MUNDO: SE MUESTRA FELIZ EN MEDIO DE TERRRIBLE ENFERMEDAD

Joni Seith

Ha hecho del "todo es gracia" paulino el lema de su vida, hasta el límite de afirmar que su enfermedad degenerativa de los huesos también lo es.

Por: Gilberto Pérez/ReL, 21 de diciembre de 2010.

A veces podríamos pensar que la felicidad empieza allí donde termina el sufrimiento. Y así postergamos para un mañana que probablemente nunca llegará nuestra decisión de amar y ser felices. Pero Joni Seith, una joven judía conversa al catolicismo, ha descubierto esa paradoja de la vida cristiana: el valor salvífico y redentor del dolor, y su sufrimiento, una penosa enfermedad degenerativa del sistema óseo, se ha convertido para ella una "gracia" que testimonia al mundo entero.

Buscar a Cristo con los cinco sentidos

Nacida en una familia en la que el judaísmo era más cultural que religioso, de pequeña participaba con agrado de las diversas tradiciones hebreas. Sin embargo, entrada a la adolescencia, lleva una vida "bastante mundana" pues, "¿Quién necesita la religión o a Dios?" se decía.

De pequeña

Unas extrañas pesadillas, su desencanto de la vida que llevaba, la depresión unidas al testimonio cristiano de fe y paz con el que su abuela dejó este mundo hacen que Joni se fuera "de compras por las iglesias” de diferentes denominaciones para encontrarse con el Mesías. De hecho, años antes había preguntado a un rabino en una de las reuniones de adolescentes de la sinagoga: "¿Por qué no aceptamos a Jesús como el Mesías? Me parece que cumplió lo que estaba escrito en nuestra Biblia" (o al menos en lo poco que sabía de las Escrituras). Le dijeron que no volviera. Era obvio que era una pésima Judía. Durante los meses siguientes, explica, “me fui de compras por las iglesias”. “Fui a iglesias de diferentes denominaciones e incluso volví al templo (la sinagoga) para asegurarme de que no estaba cometiendo un gran error”. "¿Qué pasa si el rabino tenía razón? Podría complicarme con un montón de problemas", pensé. Al visitar diferentes iglesias y la sinagoga, me di cuenta de que faltaba algo, pero no sabía qué”.

“Finalmente entré en una iglesia católica para ver lo que tenía que ofrecer. Llegué durante su celebración y de inmediato me sentí cómoda. Entonces sucedió algo que cambió mi vida para siempre. Campanas sonaron y el celebrante tomó en sus manos un círculo blanco. Mientras mantenía el misterioso disco en alto para que todos lo vieran, mis ojos se abrieron. Vi la Verdad por primera vez. "¡Señor mío y Dios mío!" proclamé con todo mi ser, y lloraba. Estaba en casa. Inmediatamente fui a ver a mis padres y les dije que me convertía al catolicismo”.

Tras recibir el bautismo y contraer matrimonio que la bendijo con cuatro hijos, Joni comienza a experimentar la crudeza de su enfermedad. "La endometriosis se hizo tan debilitante que tuvieron que hacerme una histerectomía completa a la edad de treinta y dos años. Allí los doctores descubrieron que mi densidad ósea era la de una mujer de ochenta años de edad. A partir de ese momento, mi cuerpo parecía desmoronarse".

La perspectiva de llevar una vida marcada por el sufrimiento era algo que Joni no aceptaba. Y el padecimeinto comenzó a agravarse. "Fui diagnosticada con fibromialgia". Pese a la terapia "me encontré sin siquiera poder levantarme del sofá.

Posteriormente, los médicos le diagnosticaron una rara enfermedad genética del tejido conectivo llamada síndrome de Ehlers Danlos. El músculo y los tejidos conectivos unidos a la base de su columna vertebral se habían soltado de los huesos de la espalda inferior.

La Gracia vino

"Todo lo que podía hacer era rezar. Y Dios me respondió. Mientras estaba acostada en el sofá, sentí desesperación. Pero Dios me permitió ver la desesperación a través de los ojos de una persona con fe. Aprendí en un instante lo que la fe era, y la fe en Dios hace la diferencia en la vida de las personas.

"La Gracia vino. La gracia de creer en Aquél que me amó más que nadie me amaba. La gracia de aceptar que mi enfermedad se permanecería hasta que Él creyera que estaba lista para sanarme. La gracia de confiar en Él, que sabía mejor que nadie cómo quería usarme para su bien. Y Él me regaba con su paz. Con este nuevo conocimiento acepté mi deterioro de salud. A pesar de que la enfermedad causó estragos en mi cuerpo, no robó mi paz. El dolor no disminuyó pero ahora tenía la oportunidad de llevarlo mejor. Dios me enseñó "qué ofrecer". Había escuchado la expresión, pero ahora Él quería que yo la viviera".

"Una noche, mientras estábamos rezando el Rosario, Dios me dijo, "Joni, ¿sabes que siempre me dices que prefieres tener tú estas enfermedades en lugar de que las sufran tus hijos? ¿Que prefieres sufrir tus migrañas a ver a tus hijos sufrir?". "Sí, Señor” -le dije-, preocupada por lo que me estaba diciendo. "Bueno, ¿sabes lo que Yo hice por vosotros mis hijos? He sufrido por vuestros pecados. He sufrido el dolor y el castigo para que no tengáis que sufrir las penas del infierno. Hice esto porque os amo y porque te amo".

"Esa noche, Jesús me enseñó qué es el amor. Esa noche Jesús me invitó, como Él nos invita a todos, a amar como Él lo hace. "Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que éste, que uno dé su vida por sus amigos" (Juan 15:12-13). Esa noche, Jesús me enseñó el significado de Su Santa Cruz. Él me enseñó el significado de su Sagrado Corazón. Esa noche, Jesús me enseñó sobre el amor verdadero".

Camisetas con mensajes católicos

Así, y a pesar de que estaba destinada a estar postrada en un sofá, Joni se sintió que podría pintar camisetas con mensajes católicos desde el sofá. Su fe, su esfuerzo y el apoyo de su esposo y de unos amigos hicieron que naciera su hoy próspero negocio.

Mientras tanto, su salud siguió disminuyendo. Ahora tenía la densidad ósea de una mujer de noventa años. Su pie se rompió mientras salía de la iglesia. Se rompió el esternón mientras estaba durmiendo. "Había confiado en Dios antes, pero ahora había llegado el momento de confiar realmente en Él".

Posteriormente se dedicó a escribir un libro sobre la vida de los santos para niños. "¡Él no iba a dejar que perdiera la cabeza como estaba perdiendo mi cuerpo! Cuanto peor me sentía, más me inspiraba lo que iba a dibujar y escribir. Dios me dio el regalo de mis obras de arte y nuestro negocio de camisetas para mantenerme cuerda".

Las "muertes misericordiosas", robo de una bendición

La experiencia de Joni la lleva a rechazar la eutanasia. "A través de estos desafíos, Dios me dio una conciencia de lo que las llamadas "muertes misericordiosas" están robando a los enfermos y a los ancianos. La mentalidad de la "cultura de la muerte" está tratando de romper la relación íntima con Jesucristo, del sacrificio de amor que Él espera de aquellos que sufren. Este mundo quiere robar nuestra paz, nuestra alegría y la unión de nuestros sufrimientos con Él. Este mundo quiere robar nuestra oportunidad de amar como Jesús ama".

"Pero gracias a Dios, Jesús me guardó de que el mundo me robe esa bendición. Él me enseñó lo que significa "qué ofrecer". Todo lo que necesitamos hacer es pedirle que derrame su gracia sobre nuestros hermanos y hermanas para ofrecer nuestro dolor y enfermedades, nuestras decepciones así como nuestras alegrías por el bien de los demás. Dios nos ama tanto que Él nos quiere introducir en el sacrificio amoroso de su cruz, el instrumento de su amor y gracia, su paz y vida en nosotros -el misterio de su Sacratísimo Corazón. Es una gran lección que aprender".

Nota de CATOLICIDAD: Se agregaron algunas citas más de Joni Seith que no aparecían en el artículo original.

Fuente: Catolicidad

miércoles, 22 de diciembre de 2010

ALGUNOS PENSAMIENTOS DEL PADRE PÍO SOBRE LA NAVIDAD


La ternura de la Navidad

«Todas las fiestas de la Iglesia son hermosas… la Pascua, sí, es la glorificación… pero la Navidad posee una ternura, una dulzura infantil que me atrapa todo el corazón»


Lágrimas de gratitud

«¡Qué feliz me hace Jesús! ¡Qué suave es su espíritu! Pero yo me confundo y sólo consigo rezar y repetir: “Jesús, pan mío”»


Los vagidos de Jesús

«Sólo se oyen los vagidos y el llanto del niño Dios y con este llanto y estos vagidos ofrece a la justicia divina el primer rescate de nuestra reconciliación …»


El más pequeño de nosotros

«Que el Niño Jesús te colme de sus divinos carismas, te haga probar las alegrías de los pastores y de los ángeles y te revista todo con el fuego de esa caridad por la que se hizo el más pequeño de nosotros, y te convierta en un niño pequeño lleno de amabilidad, sencillez y amor»


Dulcísimo Jesús

«Que el dulcísimo Niño Jesús os traiga todas las gracias, todas las bendiciones, todas las sonrisas que plazca a su infinita bondad...»


Jesús llama... movidos por su gracia corren

«Jesús llama a los pobres y sencillos pastores por medio de los ángeles para manifestarse a ellos. Llama a los sabios por medio de su misma ciencia. Y todos, movidos por el influjo interior de su gracia, corren hacia él para adorarle. Nos llama a todos con las inspiraciones divinas y se comunica a nosotros con su gracia»


La justificación de los pecadores

«Nuestra justificación es un milagro extremadamente grande que la Sagrada Escritura compara con la resurrección del Maestro divino. Sí, querida amiga, la justificación de nuestra impiedad es tal que bien podemos decir que Dios mostró su potencia más en nuestra conversión que en sacar de la nada el cielo y la tierra, pues hay más contraposición entre el pecador y la gracia que entre la nada y el ser. La nada está menos lejos de Dios que el pecador. Además, en la creación se trata del orden natural; en la justificación del impío, en cambio, se trata del orden sobrenatural y divino»


Jesús es con mayor razón para los pecadores

«Jesús es de todos, pero lo es con mayor razón para los pecadores. Nos lo dice él mismo: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos”. “El Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido”. “Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión”»


... lo hace para que seas más humilde

«Nuestro Señor te ama tiernamente, hija mía. Y si no te hace sentir la dulzura de su amor, lo hace para que seas más humilde y te sientas despreciable. No dejes por ello de recurrir a su santa benignidad con toda confianza, especialmente en el tiempo en el que nos lo representamos como cuando era un niño pequeño en Belén. Porque, hija mía, ¿para qué toma esta dulce, amable condición de niño si no es para provocarnos a amarlo confidentemente y a entregarnos amorosamente a él?»


Pidamos que nos revista de humildad

«Pidamos al Niño divino que nos revista de humildad, porque sólo con esta virtud podemos gustar este misterio relleno de divinas ternuras»

Fuente: 30 Giorni
Visto en: Romanistas

lunes, 20 de diciembre de 2010

UN ALTAR RETORCIDO


El arzobispo Reinhard Marx, arzobispo de Munich (Alemania) -nombrado por el Papa Benedicto XVI como miembro de la Congregación para la Educación Católica- consagra un altar hecho de barras de acero retorcidas. La fealdad de los modernos “altares” siempre encuentran nuevos modos de expresión… Así tenemos un santuario en verde brillante y una pared de proyección en donde los fieles alguna vez miraban hacia el altar mayor.

Fuente: Distrito Alemán de la FSSPX.
Visto en: Santa Iglesia Mílítante

sábado, 18 de diciembre de 2010

MÁXIMAS DE SAN PABLO DE LA CRUZ (XII)

La Pasión de Jesucristo y el desprendimiento
de sí mismo, y la infancia espiritual

I
¡Dichosa al alma que se desprende de su propia satisfacción, de su propia voluntad, de su propio sentido! ¡Sublime enseñanza es ésta! Dios la enseña a los que, como San Pablo, ponen todo su contentamiento y toda su gloria en la Cruz de Jesucristo.

II
El amor propio es un dragón de siete cabezas; pretende introducirlas en todas partes; es, pues, necesario temer muchísimo y siempre a esta audaz e infernal bestia, y estar constantemente en guardia contra ella.

III
Debéis practicar la virtud de la pobreza de espíritu; viviendo en un desprendimiento perfecto de todo consuelo sensible, ya interior, ya exterior, para no caer en el vicio de la gula espiritual. ¡Dichosos los pobres de espíritu! Dice Jesucristo.

IV
Es indispensable desprenderse de la satisfacción propia, del propio juicio y del propio sentimiento, para no caer en la curiosidad espiritual, y así practicar la verdadera pobreza espiritual tan necesaria para la salvación.

V
No debéis poner mucha atención ni deteneros en los favores divinos, sino en la fuente de donde dimanan estos favores. Los arroyos son buenos porque salen de la fuente, pero la fuente vale mucho más.

VI
Abismaos y perdeos más y más en Dios, amándole con amor puro y desprendido de toda propiedad; no busquéis los consuelos sensibles, más bien haced de ellos un sacrificio al Señor. Poned los divinos favores en el incensario de vuestro corazón y en el fuego del puro amor, y ofreced el perfume a Dios con reconocimiento, viviendo en una verdadera desnudez de espíritu.

VII
Los dones de Dios, dejan en el alma que es humilde un gran conocimiento de su nada, el amor de los desprecios, el fervor para todos los ejercicios de virtud, y hacen guardar el secreto de ellos para todas las criaturas, excepto para el Padre espiritual o Director; el alma no debe reposar sobre el don, pero sí sobre el Dador.

VIII
Hoy es la fiesta de la Inmaculada Concepción de nuestra muy amada Madre, María Santísima, es decir, es el día memorable en que el Omnipotente manifestó toda la fuerza de su brazo, preservando de la mancha original a María. Gocémonos de ver a María más pura que los Ángeles, más resplandeciente que la luna, más brillante que el sol. Alabemos al Señor por los inmensos dones, virtudes y gracias que a manos llenas ha derramado sobre esta purísima y santísima criatura. ¡Ah! Yo me reputaría por dichoso, si pudiese verter mi sangre para honrar a María en este singular privilegio, y estoy seguro que por ello daría mucha gloria a nuestra augusta Reina.

IX
Cuando se va al huerto, no es para coger hojas, sino para coger frutas; lo propio hay que hacer en el jardín místico de la oración: es necesario no buscar las hojas de los sentimientos y consuelos sensibles, sino recoger los frutos de las virtudes de Jesucristo.

X
Conservad vuestro espíritu libre de toda vana reflexión y fantasía, despojado de todos los objetos criados; en este estado podrá unirse sin que nada le estorbe, al soberano Bien por una voluntad firme y fervorosa.

XI
Si queréis que Dios obre sus grandes maravillas en vuestra alma, debéis conservaros, lo más que os sea posible, en una abstracción perfecta de todo lo criado, en una sincera y total pobreza de espíritu, y en una verdadera soledad interior.

XII
Dejad que todas las potencias de vuestro cuerpo, como las ovejas de Moisés, se internen en lo más empinado del desierto, y se pierdan en la inmensidad del Ser Supremo, que es su origen, su centro y su último fin. ¡Pérdida dichosa! ¡Desierto sagrado, en donde el alma aprende la ciencia de los Santos, como Moisés la aprendió en la soledad del monte Horeb!

XIII
¡Dichosa el alma que se desprende de su propio sentimiento y de su espíritu propio! ¡Qué profunda lección es ésta! Dios la hace comprender a los que ponen todo su contentamiento en la Cruz de Jesucristo, en la muerte sobre la cruz del Salvador, a todo lo que no es Dios. ¡Oh silencio! ¡Oh sueño sagrado! ¡oh soledad preciosa!

XIV
Sed más y más humilde; teneos siempre en una verdadera pobreza de espíritu; despojaos de todos los dones porque nosotros los manchamos con nuestras imperfecciones; haced un sacrificio de alabanzas, de honor y de bendición al Altísimo, viviendo en vuestra nada. Este sacrificio debe hacerse en el fuego del amor, sin salir jamás del misterioso y sagrado desierto interior.

XV
Dios pone sus divinas complacencias en aquellos que se hacen pequeños y se vuelven como niños; los tiene unidos a sí, los alimenta con la leche de sus especiales bondades y los prepara a sí a la mística embriaguez que comunica al alma la sabiduría de los Santos

XVI
Hagámonos niños con Jesús, ocultándonos en nuestra nada; seamos humildes y sencillos como niños, con una santa obediencia, con pureza de corazón, con amor a la santa pobreza, con grande aprecio de los sufrimientos, y sobre todo, con una fiel observancia de las reglas, sin pretender interpretarlas, de cualquier manera que sea.

XVII
El alma que purificada de toda mancha de pecado y de vicio, desprendida de todo lo criado y sepultada en el sepulcro de su nada, permanece en esta divina soledad, en esta mística muerte, renace a cada instante en el divino Verbo, a una vida nueva, vida de amor, vida de merecimientos, vida celestial y divina.

XVIII
Desead ardientemente, a ejemplo de María Santísima, que el Niño Jesús venga a nacer en vuestro corazón, y pedid a esta divina Madre que interponga su valimiento, para que entre Jesús y vuestra alma, se establezca la más estrecha alianza de amor.

XIX
Preparad cuidadosamente vuestra alma, mediante la práctica de todas las virtudes, máxime de la santa humildad, a fin de que el Verbo de Dios establezca en ella su morada; rogadle se digne hermosearla más y más con sus celestiales gracias y enriquecerla con sus divinos dones.

XX
Con la práctica de las virtudes os dispondréis a penetrar en la cueva de Belén. Allí calentaréis con el fuego de vuestros afectos al Divino Infante que tiembla de frío; y en retorno, El encenderá en vuestro corazón la llama de su divino y santo amor.

XXI
Despojaos del hombre viejo, a saber, de todos los afectos mundanos, de todas las inclinaciones perversas y de todo deseo desordenado, y revestíos del hombre nuevo, es decir, de Nuestro Señor Jesucristo; ¡Oh, qué bella disposición es ésta para acompañar a María y a José en el portal de Belén!

XXII
Si deseáis ser verdadero siervo de Dios y recibir los abundantes dones que su Hijo humanado vino a traer a los hombres, debéis ser mudo, ciego y muerto a todo lo que no es Dios, y vivir sola y exclusivamente en Dios y por Dios.

XXIII
La mejor preparación para recibir a Jesús Niño en la venturosa noche que nos recuerda su venida al mundo, y gustar espiritualmente su divina presencia. Consiste en humillarse profundamente y abismarse en la hoguera de la soberana caridad, trasformándose en El por amor, y divinizándose en cierto modo. El dulce Jesús hará este trabajo en nosotros, si nosotros cooperamos a su gracia mediante la mortificación de nuestros sentidos y la práctica de las virtudes.

XXIV
Puesto que el Divino Infante nace en esta dichosísima noche, y es reclinado en un pesebre, hagámonos niños como el, abismándonos en nuestra nada. Contemplemos llenos de asombro este sublime misterio de caridad infinita, y dejemos a nuestra alma que se sumerja y se pierda en el océano del Sumo e infinito Bien.

XXV
Alegrémonos en este hermoso día, regocijémonos con los santos Ángeles, cantemos con santo júbilo el Gloria in excelsis Dio, et pax hominibus bonae voluntatis. Olvidemos al mundo entero para absorvernos en el tierno misterio de esta grande solemnidad. ¡Ah! ¡Un Dios niño! ¡Un Dios envuelto en pobres pañales! ¡Un Dios sobre un poco de heno y entre dos animales!... ¿Quién rehusará la humillación? ¿Quién rehusará someterse a la criatura por amor de Dios? ¡Quien se atrevera a quejarse? ¿Quién no guardará silencio interior y exterior en los trabajos?

XXVI
Meditad con atención el misterio de estos días. Pesad las incomodidades, el frío, la pobreza, la privación de todas las cosas en que se encontraban Jesús, María y José; y es indudable que concebiréis la generosa resolución de haceros grandes santos por la fiel y exacta imitación de estos santos modelos.

XXVII
Poned vuestro corazón en los pañales sagrados del dulce y divino Niño, para que os vivifique, os anime, os inflame, os santifique, y os haga capaces de grandes cosas por la gloria de Dios, y que la Santísima Virgen María os bañe con el precioso licor de su leche virginal.

XXVIII
Estrecho es el camino del cielo. Dejémonos guiar y conducir por aquellos que Dios ha elegido para dirigirnos y gobernarnos. Así seremos verdaderos imitadores del Divino Infante, que se abandonó en todo a los cuidados de María, su Madre, la Virgen purísima santísima e inmaculada.

XXIX
Poned vuestro corazón en el seno tierno y amoroso de Jesús Niño; rogadle que lo abrase en las llamas de aquel fuego celestial que ha traído a la tierra, y lo convierta en un horno de amor puro, ardiente, impetuoso, divino.

XXX
Vivid ocultos en vuestra nada; sed humildes y sencillos como los niños, y el amabilísimo Jesús os hará partícipes de aquella paz divina que los Ángeles prometieron a los hombres de buena voluntad, y os llenará de sus infantiles caricias.

XXXI
Acompañad en espíritu al Niño Dios en su huída a Egipto, compadeciéndoos de sus incomodidades y privaciones; y decidle con todo el ardor de que sois capaces: ¡Oh Jesús, mi amor, consumid mi corazón en las llamas de vuestro amor; hacedme humilde; dadme la sencillez de la infancia; trasformadme en vuestro santo amor! ¡Oh Jesús, vida de mi vida, alegría de mi alma! ¡Dios mío! Recibid mi corazón como un altar sobre el cual yo sacrifique el oro de una caridad ardiente, el incienso de una oración continua, humilde, fervorosa; y la mirra de una mortificación constante de todos mis sentidos y apetitos.

San Pablo de la Cruz

(Fin de las máximas)

LA LIBERTAD DE PRENSA - MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE

“Libertad funesta y execrable.” Gregorio XVI, Mirari Vos

Si se sigue leyendo de las actas de los Papas una después de la otra, se ve que todos han dicho lo mismo sobre las libertades nuevas nacidas del liberalismo: la libertad de conciencia y de cultos, la libertad de prensa, la libertad de enseñanza, son libertades envenenadas y falsas libertades: porque el error es siempre más fácil de difundir que la verdad, es más fácil propagar el mal que el bien. Es más fácil decir a la gente: “podéis tener varias mujeres”, que decirles “no tendréis más que una durante toda la vida”; por lo mismo, ¡es más fácil permitir el divorcio, para desacreditar el matrimonio! Del mismo modo, dejar indiferentemente a lo verdadero y a lo falso la libertad de obrar públicamente, es favorecer sin duda el error a costa de la verdad.
Actualmente se suele decir que la verdad hace el camino por su sola fuerza intrínseca y que para triunfar, no tiene necesidad de la protección intempestiva y molesta del Estado y de sus leyes. El favoritismo del Estado hacia la verdad es inmediatamente tachado de injusticia, como si la justicia consistiese en mantener equilibrada la balanza entre lo verdadero y lo falso, la virtud y el vicio... Es falso: la primera justicia hacia los espíritus es favorecerles el acceso a la verdad y precaverlos del error. Es también la primera caridad: “veritatem facientes in caritate”: En la caridad, hagamos la verdad. El malabarismo entre todas las opiniones, la tolerancia de todos los comportamientos, el pluralismo moral o religioso, son la nota característica de una sociedad en plena descomposición, sociedad liberal querida por la masonería. Ahora bien, los Papas de los cuales hablamos, han reaccionado contra el establecimiento de tal sociedad sin cesar, afirmando al contrario que el Estado – el Estado católico en primer lugar – no tiene derecho a dejar tales libertades, como la libertad religiosa, la libertad de prensa y la libertad de enseñanza.

La libertad de prensa

León XIII recuerda al Estado su deber de temperar justamente, es decir, según las exigencias de la verdad, la libertad de prensa: “Volvamos ahora algún tanto la atención hacia la libertad de hablar y de imprimir cuanto place. Apenas es necesario negar el derecho a semejante libertad cuando se ejerce, no con alguna templanza, sino traspasando toda moderación y todo límite. El derecho es una facultad moral que, como hemos dicho y conviene repetir mucho, es absurdo suponer que haya sido concedido por la naturaleza de igual modo a la verdad y al error, a la honestidad y a la torpeza. Hay derecho para propagar en la sociedad libre y prudentemente lo verdadero y lo honesto para que se extienda al mayor número posible su beneficio; pero en cuanto a las opiniones falsas, pestilencia la más mortífera del entendimiento, y en cuanto a los vicios, que corrompen el alma y las costumbres, es justo que la pública autoridad los cohíba con diligencia para que no vayan cundiendo insensiblemente en daño de la misma sociedad. Y las maldades de los ingenios licenciosos, que redundan en opresión de la multitud ignorante, no han de ser menos reprimidas por la autoridad de las leyes que cualquiera injusticia cometida por fuerza contra los débiles. Tanto más, cuanto que la inmensa mayoría de los ciudadanos no puede de modo alguno, o puede con suma dificultad, precaver esos engaños y artificios dialécticos, singularmente cuando halagan las pasiones. Si a todos es permitida esa licencia ilimitada de hablar y escribir, nada será ya sagrado e inviolable; ni aún se perdonará a aquellos grandes principios naturales tan llenos de verdad, y que forman como el patrimonio común y juntamente nobilísimo del género humano. Oculta así la verdad en las tinieblas, casi sin sentirse, como muchas veces sucede, fácilmente se enseñoreará de las opiniones humanas el error pernicioso y múltiple.”
Antes de León XIII, el Papa Pío IX, como vimos, estigmatizaba la libertad de prensa en el Syllabus (proposición 79); y aún antes, Gregorio XVI, en Mirari Vos: “Aquí tiene su lugar aquella pésima y nunca suficientemente execrada y detestada libertad de prensa para la difusión de cualesquiera escritos; libertad que con tanto clamor se atreven algunos a pedir y promover. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al contemplar con qué monstruos de doctrinas, o mejor, por qué monstruos de errores nos vemos sepultados, con qué profusión se difunden por doquiera esos errores en innumerable cantidad de libros, folletos y escritos, pequeños ciertamente por su volumen, pero enormes por su malicia, de los que se derrama sobre la faz de la tierra aquella maldición que lloramos. Por desgracia, hay quienes son llevados a un descaro tal, que afirman belicosamente que este alud de errores nacido de la libertad de prensa se compensa sobradamente con algún libro que se edite en medio de esta tan grande inundación de perversidades, para defender la Religión y la verdad.”
El pontífice revela aquí el seudoprincipio de “compensación” liberal, que pretende que es necesario equilibrar la verdad por el error, y recíprocamente. Esta idea, lo veremos, es la máxima primera de los llamados católicos liberales, que no soportan la afirmaciónpura y simple de la verdad y exigen que se la contrarreste inmediatamente por opiniones opuestas; y recíprocamente, juzgan que no hay nada que censurar en la libre difusión de los errores, ¡con tal que la verdad tenga permiso para hacerse escuchar dizque un poco! Es la perpetua utopía de los liberales dizque católicos, tema sobre el cual volveré.

Tomado de: "Le Destronaron" de Monseñor Marcel Lefebvre. Trascripto por COAH.

Fuente: Congregación Obispo Alois Hudal

viernes, 17 de diciembre de 2010

COMUNIONES PRODIGIOSAS


Relatos impresionantes de las experiencias místicas vividas por algunos santos y beatos al recibir la sagrada comunión. Instantes de éxtasis vividos por muchas almas privilegiadas al recibir el Cuerpo de Cristo de manos de los ángeles y del mismo Señor Jesucristo.

MILAGRO EUCARÍSTICO DE ALATRI



En Alatri se conserva hasta nuestros días la reliquia del Milagro Eucarístico ocurrido en el año 1228. La Catedral de San Pablo Apóstol custodia un fragmento de Hostia convertida en carne. Una mujer joven, con el fin de reconquistar el amor de su novio buscó una hechicera. Ésta le ordenó robar una Hostia consagrada para hacer con ella una brebaje de amor. Durante una Misa, la joven logró esconder una Hostia en una tela. Llegando a su casa se dio cuenta que la Hostia se había transformado en carne sangrante. Entre los numerosos documentos que certifican el hecho, destaca la Bula del Sumo Pontífice Gregorio IX.

jueves, 16 de diciembre de 2010

SEÑORÍAS, QUITARÉ EL CRUCIFIJO!

Ilustrísimos Sre/as Diputado/as:

Soy profesor en centro público y me dirijo a sus Ilustrísimas para comunicarle que procederé inmediatamente a la retirada del crucifijo tanto en el aula como en mi despacho, no esperaré a que me obligue la futura Ley de Libertad Religiosa que prepara el Gobierno. ¡

¡¿Cómo hemos podido tardar tanto en darnos cuenta de que estamos en un Estado aconfesional y ninguna religión tiene carácter oficial?! ¡Debemos avergonzarnos del daño que hemos podido causar por mantener ese símbolo tan insultante en nuestros espacios públicos! ¡Y cuánta falta de respeto y de sensibilidad democrática hacia los ciudadanos que no profesan tal religión!

Es imperdonable haber mantenido públicamente el símbolo de ese personaje judío que mereció tal muerte por denunciar la corrupción de los poderes políticos y religiosos de su época, por oponerse a la opresión y abusos que los gobernantes imponían al pueblo, por andar con prostitutas, ladrones e ilegales, que entregó su vida hasta el sacrificio en cruz por andar defendiendo la libertad, la dignidad y la igualdad de todos los seres humanos.

No tardaré ni un minuto más en retirar el crucifijo por el que muchos millones de personas han entregado su vida. Retiraré el crucifijo porque no quiero seguir siendo responsable de que los alumnos y ciudadanos que lo vean descubran los valores de entrega, radicalidad, esfuerzo, amor y solidaridad que expresa ese judío colgado de la cruz, con los brazos abiertos en señal de acogida y perdón. Quitaré el crucifijo, no sea que quien lo vea caiga en la cuenta que hoy sigue habiendo muchos crucificados por las mismas causas y a los que sí habría que retirarlos también de sus cruces. Quitaré el crucifijo pues no quiero que mis alumnos piensen que entregar la propia vida por los demás es el valor más sublime.

En su lugar, ilustrísimas señorías, he pensando poner un preservativo, o un blister de píldoras del día después o una cureta cruzada con un fórceps con el que se provoca la interrupción del embarazo, cualquiera de ellos representaría perfectamente el valor supremo de la libertad. Pero pensándolo mejor, no sería buena idea, porque no todos lo entenderían y además no queda nada estético colocar junto a la foto del Borbón un condón.

Por ello he decidido sustituir el crucifijo por una Obra de Arte, de esas que nuestros artistas universales han producido y que están expuestas en los Museos de todo el mundo para que sean apreciadas por millones de ciudadanos. Una obra de arte no debe escandalizar ni provocar ningún perjuicio en las convicciones íntimas de quien la admira. He pensado en artistas como el genial Salvador Dalí, paisano de los de ERC, o en Mariano Benlliure, paisano de la Sra. Pajín, aunque me tienta poner a mis dos artistas favoritos, uno extremeño, Zurbarán; y otro como yo, andaluz, el universal Velazquez.

Y sería de gran ayuda que me ayudasen a decidirme, les envío mis preferencias en el archivo adjunto.

Attmte.

Santiago Vela

DNI: 25.084.273 – T.



Salvador Dalí
Clasicismo - 1.951 -
Art Gallery de Glasgow


M. Benlliure
Escultura 1.940
Museo de la Expiración - Málaga


Zurbarán
Pintura del Barroco 1.627
Instituto de Arte de Chicago


Velazquez
Pintura del Barroco -1.632-.
Museo del Prado-Madrid



Enviado por: P. Cardozo

miércoles, 15 de diciembre de 2010

ASESINAN A UNA JOVEN SOMALÍ POR CONVERTIRSE DEL ISLAM A CRISTO


Nurta Mohamed Farah podría haber muerto por orden de su familia

Una joven somalí de 17 años fue asesinada a tiros en lo que se considera como un «crimen de honor», por haberse convertido al cristianismo. Nurta Mohamed Farah, que había sido obligada a dejar su pueblo para vivir con unos familiares de la región de Galgadud, después de que sus padres la torturaran por abandonar el Islam, murió después de que dos hombres sin identificar le dispararan.

(TheChristianPost/InfoCatólica) La policía no ha podido determinar todavía si los asesinos, que le dispararon en el pecho y la cabeza, actuaban en nombre de la familia o por su propia cuenta, aunque la sospecha de que la familia sea la responsable es bastante sólida, ya que otra hermana de la fallecida fue asesinada en Abudwaq, en la misma región de Somalia, a sólo doscientos metros donde residían sus familiares.

Nurta había sido golpeada seriamente por sus padres por haber abandonado el Islam. Diversas fuentes aseguran que llegaron a atarla varias veces a un árbol. Finalmente en mayo pasado fue llevada al sureste del país, donde ha encontrado la muerte por haber tenido la valentía de convertirse a Cristo.

Fuente: InfoCatólica

sábado, 11 de diciembre de 2010

SERMÓN DEL SANTO CURA DE ARS SOBRE LA ESPERANZA

Diliges Dominum Deum tuum.
Amarás al Señor tu Dios.
(S. Mat., XXI, 37.)


San Agustín nos dice que, aunque no hubiese cielo que esperar ni infierno que temer, no por eso dejaría de amar a Dios, por ser Él infinitamente amable; sin embargo, Dios, para que nos animemos a seguirle y a amarle sobre todas las cosas, nos promete una recompensa eterna. Cumpliendo dignamente tan bella misión, la cual constituye la mayor dicha que en este mundo podemos esperar, nos preparamos una eterna felicidad en el cielo. Si la fe nos enseña que Dios todo lo ve, que es testigo de cuanto hacemos y sufrimos, la virtud de la esperanza nos impulsa a soportar las penalidades con una entera sumisión a la voluntad divina, en la confianza de que, por ello, seremos recompensados eternamente. Sabemos también que esta hermosa virtud fue la que sostuvo a los mártires en sus atroces tormentos, a los solitarios en los rigores de sus penitencias, y a los santos enfermos en sus dolencias. Si la fe nos muestra a Dios presente en todas partes, la esperanza nos impulsa a realizar todo lo que consideramos agradable a Dios, con la mira de una eterna recompensa, ya que esta virtud contribuye tanto a dulcificar nuestros males, veamos, pues, en que consiste la bella y preciosa esperanza.

Si nos es dado conocer por la fe que hay un Dios, que es nuestro Creador, nuestro Salvador y nuestro sumo Bien, que nos dio el ser para que le conozcamos, le amemos, le sirvamos y lleguemos a poseerle; la esperanza nos enseña que, aunque indignos de tanta felicidad, podemos esperarla por los méritos de Jesucristo. Para lograr que nuestros actos sean dignos de recompensa, se necesitan tres cosas, a saber, la fe, que nos hace ver a Dios cómo presente; la esperanza, que nos hace obrar con la sola intención de agradarle, y el amor, que nos une a Él cómo a nuestro sumo Bien. Jamás llegaremos a comprender el grado de gloria que nos proporcionara en el cielo cada acción buena, si la realizamos puramente por Dios ni aún los santos que están en el cielo llegan a comprenderlo. De lo cual vais a ver un ejemplo admirable. Leemos en la vida de San Agustín que, mientras este Santo se disponía a escribir a San Jerónimo, para preguntarle que expresiones podrían mejor servirle para hacer sentir intensamente toda la extensión y grandeza de la felicidad que los santos disfrutan en el cielo; mientras, siguiendo su costumbre, ponía en la carta la salutación: «Salud en Jesucristo Nuestro Señor», quedó inundada su habitación por una luz refulgente, tan extraordinaria, que superaba en hermosura e intensidad a la del sol en su cenit; la cual luz despedía además el más delicioso de los perfumes. Quedó tan enajenado el Santo, que estuvo a punto de morir de gozo. Al mismo tiempo oyó que de aquellos fulgores salía una voz que le dijo: «Mi amado Agustín, me crees aún en la tierra; gracias a Dios, estoy ya en el cielo. Quieres preguntarme de que términos hay que valerse para hacer sentir del mejor modo posible la felicidad de que gozan los santos; has de saber, querido amigo, que es tan grande esta felicidad, supera tanto a lo que una criatura puede imaginar, que resultaría más fácil contar las estrellas del firmamento, recoger todas las aguas del mar en una redoma, sostener toda la tierra en tus manos, que no llegar a comprender la felicidad del menor de los bienaventurados del cielo. Me ha sucedido lo que a la reina de Saba; juzgando ella por las voces de la fama, había formado un gran concepto del rey Salomón; pero, después de haber visto con sus propios ojos el orden admirable que reinaba en su palacio, la magnificencia sin igual, la ciencia y los extensos conocimientos de aquel rey, quedó tan admirada y sobrecogida, que regresó a su tierra diciendo que; cuanto se le había dicho, era nada en comparación de lo que sus ojos habían visto. Lo mismo me ha sucedido respecto a la hermosura del cielo y a la felicidad de que gozan los santos; creía haber penetrado algo de las bellezas que el cielo contiene y de la felicidad de que gozan los santos; pues bien, has de saber que los más sublimes pensamientos que había podido concebir, nada son comparados con la felicidad que constituye la herencia de los bienaventurados».

Leemos en la vida de Santa Catalina de Sena, que esta Santa mereció de Dios la gracia de ver en alguna manera la belleza del cielo y la felicidad de que allí se disfruta. Quedó tan sobrecogida, que vino a caer en éxtasis. Al volver en si, pregúntole el confesor que era lo que Dios le había mostrado. Dijo la Santa que el Señor le había hecho ver algo de la hermosura del cielo y de la dicha de que gozan los bienaventurados; pero excedía tanto, todo ello, a lo que podemos nosotros imaginar, que resultaba imposible dar la menor idea. Ya veis, pues, adonde nos llevan nuestras buenas obras, si las hacemos con la mira de agradar a Dios; ya veis cuántos son los bienes que la virtud de la esperanza nos hace desear y aguardar.

Hemos dicho que la virtud de la esperanza nos consuela y sostiene en las pruebas que Dios nos envía. Tenemos de ello un gran ejemplo en la persona del Santo Job, sentado en el estercolero, cubierto de llagas de pies a cabeza. Había perdido a sus hijos, aplastados al derrumbarse su casa. El mismo, desde su cama, hubo de refugiarse en el estercolero más miserable y hediondo, abandonado de todos; su pobre cuerpo estaba lleno de podre; su carne viva era ya pasto de los gusanos, a los cuales tenía que apartar con un tiesto; se vio insultado por su misma esposa, que, en vez de consolarle, se complacía en llenarle de injurias diciéndole: «¿Ves, el Dios a Quién sirves con tanta fidelidad?. ¿Ves de que manera te recompensa? Pídele que te quite la vida; a lo menos con ello te verás libre de tantos males». Sus mejores amigos le visitaban sólo para acrecentar sus dolores. Más, a pesar del estado miserable a que estaba reducido, no dejo nunca de esperar en Dios. «No, Dios mío, jamás dejaré de esperar en Vos; aunque me quitases la vida: no dejaría de esperar en Vos y de confiar en vuestra caridad. Por que he de desanimarme, Dios mío, y abandonarme a la desesperación?. Confesare en vuestra presencia mis pecados, que son la causa de los Males que padezco; y espero que seréis Vos mi Salvador. Tengo la esperanza de que un día me recompensareis por los males que ahora experimento por vuestro amor». Aquí tenéis lo que podemos llamar una verdadera esperanza: por ella, a pesar de que el santo varón veía descargar sobre sí toda la cólera divina; no dejaba, con todo, de esperar en Dios. Sin examinar el motivo por que sufría aquellos males sin cuento, contentábase solamente con decir que sus pecados eran la causa de todo.

¿Veis los grandes bienes que la esperanza nos procura? Todos le tienen por desgraciado; sólo él, tendido en su estercolero, abandonado de los suyos y despreciado de los demás, se siente feliz, puesto que pone en Dios toda su confianza. ¡Ah!, si en nuestras penas, en nuestras tristezas y en nuestras enfermedades, mantuviésemos siempre una tan grande confianza en Dios, ¡cuántos bienes atesoraríamos para el cielo!
¡Ay!, ¡cuan ciegos somos!. Si, en lugar de desesperarnos en nuestras penalidades, conservásemos aquella firme esperanza que junto con otros medios para merecer el cielo, nos envía Dios, ¡con cuánta alegría sufriríamos!.

Pero, me diréis, ¿ que significa esta palabra: esperar?. Vedlo Aquí. Es suspirar por algo que ha de hacernos dichosos en la otra vida; es el deseo de vernos libres de todos los males de este mundo; el deseo de poseer toda suerte de bienes capaces de satisfacernos plenamente. Después que Adán hubo pecado, y se vio lleno de tantas miserias, su gran consuelo era el pensar que no sólo sus sufrimientos le merecerían el perdón de los pecados, sino, además, le proporcionarían los bienes del cielo. ¡Cuánta bondad la de un Dios, al recompensar por toda una eternidad la más insignificante de nuestras obras! Más para que merezcamos tanta dicha, quiere el Señor que depositemos en Él una gran confianza, cual la que tienen los hijos con sus padres. Por esto vemos que en muchos pasajes de la Escritura toma el nombre de Padre, a fin de inspirarnos una gran confianza. En todas nuestras penas, sean del alma, sean del cuerpo, quiere que recurramos a Él. Promete socorrernos siempre que a Él acudamos. Si toma el nombre de Padre, es para inspirarnos mayor confianza. Mirad de qué manera nos ama: por su profeta Isaías nos dice que nos lleva a todos en su seno. «Es imposible que una madre olvide al hijo que lleva en sus entrañas; y aunque cometiese tal barbaridad, os digo que yo no olvidare al que pone en mí su confianza» (Is., XLIX,15). Quejase de que no confiemos en El cual debiéramos; y nos advierte que «no depositemos nuestra confianza en los reyes y príncipes, ya que saldrían fallidas nuestras esperanzas» (Ps., CXLV,2). Y aún va más allá, pues nos amenaza con su maldición, si dejamos de confiar en Él; así nos habla por su profeta Jeremías: «¡Maldito sea el que no pone en Dios su confianza!», y en otra parte nos dice: «¡Bendito sea el que confía en el Señor!» (Ier., XVII, 5,7).Recordad la parábola del hijo pródigo y que Jesús nos propone con tanto amor a fin de inspirarnos una gran confianza en su bondad...¿Que es lo que hace aquel buen padre?, nos dice Jesucristo, que es precisamente el padre tierno a quién se refiere la parábola: En vez de aguardar a que el hijo vaya a arrojarse a sus plantas, en cuanto le divisa no le deja hablar. «No, hijo mío, no me hables de pecados, no pensemos en otra cosa que alegrarnos». Y aquel padre bondadoso invita a toda la corte celestial a dar gracias a Dios por haber visto resucitado al hijo que creía muerto, por haber recobrado al hijo que tenía por perdido. Para darle a entender cuanto le ama, le ofrece de nuevo su amistad y todos los bienes (Luc., XV).

Pues bien, esta es la manera cómo recibe Jesús al pecador cuántas veces retorna a su seno: le perdona y le restituye cuántos bienes el pecado le arrebatara. Al considerar esto, ¿quién de nosotros no abrigara la mayor confianza en la caridad de Dios? Y aún va más allá, ya que nos dice que, cuando tenemos la dicha de dejar el pecado para amarle a Él, todo el cielo se regocija. Si leéis en otra página del Evangelio, veréis con que diligencia corre en busca de la oveja perdida. Al hallarla, queda tan satisfecho que, para evitarle el cansancio del camino, se la cargo sobre sus hombros (Luc., XV). Mirad con cuánta indulgencia y bondad recibe a Magdalena (Luc., VII)., ved con que ternura la consuela. Y no solamente la consuela, sino que la defiende contra los insultos de los fariseos. Mirad con cuánta caridad y con cuanto placer perdona a la mujer adúltera; ella le ofende, y Él mismo se constituye en su protector y Salvador (Joan., VIII). Mirad su diligencia en salir al encuentro de la Samaritana; para salvar su alma, va a esperarla junto, al pozo de Jacob; se digna dirigirle Él primero la palabra, para mostrarle toda su bondad; y a pretexto de pedirle agua, le da la gracia del cielo (Joan., IV).

Decidme, ¡que razones podremos aducir para excusarnos, cuando nos haga presente la bondad con que nos trató, cuando nos convenza de lo bien que habríamos sido recibidos si nos hubiésemos determinado a volver a Él, cuando nos manifieste el gozo con que nos habría perdonado y restituido su gracia.
Muy exactamente podrá decirnos: Desgraciado, ¡si has vivido y muerto en el pecado, ha sido porque no quisiste salir de el: mi afán de perdonarte era grande!. Ved, cómo Dios quiere que acudamos a Él con gran confianza en nuestras dolencias espirituales. Por su profeta Miqueas, nos dice que, aunque nuestros pecados sean más numerosos que las estrellas del firmamento, que las gotas de agua del mar, que las hojas de los bosques, o que los granos de arena que circundan el Océano, todo lo olvidara, si nos convertimos sinceramente; y nos dice también, que aunque el pecado haya hecho a nuestra alma más negra que el carbón, «o más roja que la púrpura, nos la volverá más blanca que la nieve» (Isaías, 1, 18.). Nos dice que arroja nuestros pecados en las profundidades del mar, a fin de que no reaparezcan jamás. ¡Cuánta caridad nos manifiesta Dios!, ¡con cuánta confianza deberemos dirigirnos a Él!. Más ¡que desesperación la de un cristiano condenado cuando se de cuánta de la facilidad con que Dios le habría perdonado, si hubiese acertado a pedirle perdón!. Decidme ahora si, al condenarnos, no será por haberlo nosotros querido. ¡Ay!, ¡cuántos remordimientos de conciencia, cuántos pensamientos saludables, cuántos buenos deseos no habrá suscitado en nosotros la voz de Dios!. ¡Oh, Dios mío!, ¡cuan infeliz es el hombre al precipitarse en la condenación, cuando tan fácilmente podría salvarse! Para convencernos de lo que acabo de decir, no hay más que considerar lo que por nosotros hizo Jesús durante los treinta y tres años que moró acá en la tierra.

Os he dicho, en segundo lugar, que hasta con respecto a nuestras necesidades temporales hemos de tener gran confianza en Dios. A fin de movernos a recurrir a Él confiadamente en lo que se refiere a las necesidades del cuerpo, nos asegura que velara por nosotros y así vemos que ha obrado grandes milagros para hacer que no nos falte lo necesario para vivir. Leemos en la Sagrada Escritura que alimentó a su pueblo, por espacio de cuarenta años en el desierto, con el mana que caía todos los días antes de salir el sol.
Durante aquellos mismos cuarenta años, los vestidos de los israelitas no se estropearon en lo más mínimo. Nos dice en el Evangelio que no nos preocupemos por lo que se refiere a nuestro vestido o a nuestra alimentación: «Contemplad, dice, las aves del cielo; ni siembran, ni cosechan, ni almacenan nada en sus graneros; mirad con que solicitud las alimenta vuestro Padre; ¿y no sois vosotros, por ventura, de mejor condición, siendo cómo sois hijos de Dios?.
Gente de poca fe, no os acongojéis, pues, por el cuidado de hallar lo que habréis de comer, o con que vestir vuestro cuerpo. Contemplad los lirios del campo, ved cómo crecen, y, sin embargo, ni trabajan, ni tejen; mirad, no obstante, el vestido con que se adornan; os aseguro que Salomón, en todo el esplendor de su gloria, llamas ostentó vestido semejante. Si, pues, concluye el divino Salvador, el Señor es tan solicito en vestir una hierba que hoy existe y mañana es arrojada fuego, ¿con cuánta mayor razón cuidara de vosotros que sois sus hijos?. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura» (Math., VI). Mirad aún hasta dónde quiere hacer llegar nuestra confianza: « Cuando oréis, nos dice, no digáis «Dios mío», sino «Padre nuestro»; pues sabemos que el hijo tiene una confianza ilimitada en su padre». Después de haber resucitado, apareciose a Santa Magdalena y le dijo: «Anda, ve a mis hermanos, y diles de mi parte: Subo a mi Padre, que es también el vuestro» (Ioan., XX,17). Decidme, ¿no habéis de convenir conmigo en que, si somos tan desgraciados en este mundo, proviene ante todo de que no tenemos en Dios la suficiente confianza?.

Hemos dicho, en tercer lugar que hemos de concebir una gran confianza en Dios, al experimentar cualquier tristeza, pena o enfermedad. Es preciso que esta gran confianza en el cielo nos sostenga y nos consuele en aquellas horas amargas; esto hicieron los santos. Leemos en la vida de San Sinforiano que, al ser conducido al martirio, su madre, que le amaba verdaderamente en Dios, subiose a una pared para verle pasar, Y, con toda la fuerza de sus pulmones, clamó: «¡Hijo mío, hijo mío, levanta tus ojos al cielo; valor, hijo mío que la esperanza en el cielo te sostenga!, ¡valor hijo mío! Si el camino del cielo es difícil, en cambio es muy corto». Animado aquel hijo por las palabras de su madre, arrostro con gran intrepidez los tormentos y la muerte. San Francisco de Sales tenía en Dios tanta confianza, que parecía insensible a las persecuciones de que era objeto; decíase a si mismo: «Toda vez que nada sucede sin permisión divina, las persecuciones no son más que para nuestro bien». Leemos en su vida que en cierta ocasión fue vilmente calumniado; a pesar de esto, ni un momento perdió su ordinaria tranquilidad. Escribió a uno de sus amigos que una persona le acababa de avisar que se murmuraba de él en gran manera; más esperaba que el Señor arreglaría todo aquello a gloria suya y para salvación de su alma. Se limitó a orar por los que le calumniaban. Tal es la confianza que debemos nosotros tener en Dios. Al hallarnos perseguidos y despreciados, poseemos la prueba más inequívoca de que somos verdaderamente cristianos, esto es, hijos de un Dios despreciado y perseguido.

Os decía en cuarto lugar, que, si hemos de concebir una ciega confianza en Jesucristo, Quién jamás dejara de acudir en nuestro socorro al vernos atribulados, si acudimos a Él cómo un hijo acude a su padre; debemos tener también una gran confianza en su Santísima Madre, tan buena y tan solícita para socorremos en nuestras necesidades temporales y espirituales, y sobre todo en el primer momento de nuestra conversión a Dios. Si nos remuerde algún pecado cuya confesión nos cause vergüenza, arrojémonos a sus plantas, y tendremos la seguridad de que nos alcanzará la gracia de confesarnos bien, y al mismo tiempo no cesara de implorar nuestro perdón. Para demostrároslo, aquí tenéis un admirable ejemplo. Refiérese que cierto hombre durante mucho tiempo llevó una vida bastante cristiana para hacerle concebir grandes esperanzas de alcanzar el cielo. Pero el demonio, que no piensa más que en nuestra perdición, le tentó con tanta insistencia y tan a menudo, que llego a ocasionarle una grave caída. Habiendo al instante entrado en reflexión, comprendió la enormidad de su pecado, y propuso en seguida recurrir al laudable remedio de la penitencia. Más concibió de su pecado una vergüenza tal, que jamás pudo determinarse a confesarlo. Atormentado por los remordimientos de su conciencia, que no le dejaban descansar, tomo la resolución de arrojarse al agua para dar fin a sus días, esperando con ello dar término a sus penas. Más, al llegar al borde de la orilla, se llenó de temor considerando la desdicha eterna en que se iba a precipitar, y volvió atrás llorando a lágrima viva, rogando al Señor se dignase perdonarle sin que se viese obligado a confesarse. Creyó poder recobrar la paz del espíritu, visitando muchas iglesias, orando y ejecutando duras penitencias pero, a pesar de todas sus oraciones y penitencias, los remordimientos le perseguían a todas horas. Nuestro Señor quiso que alcanzase el perdón gracias a la protección de su Santísima Madre. Una noche, mientras estaba poseído de la mayor tristeza, se sintió decididamente impulsado a confesarse, y, siguiendo aquel impulso, se levanto muy temprano y se encaminó a la iglesia; más cuando estaba a punto de confesarse, sintiose más que nunca acometido de la vergüenza, que le causaba su pecado, y no tuvo valor para realizar lo que la gracia de Dios le inspirara. Pasado algún tiempo tuvo otra inspiración semejante a la primera; encaminose de nuevo a la iglesia, más allí su buena acción quedo otra vez frustrada por la vergüenza, y, en un momento de desesperación, hizo el propósito de abandonarse a la muerte antes que declarar su pecado a un confesor. Sin embargo, le vino el pensamiento de encomendarse a la Santísima Virgen. Antes de regresar a su casa, fue a postrarse ante el altar de la Madre de Dios; allí hizo presente a la Santísima Virgen la gran necesidad que de su auxilio tenía, y con lágrimas en los ojos la conjuró a que no le abandonase. ¡Cuánta bondad la de la Madre de Dios, cuánta diligencia en socorrer a aquel desgraciado! Aún no se había arrodillado, cuando desaparecieron todas sus angustias, su corazón quedó enteramente transformado, levantose lleno de valor, fuese al encuentro de un sacerdote, al que, en medio de un río de lágrimas, confesó todos sus pecados. A medida que iba declarando sus faltas, parecíale quitarse tan gran peso de su conciencia; y después declaró que, al recibir la absolución, experimentó mayor contento que si le hubiesen regalado todo el oro del mundo. ¡Ay!, ¡cual habría sido la desgracia de aquel pobre, si no hubiese recurrido a la Santísima Virgen. !Indudablemente ahora se abrasaría en el infierno!.

En todas nuestras penas, sean del alma, sean del cuerpo, después de Dios, hemos de concebir una gran confianza en la Virgen María. Ved aquí otro ejemplo, el cual hará mover en vosotros una tierna confianza en la Santísima Virgen, sobre todo cuando queráis concebir grande horror al pecado. El bienaventurado San Ligorio refiere que una gran pecadora llamada Elena acertó un día a entrar en un templo, y la casualidad, o mejor la Providencia, todo lo dispone en bien de sus escogidos, quiso que oyese un sermón, que se estaba predicando, sobre la devoción del Santo Rosario. Quedó tan bien impresionada con lo que el predicador decía acerca de las excelencias y saludables frutos de aquella santa devoción, que sintió deseos de poseer un rosario. Terminado el sermón, fue a comprar uno; pero durante macho tiempo tuvo mucho cuidado en ocultarlo para que no se burlasen de ella. Comenzó a rezar cada día el Rosario, más sin gusto y con poca devoción. Pasado algún tiempo, la Virgen hizo que experimentase tanta devoción y placer en aquella práctica, que no se cansaba de ella; aquella devoción, tan agradable a la Santísima Virgen, le mereció una mirada compasiva, la cual le hizo concebir un tan grande aborrecimiento y horror de su vida pasada, que su conciencia se transformó en un infierno, y la inquietaba sin descanso noche y día. Desgarrada continuamente por sus punzantes remordimientos, no podía ya resistir a la voz interior que le presentaba el sacramento de la Penitencia cómo el único remedio para conseguir la paz por ella tan deseada, la paz quo había buscado inútilmente en todas partes; aquella voz le decía que el sacramento de la Penitencia era el único remedio a los males de su alma. Invitada por aquella inspiración, empujada y guiada por la gracia, fue a echarse a los pies del ministro del Señor, al que descubrió todas las miserias de su alma, es decir, todos sus pecados; confesose con tanta contrición y con tanta abundancia de lágrimas, que el sacerdote quedó admirado en gran manera, no sabiendo a que atribuir aquel milagro de la gracia. Acabada la confesión, Elena fue a postrarse ante el altar de la Santísima Virgen, y allí, penetrada de los más vivos sentimientos de gratitud, exclamó: «Virgen Santísima, es verdad que hasta el presente he sido un monstruo; más Vos, con el gran poder que tenéis delante de Dios, ayudadme a corregirme; desde ahora propongo emplear el resto de mis días en hacer penitencia». Desde aquel momento, y de regreso ya a su casa, rompió para siempre los lazos de las malas compañías que hasta entonces la habían retenido en los más abominables desórdenes; repartió todos sus bienes a los pobres, y
se entregó a todos los rigores y mortificaciones que inspirarle pudieron el amor a Dios y el remordimiento de sus pecados. Para que quedase premiada la gran confianza que aquella mujer había depositado en la Virgen María, en su última hora se le aparecieron Jesús y la Santísima Virgen, y en sus manos entregó su alma hermosa, purificada por la penitencia y las lágrimas; de manera que, después de Dios, fue a la Santísima Virgen a Quién debió aquella gran penitente su salvación.

Ved ahora otro ejemplo, no menos admirable, de confianza en la Virgen María, y que manifiesta cuan presta esta la Santísima Virgen para ayudarnos a salir del pecado. Refiérese que hubo un joven, a Quién sus padres educaron muy bien, más tuvo la desgracia de contraer un mal habito, el cual fue para el una fuente inagotable de pecados. Conservando aun el santo temor de Dios y deseando renunciar a sus desórdenes, hacía a veces algún esfuerzo por salir de su triste estado; más el peso de sus vicios le arrastraba de nuevo. Detestaba su pecado, y a pesar de ello, caía a cada momento. Viendo que de ninguna manera podía corregirse, se desanimó y determinó no confesarse más. Al ver su confesor que no se presentaba en el tiempo acostumbrado, intentó un nuevo esfuerzo por devolver a Dios aquella pobre alma. Fue a entrevistarse con él, en un momento en que estaba trabajando sólo. Aquel desgraciado joven, al ver llegar al sacerdote, prorrumpió en gritos y lamentaciones. «¿Qué te pasa, amigo?, le preguntó el sacerdote- ¡Oh, padre!, estoy condenado; veo muy claro que nunca podré corregirme, y he resuelto abandonarlo todo.-¿Que es lo que dices, amigo mío?, al contrario, me consta que, si quieres hacer lo que ahora voy a indicarte, te enmendaras y alcanzaras el perdón. Ve al instante a arrojarte a los pies de la Santísima Virgen para implorarle tu conversión, y después ven a verme». El joven se fue al momento a postrarse a las plantas de la Virgen María, y, regando el suelo con sus lágrimas, le suplicó que tuviese piedad de un alma que tanta sangre costara a Jesucristo, su divino Hijo, y que el demonio, iba a arrastrar al infierno. Al momento sintió nacer en su pecho una confianza tal, que a su impulso se levantó y fue a confesarse. Convirtiose sinceramente; sus malos hábitos fueron destruidos radicalmente, y sirvió a Dios durante el resto de su vida. Hemos de convenir, pues, en que, si permanecemos en pecado, es porque no queremos valernos de los medios que la religión nos ofrece, ni recurrir con confianza a nuestra bondadosa Madre, que se apiadaría de nosotros, cómo se ha apiadado de todos los que acudieron a Ella.

Os he dicho, en quinto lugar, que la virtud de la esperanza nos induce a ejecutar nuestras acciones con la única mira de agradar a Dios, y no al mundo. Hemos de comenzar a practicar tan hermosa virtud al despertarnos, ofreciendo con amor y fervor nuestro corazón a Dios, pensando en la magnitud de la recompensa que mereceremos durante el día, si todo lo que en él obramos lo hacemos solamente para agradar a Dios. Decidme: sí, en todos nuestras obras, acertásemos a pensar siempre en la magnitud de la recompensa que Dios nos tiene reservada por la menor de nuestras acciones, ¡cuales no serian nuestros sentimientos de respeto y veneración a Dios Nuestro Señor!. ¡Con qué pura intención daríamos nuestras limosnas!-Pero, me diréis, al dar una limosna, siempre lo hacemos por Dios y no por el mundo.-Sin embargo, estamos muy satisfechos de que nos vean los demás, de que nos alaben, y hasta nos complacemos en referir nuestros actos de generosidad. En lo íntimo de nuestros corazones, nos sentimos halagados pensando en nuestras liberalidades, y nos aplaudimos a nosotros mismos; en cambio, si aquella hermosa virtud adornase nuestra alma, sólo buscaríamos a Dios; ni el mundo, ni nosotros mismos entrarían para nada. Y no es extraño que realicemos con tanta imperfección nuestras buenas obras. Es que no pensamos en la recompensa que Dios nos tiene reservada si las practicamos sólo por agradarle. Al dispensar un favor a alguien que, en vez de ser agradecido, nos paga con ingratitud, si tuviésemos la hermosa virtud de la esperanza, quedaríamos satisfechos pensando que el premio que Dios nos dará será mucho mayor. Nos dice San Francisco de Sales que, si se le presentasen dos personas a pedir un favor y el solamente pudiese favorecer a una, escogería la que a su juicio hubiese de ser menos agradecida, ya que así su mérito ante Dios sería mayor. El santo rey David decía que todo lo hacía en la Santa presencia de Dios, cómo si al momento hubiese de ver juzgada su obra y recibir la recompensa; por lo cual hacía siempre bien lo que realizaba sólo por agradar a Dios. En efecto, los que están faltos de la virtud de la esperanza, todo lo hacen por el mundo, para hacerse amar o apreciar, y con ello pierden toda recompensa. Decimos que, en nuestras penas y enfermedades, hemos de concebir una gran confianza en Dios Nuestro Señor: aquí es precisamente donde Dios se complace en poner a prueba nuestra confianza. Leemos en la vida de San Elzeardo que los mundanos se burlaban públicamente de su devoción, y los libertinos la tomaban cómo cosa de broma. Santa Delfina le dijo un día que el desprecio que hacían de su persona, recaía también sobre su virtud. ¡Ay!, le respondió llorando el Santo, cuando pienso en lo que Jesucristo padeció por mi, me siento tan impresionado que, aunque me quitaran los ojos, no hallaría palabras para quejarme, fijo mi pensamiento en la grande recompensa que está preparada a los que padecen por amor de Dios: Aquí esta toda mi esperanza, y lo que me sostiene en mis penas. Y ello es muy fácil de comprender. ¿Qué es, en efecto, lo que podrá consolar a una persona enferma, sino la magnitud de la recompensa que Dios le tiene preparada en la otra vida?.

Leemos en la historia que un predicador, debiendo predicar en un hospital, escogió por asunto los sufrimientos. Expuso cómo los sufrimientos sirven para atesorar grandes méritos para el cielo, e hizo resaltar lo agradable que es a Dios una persona que sabe sufrir con paciencia. En dicho hospital había un pobre enfermo que, desde hacia muchos años estaba padeciendo mucho, pero, por desgracia, quejándose continuamente; por lo oído en aquel sermón, comprendió el gran tesoro de bienes celestiales que había perdido y, terminado el sermón, se puso a llorar y a dar extraordinarios gemidos. Lo vio un sacerdote, y le preguntó por que mostraba tanta tristeza, advirtiéndole que, si era porque alguien le había causado aquella pena, el era el administrador y podía hacerle justicia. Aquel infeliz contestó: «¡Oh!, no Señor, nadie me ha hecho mal alguno, yo mismo soy quién me he dañado.-¿Cómo?, le preguntó el sacerdote.- Señor, después de sufrir tantos años, ¡cuántos bienes he perdido, con los cuales hubiera merecido el cielo si hubiese sabido llevar la enfermedad con paciencia!.
¡Ay!, ¡cuan desgraciado soy!, yo me consideraba tan digno de lástima; si hubiese comprendido la realidad de mi estado, sería la persona más feliz del mundo». Cuántas personas hablarán de la misma manera a la hora de la muerte, siendo así que sus penas, sufridas con ánimo de agradar a Dios, les hubieran ganado -el cielo; ahora, en cambio, usando mal de ellas, sólo sirven para su perdición. A una mujer que desde mucho tiempo se hallaba sepultada en una cama sufriendo horribles dolores, y a pesar de ello parecía estar enteramente satisfecha, habiéndosele preguntado que era lo que la animaba a mantenerse tranquila en un estado tan digno de compasión, contesto: «Al pensar que Dios es testigo de mis sufrimientos y que por ellos me premiara por una eternidad, experimento una alegría tal, sufro con tanto placer, que no cambiaría mi situación por todos los imperios del mundo». Ya veis, pues, cómo los que tienen la dicha de adornar su corazón con esta hermosa virtud, logran pronto cambiar sus dolores en delicias.

Al ver en el mundo a tantas personas desgraciadas, maldiciendo su existencia y pasando su vida en una especie de infierno, perseguidas siempre por la tristeza o la desesperación; ¡ay!, pensemos que tales desgracias provienen de no poner en Dios su confianza y de no considerar la gran recompensa que en el cielo las espera. Leemos que Santa Felicitas, temiendo que el menor de sus hijos no tuviese ánimo para arrostrar el martirio, le dijo a grandes voces: «Hijo mío, levanta tus ojos al cielo, que será tu recompensa; un sólo momento, y habrán terminado tus sufrimientos». Tales palabras, salidas de la boca de una madre, fortalecieron de tal manera a aquel pobre hijo, que, con indecible alegría, entregó su pequeño cuerpo a los tormentos que los crueles verdugos quisieron hacerle padecer. Nos dice San Francisco Javier que, estando en país salvaje, hubo de soportar todos los padecimientos que aquellos idólatras se les ocurrió infligirle, sin recibir consuelo alguno; pero tenía puesta de tal manera su confianza en Dios, que mereció el auxilio divino de una manera visible.

Jesucristo, para darnos a entender cuanto debemos confiar en Él y cómo hemos de pedirle siempre, sin temor alguno, todo lo que necesitemos así para el alma cómo para el cuerpo, nos dice en su Evangelio que un hombre fue durante la noche a pedir tres panes a un amigo suyo, para dar de comer a un huésped recién llegado; el otro le contestó que estaban acostados él y sus hijos, y que no los incomodase. Pero el primero insistió en su petición, diciendo que carecía de pan para ofrecer a su visitante. Al fin, el otro accedió a darle lo que le queda, no porque fuese su amigo, sino para librarse de hombre tan inoportuno. De lo cual concluye Jesucristo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis: llamad y se os abrirá; y tened la seguridad de que todo cuanto pidierais al Padre en mi nombre, os será concedido».

En sexto lugar, he de deciros que nuestra esperanza ha de ser universal, es decir, hemos de acudir a Dios en todo cuanto pueda acontecernos. Si estamos enfermos, pongamos en Él toda nuestra confianza, pues tantas dolencias curó mientras estuvo en este mundo, y, si nuestra salud ha de ser para su gloria o para la salvación de nuestra alma, podemos estar seguros de obtenerla; y si, por el contrario, la enfermedad nos ha de ser más ventajosa, nos concederá las fuerzas necesarias para sufrirla con paciencia a fin de recompensarnos en la eternidad. Si nos hallamos en algún peligro, imitemos a los tres niños que aquel rey hizo arrojar en el horno de Babilonia; pusieron de tal manera su confianza en Dios que el fuego no hizo más que quemar la cuerda que los sujetaba, de modo que se paseaban en medio de la hoguera, cómo en un jardín de delicias. ¿Nos sentimos tentados? Confiemos en Jesucristo y no sucumbiremos. Este tierno Salvador nos mereció la victoria en nuestras tentaciones, permitiendo que el demonio le tentase a Él. ¿Nos domina algún mal hábito, y tememos no poder salir de él?; confiemos únicamente en Dios, ya que él nos ha merecido toda clase de gracias para vencer al demonio. Así lograremos hallar consuelo en las miserias que son inseparables de nuestra vida. Más atended a lo que nos dice San Juan Crisóstomo: «Para merecer tales consuelos, no hemos de dejarnos llevar de la presunción, poniéndonos voluntariamente en peligro de pecar. Nuestro Señor no nos ha prometido su gracia sino a condición de que, por nuestra parte, hagamos todo lo posible para evitar el peligro de caer. Además, hemos de procurar no abusar de la paciencia divina permaneciendo en el pecado bajo el pretexto de que Dios no dejará de perdonarnos aunque dilatemos nuestra confesión. Mucho cuidado, ya que, mientras estamos en pecado, corremos el más serio peligro de precipitarnos en el infierno; aparte de que, cuando hemos permanecido voluntariamente en el pecado, es muy dudoso que nuestro arrepentimiento, a la hora de la muerte, haya de obtenernos la salvación; ya que, a la hora en que espontáneamente pudimos salir del pecado permanecimos en él. Desgraciados de nosotros; ¿cómo nos atreveremos a permanecer en pecado, cuando ni por un minuto tenemos nuestra vida asegurada?. Nos dice el Señor que vendrá cuando menos lo sospechemos.

Digo, pues, que si bien no hemos de abusar de la esperanza, tampoco debemos desesperar de la misericordia divina, pues es infinita. Es la desesperación un pecado mayor que todos cuántos podemos haber cometido, pues por la fe sabemos que Dios no nos ha de negar el perdón, si acudimos a Él con sinceridad. La magnitud de nuestros pecados no debe engendrar en nosotros el temor de que se nos niegue el perdón, pues todos ellos, comparados con la misericordia de Dios, son menos que un grano de arena al lado de una montaña. Si Caín, después de haber muerto a su hermano, hubiese pedido perdón a Dios, podía estar seguro de alcanzarlo. Si Judas se hubiese arrojado a los pies de Cristo, para suplicarle el perdón, Jesucristo le habría perdonado su culpa cómo a San Pedro.

Más, para terminar, ¿queréis saber por qué permanecemos tanto tiempo en pecado, y nos inquieta tanto el momento en que habremos de acusarnos de él?. Ello es a causa de nuestro orgullo. Si poseyésemos una verdadera humildad, no permaneceríamos en pecado, ni veríamos con temor la hora de acusarnos. Pidamos a Dios el menosprecio de nosotros mismos, y temeremos el pecado, y lo confesaremos tan pronto lo hayamos cometido. Y concluyo diciendo que hemos de pedir a Dios con frecuencia esta hermosa virtud de la esperanza, la cual nos impulsara siempre a ejecutar nuestras acciones sólo con el ánimo de agradar a Dios. Procuremos no desesperar nunca, ni en las enfermedades ni en cualquier otra tribulación. Pensemos que todo ello son bienes que Dios nos envía para merecernos una eterna recompensa. La cual os deseo...


San Juan Bta. Mª Vianney (Cura de Ars)