jueves, 29 de julio de 2010

EL AMIGO DE LA MUERTE

Hace unos años tuve la dicha de visitar la Cartuja de Miraflores de Burgos. Con ser mucho lo que veía, admiraba y contemplaba, mucho más me llamó la atención la pobreza de aquellas celdas en que vivian los monjes, su humilde ajuar de tosca tabla, el trocito de jardín, que cultivan, junto a otro cuadrilátero, en el que van cavando su sepultura.
El cicerone o guía, que había sido abogado cultísimo en Valencia, mostraba su complacencia ante la parcela de terreno destinada a sepultura. Entonces se inició entre nosotros una conversación sobre la muerte y el Padre cicerone, hablo así:
-¿Ven ustedes ese trocito de la derecha? Pues está destinado a ser sepultura de un padre, que ha hablado con la Muerte.
-¿Cómo? ¿Con la muerte? Exclamamos intrigados.
-Con la propia Muerte, sí, señor.
Y nos contó su historia:
Se trataba del Padre Mauricio; así le llamaremos, aunque era otro su verdadero nombre. Antes de entrar en la Cartuja, había sido un hombre mundano, entregado de lleno a las vanidades de la vida: banquetes, juego, baile, espectáculos y diversiones, y abundancia de dinero, que con una buena figura y excelente carácter, hicieron de él un personaje simpático en la sociedad que frecuentaba.

Pero un día, a fines de agosto de 19…, le esperaba Dios. Estaba sentado en la terraza del Gran Casino, de San Sebastián, escuchando el Concierto que en aquel momento daba su célebre Orquesta, cuando uno de los primeros aeroplanos, tripulado por Verdines, voló muy bajo, lanzando prospectos de propaganda de una firma comercial.
Nuestro Padre Mauricio pensó: ¡Qué desgracia, si este hombre se estrellara contra el suelo! ¡Sin un momento para hacer un acto de contrición…! Y sintió un escalofrío. Pero ¿y tú? ¿Acaso no estás en las mismas circunstancias? Mira que si ahora mismo te coge una repentina… ¿a dónde vas? Por una rara coincidencia, que rimaba muy bien con aquellos pensamientos, la orquesta del Gran Casino ejecutó en aquel momento La Danza Macabra de S. Saens, en la que parece verse el desfilar de esqueletos, que abandonando sus tumbas se entregan a aquella vertiginosa zarabanda, en que se sienten choques de osamenta y chasquido de tibias descarnadas. Se retiró al Hotel destemplado y meditabundo: era la hora de Dios.

No quiero abusar de la paciencia de ustedes, porque aun falta lo principal: unos Ejercicios que lo convierten , y un día en que se decide, unas semanas de prueba, y hoy cuenta ya varios años en la Orden de San Bruno, en la que vive alegre y satisfecho, después de haber hablado con la muerte, como al principio les dije.
Llegábamos al punto álgido y todos le escuchábamos sin pestañear:
-¿Cómo fue eso, Padre?
-Pues verán ustedes: la meditación de la Muerte es para un Cartujo el pan nuestro de cada día. El Padre Mauricio tanto, tanto meditó en ella que un buen día, según hemos logrado averiguar, estando en la celda en profunda meditación, se le apareció la Muerte en persona, clavando en él sus profundos ojos de esfinge.
No crean ustedes sin embargo que la Muerte se les presentó como suelen pintarla reducida al estado de mondo esqueleto, armada con una guadaña y sosteniendo un reloj de arena, enseñando los dientes amarillos y entrechocando pavorosamente los huesos, la Muerte que se le apareció, era una bella mujer, con palidez intensa en la cara y con unas pupilas grandes, dilatadas y fijas, que miraban con un inquietante interrogante. Vestía una túnica de luz clara de luna, salpicada de puntitos menudos y fosforescentes, que relucían como estrellas. Y en la celda se sentía una atmósfera de frío como si soplase una brisa húmeda y glacial.

El buen Padre Mauricio se quedó helado, a pesar de sus meditaciones.
-Soy la muerte, le dijo suavemente, y vengo a conocerte. No temas nada. Tengo permiso de Dios para entrar en clausura y conversar contigo. No me gusta que todos me miren con repugnancia y que sea mi nombre un espantajo. ¡Qué injusticia! De venir al mundo debían espantarse los hombres, pero ¿de salir de él? Y mira, será chiquillada, pero lo que más me duele es que me llamen fea. Dime sinceramente, ¿soy fea yo?
-Hombre, tal cual te muestras hoy… no me atrevo a decir que si.
-Fea, cuando soy la causante de todas las muertes bellas. Muertes hermosas, santas, heroicas, grandiosas, recordarás infinitas; nacimiento heroico, no sé de ninguno. Al morir ¡cuántas cosas grandes se han afirmado generosamente: ¡ideas altas y nobles, santas creencias, sentimientos delicados y profundos! ¿No es cierto que hay vidas, que no tienen más valor, ni más significación que el que yo vengo a prestarles en un momento supremo?
-Tienes razón, hermana Muerte; pero mira, no lo podemos remediar: no nos haces gracia.
-No sé por qué os quejáis de mí. Observa como los que yo me llevo, dejan traslucir en sus facciones inexplicable alivio, expresión de conformidad, de sosiego dulce y plácido. Es que yo les colmo a todos las medidas. Doy a cada cual lo que soñó.
-Te explicas admirablemente, pero no acabo de convencerme. ¿Cómo no quieres que te maldigan los que te ven llegar tranquila e inevitable, cuchillo en mano, para separarles el Corazón en dos mitades, llevarte la una y dejar la otra aquí, llorando gotas de sangre y hiel?
-Es cierto que separo a los que se aman: que desato los brazos de madres e hijos, que pongo entre los seres más queridos la valla de bronce del sepulcro, que trigo al espíritu la indiferencia, y a la memoria el sopor, que me río irónicamente de esos juramentos que los humanos hacen invocando a la eternidad y que el llanto no me apiada, ni el dolor me importa.
-No te extrañe que la humanidad te odie.
-Y con mi guadaña siego vidas y haciendas, y corto la red de vanidades que aprisiona a las almas, en cuanto mi reloj desgrana el último grano diminuto de arena. Todo eso es verdad, pero en cambio…
-En cambio, ¿qué?
Soy la vengadora segura, infalible, que nunca falla. Tarde o temprano, entrego al enemigo la cabeza del enemigo.

Es mucha verdad lo que dices; pero ahora temo hacerte una pregunta, pero voy a hacértela; dime ¿a qué has venido a mi celda? ¿Qué te propones?...
-No temas: no he venido por ti; aún no ha sonado tu hora. He venido porque, como buen cartujo eres mi amigo, ¡amigo de la muerte!, y hora es ya de que nos conozcamos de cerca. ¿Te pesa?...
No, No me pesa.
-Además quiero recordarte que cuando estabas enfangado en lo que tú llamabas “vida”, te saqué yo de allí, ¿no recuerdas?: Un aeroplano que vuela. “¿Y si se estrellara…?”. Después La Danza Macabra, te retiraste descompuesto al hotel, Ejercicios, y por fin Cartujo. ¿Quién te ha vuelto a la verdadera vida sino yo?
-Tienes razón.
-Y ahora, mi última palabra –añadió la Muerte: recuerda que hoy es el aniversario de la muerte de tu buena madre, que está en el cielo, que influyó no poco para que yo viniera a verte. De modo, que dime: ¿Somos o no somos amigos?
-¡Lo somos!
Y se dieron un fuerte apretón de manos de despedida. Pero en aquel mismo momento, la Muerte adquirió de nuevo su figura de esqueleto, requirió el reloj y se alejó dejando un perfume de incienso y flores marchitas que aun hoy perdura en la celda del Padre Mauricio.
El Padre Mauricio cayó de rodillas entonando el Miserere: Señor, ten misericordia de mí, porque he sido pecador….; y desde entonces se le llama en el convento “El amigo de la Muerte”.

Tomado de la revista de la Cruzada Eucarística: El Cruzado nº 142

miércoles, 28 de julio de 2010

SERMÓN DEL SANTO CURA DE ARS SOBRE EL APLAZAMIENTO DE LA CONVERSIÓN


Ego vado et quaretis me, et in peccato vestro moriemini.
«Yo me voy, me buscareis, y moriréis en vuestro pecado» [Jn 8,21].
Sí, hijos míos, es una gran miseria, una profunda humillación para nosotros, el haber sido concebido en pecado original, ya que por él venimos al mundo como hijos de maldición; es indudablemente, otra muy gran miseria en vivir en pecado; Mas el colmo de todas las desdichas es morir en él, es cierto, H.M., que no pudimos evitar el primer pecado, o sea, el de Adán; pero podemos fácilmente evitar aquel en que caemos tan voluntariamente, y una vez caídos, podemos deshacernos de su opresión con la gracia de Dios. ¡Ay! ¿Cómo podemos permanecer en un estado que nos expone a tanta desdicha por toda una eternidad? ¿Quién de nosotros, no temblará al oír a Jesucristo cuando nos dice que un día el pecador le buscará, pero no le hallará, y morirá en su pecado? Dejo a vuestra consideración el considerar el estado en que descansa quien vive tranquilo en pecado, siendo la muerte tan cierta y tan inseguro el momento. Con gran razón nos dice el Espíritu Santo que los pecadores se han extraviado en su marcha, que sus corazones se cegaron que sus espíritus quedaron cubiertos de las más espesas tinieblas, y que su malicia acabo por engañarlos y perderlos. Dilataron su vuelta al Señor para un tiempo que no les será concedido, esperaron tener una buena muerte, viviendo en pecado; pero se engañaron, ya que su muerte será muy desgraciada a los ojos del Señor. [Sb 5,6]. H.M., tal es, precisamente la conducta de la mayor parte de los cristianos de nuestros días, los cuales viviendo en pecado, esperan siempre tener una buena muerte, confiando en que dejarán el estado de culpa, que harán penitencia, y que antes de ser juzgados, repararán los pecados que cometieron. Más el demonio los engaña, y no saldrán del pecado más que para ser precipitados al infierno.

Para haceros comprender mejor la ceguera de los pecadores, voy a mostraros: 1º. Que cuanto más retrasamos en salir del pecado y volver a Dios, mayor es el peligro en que nos ponemos de perecer en la culpa, por la sencilla razón de que son más difíciles de vencer las malas costumbres adquiridas; 2º. Cada vez que despreciamos una gracia, el Señor se va apartando de nosotros, quedamos más débiles, y el demonio toma mayor ascendiente sobre nuestra persona. De aquí concluyo que, cuanto más tiempo permanecemos en pecado, en mayor peligro nos ponemos de no convertirnos nunca.

2º ¡Hablar yo, hermanos, de la muerte desgraciada de un pecador que muere en pecado, a cristianos que tantas veces han sentido ya la felicidad de amar a un Dios tan bueno y que, por la luz de la fe, conocen la magnitud de los bienes que Jesucristo prepara para los que conserven su alma exenta de pecado! Tal manera de hablar seria mejor para dirigirse a paganos que no conocen a Dios e ignoran las recompensas que promete a sus hijos. ¡Oh Dios míos! ¡Qué ciego es el hombre al dejar perder tantos bienes y atraer sobre sí tantos males, permaneciendo en pecado! Si pregunto a un niño: “¿para que fin Dios te ha creado y te ha conservado hasta el presente?” Me responderá: “Para conocerle, amarle, servirle, y por este medio alcanzar la vida eterna”. Más si yo dijese: ¿porque no hacen los cristianos lo que deben para merecer el cielo? Me diría, “esto proviene que han perdido de vista los bienes del cielo, y piensan hallar toda su felicidad en las cosas creadas”. El demonio los engañó y los engañará aun; viven sumidos en su ceguera y en ella perecerán, por más que tenga la esperanza de salir un día del pecado. Decidme, ¿no estamos viendo todos los días a personas que viven en pecado, y que desprecian todas las gracias que Dios les envía? Buenos pensamientos, buenos deseos, remordimiento de conciencia, buenos ejemplos, la Palabra de Dios. Siempre de que Dios la recibirá cuando tengan a bien retornar a Él, no se dan cuenta en su ceguera que, durante ese tiempo, el demonio les va preparando sitio en el infierno. ¡Oh ceguera! ¡Cuantos has echado al infierno, y a cuantos arrojará hasta el fin del mundo! En segundo lugar; esta consideración debe hacer temblar a un pecador que permanece en el pecado, aunque tenga la esperanza de salir de él. Ante todo, hermanos, no sois vosotros tan ignorantes para no saber que un solo pecado mortal será la causa de que nos perdamos para siempre, si llegamos a morir sin confesarlo, sin haber obtenido el perdón. En tercer lugar, sabemos muy bien que Jesucristo nos recomienda que estemos siempre preparados, pues nos hará salir de este mundo en el momento más inesperado; y si no dejamos el pecado antes que nos llame a otra vida, nos castigará sin misericordia. ¡Oh Dios mío! ¡Podremos vivir tranquilos en un estado que nos expone a caer en los abismos! Y si esto no es bastante para conmoveros, oídme por un momento, o mejor, abrir el Evangelio, y veréis si se puede vivir tan tranquilo, como vosotros vivís, en pecado.
Sí, hijos míos, todo os está advirtiendo que, si no salís pronto del pecado, vais a perecer: los oráculos, las amenazas, las comparaciones, las figuras, las parábolas, los ejemplos, todo aquello os dice que, o bien no podréis convertiros, o bien no queréis hacerlo. Oíd lo que el mismo Jesucristo dice al pecador: “Caminad mientras brilla delante de vosotros la luz de la fe” [Jn 12,35] , para evitar despreciando esa guía, os extraviéis para siempre. En otro lugar nos dice: “Vigilad, vigilad continuamente” [Mc 13,33] , ya que el enemigo de vuestra salvación trabaja constantemente para perderos. Y, además, orad, orad sin cesar para atraer sobre vosotros los auxilios del Cielo, pues oíd, vuestros enemigos son muy poderosos y astutos. Nos dice [Jesucristo]: ¿A que tanto empeño, a que vivir tan ocupado en vivir en las cosas temporales y en los placeres, si dentro de unos momentos lo habréis de abandonar todo? Jesucristo a los pecadores al decirles, que si no quieren volver a Él cuando les ofrece su gracia, días vendrá en que le buscarán implorando misericordia, más Él los despreciará, y a fin de no dejarse conmover por sus oraciones y lágrimas, se tapará los oídos y huirá de ellos. ¡Oh, Dios mío! ¡Que desdicha ser abandonado de Vos! ¡Oh, H. M.! ¡Cómo podremos en esto sin morir de dolor! Sí, hermanos, si sois insensibles a estas palabras, es que ya estáis perdidos. ¡Ah, pobre alma, llora ya desde hoy los tormentos que se te están preparando para la otra vida!

Prosigamos, H. M., oigamos al mismo Jesucristo, y veremos si nos es dado vivir seguros queriendo permanecer viviendo en el pecado. “Sí, nos dice; vendré como un ladrón, que procura sorprender al dueño de la casa en el momento en que más confiado duerme” [Mt 24,43]; nos dice igualmente, que la muerte vendrá a cortar el hilo de la vida criminal del pecador en el mismo momento en que su conciencia estará cargada de crímenes, y habrá tomado la buena resolución de librarse de ellos, sin haberlo hecho todavía. En otro lugar nos dice que nuestra vida transcurre «con la velocidad de un rayo que cruza de Oriente a Occidente» [Mt 24, 27]; hoy vemos a un pecador lleno de vida y rebosando de salud, con la cabeza llena de mil proyectos, y mañana las lágrimas de los suyos nos advierten que ya no es de este mundo, del cual ha salido sin saber porque había venido, ni para que fin. Ese insensato vivió ciego y murió tal como había vivido. Nos dice, además, Jesucristo que la muerte es el eco de la vida, para darnos a entender que aquel que vive en pecado, es casi seguro que morirá en pecado.

Ejemplo 1. Leemos en la historia que cierto hombre hizo del dinero su “dios”; al caer enfermo, ordenó que le trajesen una gaveta llena de oro para gozarse en el placer de contarlo, y cuando ya no tuvo fuerzas para ellos, puso su mano debajo del montón hasta que murió.

Ejemplo 2. De otro se cuenta que, cuando el confesor le presentó un crucifijo para moverle a contrición dijo; “si este crucifijo fuese de oro, valdría muy bien tanto...” ¡Ah! El corazón del pecador, no deja el pecado tan fácilmente como se cree. “Vida de pecador, muerte de réprobo”.

¿Que quiere enseñarnos Jesucristo, con aquella parábola de las vírgenes prudentes y de las vírgenes fatuas, según la cual fueron bien recibidas porque entraron con el esposo, mientras que las otras hallaron cerrada la puerta? Con ello quería Jesucristo mostrarnos la conducta de la gente del mundo: las vírgenes prudentes representan a los buenos cristianos que se hallan siempre preparados para comparecer delante de Dios, cualquiera en que sea el momento en que los llame; las vírgenes fatuas son la figura de los malos cristianos, que creen constantemente que les va a quedar tiempo para prepararse y convertirse, salir del pecado y hacer obras buenas. Así pasan la vida, y llega la muerte; pero ellos no tienen en su haber más que maldades y nada bueno. La muerte les da el zarpazo, Jesucristo los llama a su Tribunal para que rindan cuenta de su vida; entonces quisieran poner en orden su conciencia, se inquietan; quisieran dejar el pecado; pero ¡ay! No tienen ni tiempo, ni fuerza suficiente, ni tal vez la gracia que seria necesaria. Al suplicar a Dios que tenga de ellos compasión y sea misericordioso, le responde que no los conoce, les cierra la puerta: es decir, les arroja al infierno. Ved H. M., el destino de muchísimos pecadores que viven muy tranquilos en el pecado. Pobre alma ¡qué desdichada eres al tener que morar en un cuerpo con que tanto furor te arrastra al infierno! ¡Ah! Amigo mío, ¿porque quieres perder tú esa pobre alma? ¿Que mal te ha hecho para condenarla a tantas desdichas?... ¡Oh Dios mío, que ciego es el hombre!...

En segundo lugar, he de deciros que el comportamiento de Esaú hallamos el verdadero retrato del hombre que se pierde, vendiendo su patrimonio por un plato de lentejas. Durante algún tiempo, Esaú, “vivió totalmente insensible a su perdida” [Gen 25, 34] , solamente pensaba en divertirse y entregarse a sus placeres; llega, sin embargo, el momento en que entra en sí mismo, recordando la falta cometida; pero cuanto más reflexiona, más se convence de la magnitud de su ceguera. Desconsolado por su desgracia, mira si será posible una reparación; usa de las suplicas, de las lágrimas, de los sollozos, para procurar mover el corazón de su padre; pero es demasiado tarde: el padre ya dio su bendición a otro, sus suplicas son desatendidas, sus estancias no son escuchadas. En vano se inquieta, no hay más remedio que resignarse a permanecer en la miseria y morir en ella. Ved aquí, H. M., lo que acontece en todo tiempo al pecador: vende a Dios, a su alma, y el lugar que en el cielo tiene destinado, por menos de un plato de lentejas, esto es, por el placer de un instante, por un pensamiento de odio, de venganza, por una mirada o un tocamiento deshonesto consigo mismo o con otros, por un puñado de tierra, por un vaso de vino. ¡Ah! ¡Porque miseria eres entregada, o alma hermosa! Vemos también en efecto a esos pecadores vivir tranquilos por algún tiempo, tan en paz, a lo menos aparentemente, como si en su vida no hubiesen realizado más que obras buenas. Unos piensan en sus placeres, otros en los bienes de este mundo; pero como aconteció a Esaú, llegan el momento en que reconocen su falta, quisieran poderla reparar, pero es demasiado tarde. Gimiendo y derramando lágrimas, conjuran al Señor para que les devuelva los bienes que ellos vendieron, esto es, el cielo; pero el Señor hace cual el padre de Esaú, les responde que dio su lugar a otro. ¡Ay! en vano ese pobre pecador exclama e implora misericordia, no tiene más remedio que resignarse a permanecer en su miseria y precipitarse en el infierno. ¡Oh, Dios mío! ¡Qué desdichada a los ojos del Señor la muerte del pecador!

¡Ay! Cuantos hacen como el desgraciado Sísara, a quien una pérfida mujer adormeció dándole a beber un poco de leche, y se aprovechó de aquella oportunidad para quitarle la vida, sin que el infeliz tuviese lugar a llorar la ceguera que significaba el poner la confianza en aquella pérfida [Judic 4]. Así también ¡cuantos pecadores hay a quienes la muerte se lleva tan rápidamente, que no les deja tiempo para llorar la ceguera de haber permanecido en el pecado! ¡Cuantos hay también que imitan al impío Antíoco, que reconocen sus crímenes, los lloran e imploran misericordia si que les sea dado obtenerla, y descienden al infierno lanzando esas desesperantes suplicas no atendidas. Y este es, el fin de innumerables pecadores. No cabe duda, de que ninguno de nosotros quisiera tener una muerte desgraciada, en lo cual no andamos ciertamente fuera de razón; más lo que me desconsuela, es que viváis en pecado, y estéis en gran peligro de perecer en él. No soy tan solo yo quien lo dice, sino que es el mismo Jesucristo quien lo asegura.

¿No es verdad, amigo mío, que estás pensando: dejemos hablar al cura, y hagamos nosotros nuestra vida ordinaria? ¿Sabes, amigo mío, lo que te acontecerá dejando hablar al cura? Y –¿Qué quiere usted que me acontezca? –Pues, amigo mío, que te condenarás. –Más yo confío que no será así, pensarán tal vez; hay tiempo para todo. – Amigo mío, podemos tener tiempo para llorar y para sufrir, pero no para convertirnos; y para que te convenzas voy a contarte un ejemplo espantoso.

Ejemplo 3: Refiérese en la historia que un hombre de mundo, que durante largo tiempo había vivido en el mayor desorden, se convirtió y perseveró una temporada en aquellas buenas disposiciones; pero al fin recayó, sin pensar ya más en volver a Dios. Sus amigos no cesaban de orar por él; más él despreciaba todo cuanto se le advertía para su bien. En aquella misma época se anunciaron ejercicios [ejercicios espirituales] , los cuales debían darse al poco tiempo. Se creyó que aquellas circunstancia serian oportunas para mover al pecador aquel a aprovechar la ocasión que Dios le ofrecía de poder entrar de nuevo en el camino de la salvación. Tras muchas suplicas e instancias por parte de sus amigos, y después de haber él rehusado y resistido obstinadamente, al fin accedió, dando palabra que asistiría a los ejercicios con los demás. Más ¡ay! ¿Que aconteció? ¡Qué temibles e impenetrable son los juicios de Dios! A la mañana misma en que se le esperaba, que era el día en que los ejercicios iban a comenzar, se supo que aquel hombre había sido hallado muerto en su casa, sin conocimiento, sin socorro alguno, sin sacramentos. ¿Nos convencemos de una vez, H. M., de lo que es vivir en pecado con la esperanza de que un día saldremos de él?

¡Ay, hijos míos! Abusamos del tiempo cuando disponemos de él, despreciamos las gracias que Dios nos ofrece, más, frecuentemente, el Señor para castigarnos, nos la quita, cuando querríamos aprovecharla. Si al presente no determinamos portarnos bien, quizá al quererlo, no nos será posible. ¿No es verdad que pensáis confesaros algún día, y entonces dejar el pecado y hacer penitencia? –Ésta es ciertamente mi intención.– Esta es tu intención amigo mío, pero yo voy a decirte lo que harás y lo que vas a ser. Actualmente estás en pecado; no me lo negarás: pues bien, después de tu muerte te condenarás. - Y ¿qué sabe usted? - Si no lo supiese no te lo diría. Además, voy a demostrarte que viviendo en pecado, aun con la esperanza de salir de tal estado, no lo harás, hasta queriéndolo de corazón, y entonces comprenderás lo que es el despreciar el tiempo y las gracias que en determinado momento nos ofrece Dios.

Ejemplo 4. Refiérese en la historia que cierto extranjero, pasando por Donzenac [ese extranjero se llamaba Lorrain y era librero de profesión] , se dirigió a un sacerdote para que le oyera en confesión; más el sacerdote, no sé porque causa, lo rechazó. De allí se fue a una ciudad llamada Brives. Se presentó al procurador del rey y le dijo, os ruego que me encarceléis, [Lorrain dijo al procurador que desde hace algún tiempo se había dado al demonio]; le ruego que me encarceléis, y he oído decir siempre que no hay poder que valga contra los que están en manos de la justicia. Le responde el procurador: –no sabes lo que es estar en manos de la justicia, una vez en su poder no se sale de cualquier manera.- No importa, señor, encarceladme. El procurador imaginó que aquel hombre estaría loco, por lo cual encarcelándole, y hasta conversando con él por más tiempo, se exponía a las burlas del público. En aquel momento vio pasar por la calle a un sacerdote conocido, que era confesor de las Ursulinas; le llamó y le dijo: “Padre, tomad la bondad de tomar este hombre bajo vuestros cuidados”. Y dirigiéndose a aquel hombre: “Amigo mío, le dijo, seguid a este sacerdote y haced lo que él os diga. Dicho sacerdote, después de hablar un rato con el infeliz, pensó como el procurador del rey, que tenía enajenadas las facultades mentales; y le rogó que se dirigiese a otra parte, ya que él no podía encargarse de su conducta. Aquel pobre desagraciado, no sabiendo ya dónde acudir, se fue a dos distintas comunidades a pedir un sacerdote que le confesase. En una se le dijo que los padres estaban descansando, pues debían levantarse a la media noche; en la otra pudo hablar con un padre que le despidió para que volviese al día siguiente. Más aquel pobre infeliz, se echo a llorar, exclamando: ¡Oh! Padre mío, si no tiene piedad de mí estoy perdido; dijo que se había entregado al demonio; y el plazo termina esta noche. “Idos, amigo mío, –le respondió el padre–, y encomendaos a la Santísima Virgen. Le entregó un Rosario y le despidió. Al pasar por una plaza, llorando de pena por no haber podido hallar un confesor entre tantos sacerdotes como en aquellas comunidades había, vio un grupo de vecinos que estaban conversando, y les pidió si por ventura entre ellos habría alguno que quisiera hospedarle aquella noche. Se hallaba entre ellos un carnicero, quien le dijo que podía seguirle a su casa. Cuando estuvieron en ella, aquel pobre infeliz le contó qué desdichado era por haberse dado al demonio; creía él tener tiempo suficiente para confesarse, dejar el pecado y hacer penitencia, mas ningún sacerdote quiso confesarle. El carnicero se extrañó de que todos aquellos sacerdotes hubiesen mostrado tanta falta de caridad. –¡Ay! señor, bien reconozco que es permisión de Dios para castigarme por el tiempo y las gracias que desprecié–. “Amigo mío”,–dijo el carnicero- “cabe aun recurrir a Dios”, –¡Ay!, señor estoy perdido; ésta misma noche el demonio debe matarme y llevarse mi alma.- El carnicero, según parece, no se fue a dormir, para indagar si aquel hombre había perdido el juicio, o si era verdad cuanto afirmaba. En efecto, hacia la media noche, oyó un espantoso ruido, y gritos horribles como de dos personas de las que una estrangulase a la otra. Corrió el carnicero hacia el cuarto del infeliz, y vio al demonio que le arrastraba al patio. Horrorizado el carnicero, huyó a encerrarse en la casa: y al día siguiente, hallaron al infeliz colgado a guisa de carnero, en un gancho de la carnicería. El demonio le había arrancado un jirón de su capa y le estranguló y le colgó. El P. Lejeune, que refiere esto en uno de sus sermones, dice que lo oyó contar a uno que vio al infeliz colgado.

Ya veis, pues, hermanos, como el retardar nuestra conversión, nos exponemos con frecuencia a no convertirnos nunca. ¿No es cierto que, al caer enfermo, te has dado prisa en llamar a un sacerdote para confesarte, y hasta has concebido un temor grande de que no estuviese bien hecha la confesión? ¿No eres tú quien, en tu enfermedad, dijiste que era una gran ceguera esperar a la hora de la muerte para amar a Dios, y que, si te devolvía la salud, te portarías mucho mejor que hasta entonces, obrarais con mucho mayor juicio? Amigo mío, o hermana mía, si nuestro Señor os devuelve la salud... ¡pobres hijos míos! No os fijáis en que vuestro arrepentimiento, no viene de Dios, o del arrepentimiento de vuestros pecados, sino solamente del temor al infierno. Hacéis como Antíoco, que lloraba los castigos que sus crímenes atraían sobre sí; más su corazón no había cambiado, pues bien, hermanos míos, Dios te ha devuelto la salud que con tanta insistencia le pediste, prometiéndole que te portarías mejor. Dime: una vez recobrada la salud, ¿te has vuelto mejor? ¿Ofendes menos a Dios? ¿Te has corregido de algún defecto? ¿Se te ve con mayor frecuencia a recibir los sacramentos? ¿Quiere que te diga lo que eres? Helo aquí: antes de tu enfermedad te confesabas algunas veces al año; desde que el Señor te ha devuelto la salud, ni aun lo haces en Pascua. ¡Ay! ¡Cuantos entre los que me escuchan obran así! Más no tengáis cuidado, veréis como a la primera enfermedad, Dios os hará salir de este mundo; o hablando más claro, seréis arrojado al infierno. Muy bien, podéis ver como, permaneciendo en el pecado, aunque sea con la halagüeña esperanza de abandonarlo algún día, os estáis burlando de Dios.

Aguardaos, hijos míos, y veréis qué chocante resulta eso de creer que Dios os perdonará cuando a vosotros os dé la gana de implorar su misericordia. Voy a poneros un ejemplo que, como otro ninguno, viene a tono con lo que hablamos.

Ejemplo 5. Se refiere que un caballero bueno en extremo. Tenia un criado tan malvado que no perdonaba ocasión para injuriar a su señor; se complacía sobre todo, en hacerlo cuando estaba rodeado de visitas y amigos. Le robó muchas cosas y de gran valor, y acabó por seducir a una de sus hijas; después de este golpe, huyo de la casa por temor a los rigores de la justicia. Pasado algún tiempo, se fue a encontrar a un sacerdote que sabia que era muy respetado en la casa del mencionado amo. El sacerdote se personó en la casa del caballero para que se dignase perdonar la culpa de aquel criado. El caballero fue tan bondadoso, que habló así al sacerdote: “Haré cuanto vos mandéis; más quiero también que él me dé alguna satisfacción; obrar de otro modo seria dar carta blanca a todos los criminales”. El sacerdote lleno de alegría, se fue al encuentro del criado y le dijo: “Vuestro señor ha tenido la caridad de perdonaros; pero quiere, con evidente justicia, una pequeña satisfacción”. El criado le contestó: “Cual es la satisfacción que quiere mi dueño, y en que tiempo la habré de cumplir”. Dijo el sacerdote: “En su casa, al presente, arrodillado a sus plantas y con la cabeza descubierta”. ¡Ah! ¡Muchos honores quiere mi señor! Pero yo no quiero pedirle más que perdón; él quiere que sea en su casa, de rodillas y con la cabeza descubierta, y yo quiero hacerlo en mi cuarto, y acostado en mi cama. Él quiere que sea ahora mismo, y yo quiero que sea dentro de diez años, cuando piense y esté dispuesto a morir”.

¿Que pensáis, H.M. de ese criado, qué me decís de él? ¿Que consejo hubierais dado a aquel caballero? Seguramente le hubierais hablado así: “Señor, vuestro sirviente es un miserable, que merece estar encerrado en un calabozo de donde salga únicamente para ser conducido al patíbulo”. Pues bien, hermanos míos, en este ejemplo, ¿no veis como os portáis vosotros con Dios? ¿No es este el mismo lenguaje que usáis con Dios, cuando decís que tenéis tiempo, que no hay prisa, que aun no estáis cercano a la muerte?

¡Ay! ¡Cuantos pecadores están cegados respecto al estado de su alma, y esperan hacer aquello que no les será dado realizar cuando ellos quieran!...

Pero, vayamos aun más lejos, y veremos que, cuando más diferís dejar el pecado, en mayor imposibilidad os ponéis de salir de él. ¿No es cierto que, en algún tiempo, la Palabra de Dios os conmovía, os llevaba a hacer ciertas reflexiones, y que, varias veces, habíais resuelto dejar el pecado y entregaros enteramente a Dios? ¿No es verdad que el pensamiento del juicio y del infierno os hacia derramar lágrimas, y que, ahora, nada de esto os conmueve, ni os sugiere la menor reflexión? ¿De que proviene esto, H.M.? ¡Ay! Es que vuestro corazón se ha endurecido y que Dios os abandona, de manera que cuanto más permanecéis en el pecado, más se aleja Dios de vosotros, y más insensibles os hacéis a vuestra perdición. ¡Ah! Si al menos hubierais fallecido en vuestra primera enfermedad, ¡no cayerais en lugar tan profundo del infierno! - Pero si quiere retornar a Dios en la actualidad, ¿me recibiría aun el Señor?- Amigo, no te digo que sí, ni que no. Si el número de los pecados que Dios tiene el propósito de perdonarte, no está colmado; si no has despreciado aún todas las gracias que Dios te tenía destinada, bien puedes esperar. Más si ya esta llena la medida de tus pecados y de las gracias menospreciadas, entonces todo está perdido para ti; en vano formularás los mejores propósitos... Así lo acabamos de ver en el ejemplo que acabo de referir.

¡Ah! Dios mío, ¿podremos pensar en esto sin que intentemos por todos los medios posibles mover la misericordia de Dios nuestro Señor? –Más, tal vez, alguien se dirá consigo mismo, ¿No tendré más que entregarme a la desesperación?– ¡Ah! amigo mío, yo quisiera llevarte a dos pasos de la desesperación, para que al darte cuenta del estado espantoso en que te hallas, para salir del mismo, los medios que aun en el presente Dios te ofrece. - Pero me dirás, muchos hay que se convirtieron en la hora de la muerte: El buen ladrón se convirtió totalmente en aquel momento.- El buen ladrón, en primer lugar, hijos míos, nunca había conocido a Dios. Desde que le conoció. Se entregó a Él; más adviértase que es el único caso que la Sagrada Escritura nos presenta, y es para que no desesperemos del todo en aquella hora.- Más también hay otros que se convirtieron, a pesar de haber vivido mucho tiempo en pecado. –Cuidado, amigo mío, pues creo que te engañas: dime que hay muchos que se arrepintieron; pero convertirse es otra cosa. He aquí lo que harás, y lo que has hecho ya en tus enfermedades: hacer llamar a un sacerdote, porque te atemorizaba el mal que sufrías. Pues bien, con todo y tu arrepentimiento, ¿te has convertido? Sin duda te habrás endurecido más todavía. ¡Ay, H.M.! Poca cosa significan tales arrepentimientos. Bien se arrepintió Saúl, ya que lloró sus pecados [1 Reyes 25, 14-30]; y, sin embargo, está condenado. Judas se arrepintió, ya que fue a devolver el dinero, y fue tan grande su pesar [que en su desesperación desconfío en el perdón y la amistad de Cristo] , que se ahorcó [Mt 27, 3]. Si me preguntáis ahora ¿donde llevan tales arrepentimientos?, os responderé... al infierno. Y vendré a parar siempre en mi conclusión de que si vivís en pecado y morís en él, os condenareis; pero espero que no será así: no llegareis a esto.

En tercer lugar, y avanzando en nuestros razonamientos, voy a mostraros cómo en vuestra manera de vivir nada hay que pueda haceros confiar; por el contrario, todo debe alarmaros, según ahora vais a ver. 1º Sabéis vosotros que, por vuestras solas fuerzas, no podéis salir del pecado; estáis plenamente convencidos de que es preciso que Dios os ayude con su gracia, ya que San Pablo nos dice que no somos capaces de formular un buen pensamiento sin la gracia de Dios [2 Cor 3, 5]; 2º Sabéis muy bien que el perdón solo podéis obtenerlo del mismo Dios. Reflexionad seriamente sobre estas dos consideraciones, H.M., y comprenderéis qué grande sea vuestra ceguera; o, para decirlo más claramente, pensad si estáis perdidos si con prontitud no abandonáis el pecado. Más decidme, ¿es despreciando las gracias del buen Dios como podéis esperar mayores fuerzas para romper con vuestros malos hábitos? ¿No es, por ventura, todo lo contrario lo que debéis esperar? Cuanto más allá lleguéis con vuestros extravíos, más merecedores os haréis de que Dios se aparte de vosotros y os abandone. De lo cual concluyo yo que, cuanto más os retraséis en volver a Dios, mayor es el peligro en que os ponéis en no convertiros nunca. Hemos dicho que solo de Dios podemos obtener el perdón. Pues bien, dime, ¿será multiplicando tus pecados como vas a asegurarte el perdón de Dios? Anda, amigo; eres un ciego, vive en el pecado para morir en él, y serás condenado. He aquí, amigo mío, a donde te llevará tu manera de orar y tu manera de vivir: “Vida de pecador, muerte de réprobo”. Más para que mejor sintáis todo esto avanzaremos hasta el momento fatal en que va a terminar nuestra vida.

II Tengo por seguro, ante todo, que todos vosotros habéis resuelto hacer una buena muerte, convertiros y dejar el pecado, vamos, pues, hijos míos, junto a fulano, que está moribundo, y hallaremos a un sujeto tendido en su lecho, cuya vida ha sido como la vuestra, vida de pecado; más sin faltarle jamás la esperanza de que antes de morir saldría de tan miserable estado. Examinadle bien, considerad atentamente su arrepentimiento, su dolor, su confesión y su muerte. A continuación, considerad lo que sois: y veréis también lo que será de vosotros otro día. No nos apartemos, hermanos, de la cabecera de ese moribundo, antes de que su suerte esté decidida para siempre. Aunque vivió en el pecado y en los placeres, se había prometido constantemente tener una buena muerte, y reparar todo el mal cometido durante su vida. Grabad indeleblemente esto en vuestro corazón, para que nunca os olvidéis de ello, y tengáis siempre presente ante vuestros ojos la suerte que os espera.

Os diré, primeramente, que durante toda su vida estuvo siempre obstáculos que él juzgaba insuperable. Lo primero que creía imposible de dejar eran los malos hábitos; otro obstáculo era la creencia de que no contaba ni con la gracia ni con fuerzas suficientes. Aunque en pecado, comprendía muy bien lo costoso, lo difícil que es hacer una buena confesión y reparar toda una vida que no fue más que una cadena de horrores y crímenes, sin embargo, el tiempo llega, el tiempo urge; es preciso dar comienzo a lo que nunca se quiso hacer, es preciso internarse en su corazón, verdadero abismo de iniquidad, semejante al de un matorral erizado de tantas y tan temibles espinas, que uno no sabe por donde echar mano y acaba por dejarlo todo tal como está. Mas la luz del conocimiento va extinguiéndose poco a poco; y, sin embargo, él no quiere morir en tal estado. Quiere convertirse: es decir, quiere dejar el pecado antes de morir. Que morirá, no hay duda; más que se convierta: sería preciso hacer ahora lo que debía haber hecho estando sano. En la imposibilidad de realizarlo, con lágrimas en los ojos, formula las mismas promesas que ha hecho cuantas veces se halló en trance de muerte; más Dios no escuchará tales falsedades y mentiras; para ello sería necesario destruir el pecado, que echó ya en su corazón raíces tan profundas, que superan a toda fuerza que intente arrancarla, como no sea una gracia extraordinaria. Pero Dios, para castigar su desprecio de todas las que en vida le concedió, se la deniega y le vuelve la espalda para no verle; se tapa los oídos para no exponerse a que sus gemidos y sollozos le enternezcan. ¡Ay!, es preciso morir, y nada de conversión; pero ni tan solo conocimiento tiene; vedle como desatina, contestando una cosa por otra. El sacerdote se queja, dice que se le debió avisar más pronto, que el enfermo carece ya de conocimiento, que no puede confesar. Padre, se engaña usted, tiene todo el conocimiento que debe tener antes de morir; si hubiera venido ayer para confesarle, Dios le habría quitado también el conocimiento; ha vivido en pecado despreciando el tiempo y las gracias que Él le concediera, y, según la justicia divina, debe morir en pecado. Aguarde usted unas horas y no tardará en verle arrastrado al infierno por los demonios a quienes tan puntualmente obedeció en vida; no aparte de él su mirada y va a ver como vomita su alma al infierno.

Más, antes de llegar el terrible momento, consideremos, hijos míos la agitación que experimenta, pregunta si realmente quiere confesarse, si le sabe mal haber ofendido a Dios; os hará ademán de que sí; bien quisiera confesarse, pero no puede. ¡Ay! ¡Es preciso morir, y nada de confesión! ¡Nada de conocimiento! Acércate amigo mío, mira a este empedernido pecador, que todo lo despreció, que se burló de todo, que creía que al morir todo acabaría para él. Mira a ese joven libertino; no hace aun quince días dejaba oír su voz en los cafés y casa de diversión, cantando canciones las más obscenas, malversando su dinero en juego . Mira a esa joven mundana llevada en alas de su vanidad, en la creencia de que jamás podía detenerse ni morir. ¡Oh, Dios mío! ¡Hay que morir! ¡Ay!, ¡que cambio es necesario morir y condenarse! Mira aquellos ojos que salen de sus órbitas, presagiando que la muerte va a llegar; ve como todos los que le acompañan están afectados de sentimientos singular; se le contempla con lágrimas en los ojos. ¿Me conoces? Le preguntan. Y él se limita a abrir horriblemente los ojos, con un visaje que mete espanto a cuantos los rodean. Se le mira temblando y con la cabeza inclinada: salid de allí, dejadle morir tal como vivió.

No, no me engaño, venid, H.M., vosotros que desde tantos años vais dilatando la confesión para tiempos mejores. Ved como sus labios fríos y temblorosos, faltos de movimiento, le anuncian que llega la muerte y la condenación. Amigo, deja por un momento la taberna, y ven conmigo a contemplar el rostro pálido, ese semblante lívido, esos cabellos en el sudor de la muerte. ¿No ves como se erizan sus cabellos? ¡Ay! Parece como si experimentase los horrores de la muerte. ¡Ay! Todo acabó para él, es preciso morir y condenarse. Ven hermana mía, deja por un momento esa música y esa danza; ven y veras lo que te espera otro día. ¿No ves esos demonios que le rodean, induciéndole a la desesperación? ¿No ves sus horribles convulsiones? No, no H. M., todo está perdido; preciso es que el alma salga de su cuerpo. ¡Oh Dios mío! ¿A donde irá esa pobre alma? ¡Ay! Solo el infierno será su morada.

No, no, H.M., un momento; le quedan aún cinco minutos de vida para que le sea manifestada toda su desdicha. Vedle como se acerca su fin... los circunstantes y el sacerdote se ponen de rodillas para mirar si Dios querrá tener compasión de aquella pobre alma: “¡Alma cristiana, le dice el sacerdote, sal de este mundo!” –Y ¿a donde quiere que vaya, si no ha vivido más que para el mundo, si solamente se acordó del mundo? Además, según la manera como vivió, pensaba no salir nunca de él... ¡Usted, padre, le desea el cielo, pero ella, ni tan solo conocía su existencia! Se engaña, padre; dígale más bien: “Sal de este mundo, alma criminal, ve a quemarte, ya que durante toda tu vida no has trabajado más que para eso”. –“Alma cristiana, continua el sacerdote, ve a descansar en la celestial Jerusalén”. – ¡Bravo! Amigo, envía usted a aquella hermosa ciudad un alma toda cubierta de pecados, de los que, el número excede a las horas de su vida; un alma que en su vida no fue más que una cadena de impurezas, la va usted a colocar junto a los ángeles, junto a Jesucristo que es la pureza misma. ¡Oh, horror! ¡Oh, abominación! ¡al infierno, al infierno, ya que allí tiene su lugar señalado! – “Dios mío, va siguiendo el sacerdote, Criador de todas las cosas, reconoced esta alma obra de vuestras manos. – ¡Y qué! Padre, se atreve usted a presentar a Dios, como si fuese su obra, un alma que no es más que un montón de crímenes, un alma enteramente corrompida; cese, amigo, de dirigirse al cielo, vuelva su mirada hacia los abismos y escuche a los demonios cuyo auxilio tanto reclamó; échele esa alma maldita, ya que para ellos trabajó. – “Dios mío, dirá tal vez aún el sacerdote, recibid esta alma que os ama como a su Criador y como su Salvador”. ¿Ella ama al buen Dios? ¿Dónde están, amigo, las señales? ¿Dónde están sus devotas oraciones, sus buenas confesiones, sus buenas comuniones? O mejor, ¿cuando cumplió el precepto pascual? Calle usted, escuche al demonio diciendo a gritos que ella le pertenece, ya que desde mucho tiempo a él se entregó. Hicieron un trato de cambio: el demonio le dio dinero, medios para vengarse, le procuró ocasiones de satisfacer sus deseos; no, no amigo, no le hable más del cielo. Por otra parte ella tampoco lo desea; prefiere, estando tan cubiertas de crímenes, ir a arder a los abismos, antes de subir al cielo, en presencia de un Dios tan puro.

Detengámonos ahora un momento, hijos míos, antes que el demonio se apodere de ese réprobo: solo le queda el conocimiento necesario para darse cuenta de los horrores del pasado, del presente y del porvenir, que, para él, son otros tantos torrentes del furor de Dios cayendo sobre el infeliz para completar su desesperación. Dios permite que en el espíritu de ese desgraciado que todo los despreció, se le presente juntos en aquel momento todos los medios que le ofreciera para salvar su alma; ve entonces cómo tenia necesidad de todo cuanto le ofreció Dios, y no le ha servido de nada. Dios permite que en aquel momento, se acuerde hasta del íntimo pensamiento saludable de los que le habrán sido sugeridos durante su vida; y ve cuál su ceguera al perderse. ¡Oh, Dios mío! ¡Cuál será su desesperación en tales momentos, al ver que podía salvarse y se ha de condenar! ¡Ay! ¡el presente y el porvenir completan su desesperación! Tiene plena convicción de que antes de transcurrir tres minutos estará en el infierno para no salir jamás de allí... El sacerdote, viendo que no hay lugar para la confesión, le presenta un crucifijo para excitarle al dolor y a la confianza, diciéndole: “Hijo mío, he aquí a tu Dios que murió para redimirte, ten confianza en su gran misericordia que es infinita. Salga de aquí, amigo, ¿no ve que solo aumenta su desesperación? ¿Piensa lo que va a hacer?... ¡Un Dios coronado de espinas, en las manos de una mundana veleidosa que durante toda su vida sólo procuró adornarse para agradar al mundo!... ¡Un Dios despojado de todo, hasta de sus vestiduras, en manos de un avaro!... ¡Oh, Dios mío! ¡Que horror!.. ¡Un Dios cubierto de llagas, en manos de un impuro!... ¡Un Dios que muere por sus enemigos, en manos de un vengativo!... ¡Oh, Dios mío! ¿Podemos imaginarlo sin morir de horror? ¡Oh, no, no, no le presente usted más a ese Dios clavado en la cruz; todo acabó para él, su reprobación en segura! ¡Ay! Es preciso morir y condenarse, teniendo tantos medios para alcanzar la salvación! Dios mío, ¡cual será la rabia de ese cristiano por toda la eternidad!

Hermanos, oídle al dar sus tristes despedidas. El infeliz ve que sus parientes y amigos huyen de él y le abandonan, y lloran diciendo: “Ya está, ya murió...” Es en vano que se esfuerce en darles su última despedida: ¡adiós, padre mío y madre mía! ¡Adiós, mis pobres hijos, adiós para siempre!... Más ¡ay! Aún no ha exhalado su último suspiro y ya se halla separado de todo, ya no se le escucha. ¡Ay! ¡Yo me muero y estoy condenado!... ¡sed más buenos que yo!... Se le dice, no dejaste obrar bien durante tu vida, ¡oh!, triste consuelo. Pero no son éstas las despedidas que más le entristecen; ya sabía él que un día lo había de dejar todo eso; más ante de bajar al infierno, levanta sus ojos al cielo, perdido para siempre: ¡adiós hermoso cielo! ¡Adiós mansión feliz, que por tan poca cosa he perdido para siempre! ¡Adiós dichosa compañía de los ángeles! ¡Adiós mi buen ángel de la Guarda, a quien Dios había destinado para ayudarme a mi salvación, y a pesar de vos me he perdido! ¡Adiós, Virgen santa y Madre Tierna, si hubiese querido implorar vuestro auxilio, Vos hubieseis obtenido mi perdón! ¡Adiós, Jesucristo, Hijo de Dios, que tanto sufristeis por salvarme, y yo me he perdido! ; ¡Vos que me hicisteis nacer en el seno de una religión tan consoladora, y fácil de seguir! ¡Adiós, pastor mío, a quien tantas penas he causado al despreciar a usted y todo cuanto su celo le inspiraba para hacerme ver que, viviendo como yo vivía, me era imposible salvarme, adiós para siempre!... ¡ah! ¡Los que están aun en la tierra, pueden evitar semejante desdicha; más, para mí, todo se acabó; sin Dios, sin cielo, sin felicidad!... ¡siempre llorar, siempre sufrir, sin esperanza de fin!... ¡Oh, Dios mío! ¡Qué terrible es vuestra justicia! ¡Eternidad! ¡Cuantas lágrimas me haces derramar, cuantos clamores me haces exhalar..., yo que viví constantemente en la esperanza de que un día había de salir del pecado y convertirme! ¡ay, la muerte me ha engañado, y no he tenido tiempo!

¡Ah! hermano mío, nos dice San Jerónimo, ¿quieres permanecer en pecado, y temes perecer en él? Nos refiere este gran santo, que un día fue llamado para visitar a un pobre moribundo, y, al verle muy atemorizado, le preguntó, que era lo que parecía espantarle. “¡Padre, estoy condenado!” Y diciendo estas palabras, exhaló su último suspiro. ¡Oh, infortunado destino el de un pecador que ha vivido en pecado! ¡Ay! ¡A cuantos a arrastrado el demonio al infierno, con la esperanza de que se convertirán! Hijos míos, ¿qué vais a pensar vosotros, que me escucháis, y no practicáis la oración, ni os confesáis, ni pensáis en convertiros? Dios mío, ¿podrá uno permanecer en una situación que en todo momento expone a caer en los abismos?... ¡Dios mío, dadnos la fe, que nos hará conocer la magnitud de nuestras desdichas si nos perdemos, y nos pondrá en la imposibilidad de permanecer en pecado! Esta es la gracia que os deseo.

San Juan Bta. Mª Vianney (Cura de Ars)



martes, 27 de julio de 2010

SOBRE LAS "APARICIONES" DE LA SANTÍSIMA VIRGEN EN PRADO NUEVO DEL ESCORIAL

El mensaje de las supuestas apariciones de la Santísima Virgen en el Escorial dado el día 2 de julio de 1988, tan sólo tres días después de las Consagraciones Episcopales, realizadas por Mons. Lefebvre, empezó de la siguiente manera: "Hija mía, hoy mi Corazón viene lleno de dolor porque mi Iglesia se ha dividido. ¿Sabéis por qué, hijos míos, ha podido el enemigo dividir mi Iglesia? ¡Por la falta de oración y de sacrificio!"
Cómo no tomar estas palabras como una condena a la acción, salvadora, de Mons. Lefebvre, cuando la Iglesia Católica ya venía dividida desde hacía décadas por culpa del Concilio Vaticano II.
Desde la Fraternidad Sacerdotal San Pío X en España, se publicó un artículo en la revista “TRADICIÓN CATÓLICA”, firmado por el R.P. Guillermo Deviller que paso a transcribir.

EL ESCORIAL, 2 DE JULIO DE 1988
Los supuestos mensajes de la Santísima Virgen en Prado Nuevo, El Escorial, suelen ser mal redactados, constando de una serie de reiteradas afirmaciones hasta la obsesión, muchas veces mal dichas y con poca lógica entre ellas. Que el lector los lea sin prejuicios y los compare con los mensajes tan hermosos y profundos de la Madre de Dios en sus apariciones auténticas. En cuanto al mensaje del 2 de julio, a pesar de su calculada ambigüedad, ¿cómo interpretarlo de otra manera más que como una condena de S.E. Mons. Lefebvre acusado de dividir a la Iglesia, una defensa incondicional de la actual jerarquía en su camino hacia la apostasía y una inclinación para acercarse a recibir la Sagrada Eucaristía en cualquier sitio, aunque sea según el NOVUS ORDO MISAE, semiprotestante del masón Mons. Bugnini? A tales declaraciones no podemos responder otra cosa no no es con un NO absoluto, ya que representa un grave peligro para nuestra fe. En esto obedecemos a San Pablo que nos dice (Gal. 1, 8): "Aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciara otra doctrina que la que os predicamos, sea anatema".

Y a Nuestro Señor mismo que nos advierte (S. Mat. 24, 24): "Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas; y harán grandes señales y prodigios de manera que engañarán incluso a los elegidos si fuera posible. Ved que os lo he dicho antes de que suceda".

Sin embargo todo no fue malo en el "mensaje" del 2 de julio. Por ejemplo esta frase: "... y muchos falsos videntes están jugando con la doctrina de mi Hijo, hijos míos. Están sembrando su condenación. ¡Qué pena de almas! Ellos y los que se dejan arrastrar por ellos, hijos míos".

Vayamos pues a lo más seguro: la Revelación con R mayúscula, terminada con la muerte del último Apóstol, y transmitida infaliblemente por la Tradición de la Iglesia.
"Tradición Católica" Octubre de 1988, Nº 41


Tomado de: Tradición y Patria

Nota de Apostolado Eucarístico:
Ciertamente y lo digo por propia experiencia, este falso mensaje de la Virgen, sirvio para que los seguidores de estas falsas apariciones con gran hostilidad, condenaran a Mons. Lefebvre y a los que estabamos a favor de el y de su obra de restauración de la Tradición Católica. José Luis

EL PRESIDENTE DE HONOR DEL PP MUESTRA LOS "VALORES MORALES" DE SU PARTIDO: FRAGA RECHAZA DEROGAR LAS LEYES DEL ABORTO Y MATRIMONIO GAY

Fraga tampoco quiere derogar la ley del aborto.

El ex presidente de la Junta de Galicia y senador del PP, Manuel Fraga, ha asegurado que no es “partidario” de derogar la Ley del Aborto ni la que regula el matrimonio homosexual, pero sí ha apostado por que, si los populares acceden al Gobierno central, “se haga un estudio para que no se pueda abusar de ellas”.
“Si estuviese en una posición política influyente, desde luego no las hubiese autorizado”, ha ratificado el presidente de honor del Partido Popular quien, en todo caso, rechazó que si existe un cambio de escenario político y los populares acceden al Ejecutivo central se deroguen las normativas.
Así, durante el coloquio que tuvo lugar después de su conferencia en el Fórum Europa Tribuna Galicia, organizado este lunes en Santiago de Compostela, el ex presidente de la Xunta ha ironizado con que la sociedad española “se ha vuelto muy súper moderna en el sentido malo de la palabra” y ha lamentado que haya avanzado “en direcciones en las que no debía avanzar”.
“El aborto de la señora Aído no es posible conjugarlo con nada que sea el respeto a la vida”, ha reprochado Manuel Fraga al analizar el contenido de la normativa que regula los derechos sexuales y reproductivos, y que recientemente entró en vigor.
“Es un método de evitación de nacimientos y me parece que es una grosería política, jurídica y sobre todo moral insoportable”, ha concluido el que fue presidente de la Xunta durante 16 años, hasta 2005.
Dicho esto, y tras reflexionar acerca de la esencia de las leyes, el político del PP sentenció: “No soy partidario de derogar esas leyes, pero sí de hacer un estudio de cada una de ellas para que no se pueda abusar”.
Luego habrá en España quien nos diga que el Partido Popular es una opción distinta al PSOE en temas morales y de valores…

De Manifiesto por la Vida

lunes, 26 de julio de 2010

MÁRTIRES DE LA DIÓCESIS DE CIUDAD REAL

ANTONIO ESPADERO MORALES
Coadjutor de Villanueva de los Infantes

Antonio Espadero y Morales, hijo de José y Consuelo, nace en La Solana el día 21 de enero de 1899. Cursa los Estudios Eclesiásticos en el Seminario de Ciudad Real y, ordenado Sacerdote, canta su primera Misa el día primero de enero de 1924. Enseguida es nombrado Cura de El Hoyo y El Tamaral de donde en 1926 pasa como Coadjutor a Fuente el Fresno. Más tarde, en octubre de 1927, es nombrado Coadjutor de Villanueva de los Infantes donde le sorprende la persecución religiosa.
El alcalde de Villanueva de los Infantes, primo del sacerdote D. José Martín Jiménez (martirizado en Valdepeñas el 10 de agosto de 1936), ordena que todos los sacerdotes salgan del pueblo por seguridad de los mismos sacerdotes. Y, al mismo tiempo el alcalde, emparentado con el clero, aleja el problema que podría plantearle la presencia o muerte de curas en el pueblo.
El 16 de agosto de 1936 don Antonio parte para La Solana, su pueblo natal y permanece a salvo con sus familiares hasta que el 10 de octubre es encarcelado con D. Alfonso Martín de las Mulas y D. Eloy Serrano, y fueron asesinados, junto a las tapias del Cementerio de Membrilla que miran a La Solana, el 2 de noviembre de 1936.

El Dr. Jiménez Manzanares describe las disposiciones de D. Antonio y compañeros ante el martirio: "La marcha o paseo de las víctimas en el camino desde La Solana fue, por la valentía de los tres sacerdotes que rezaban oraciones y entonaban cánticos religiosos y aclamaban a Cristo Rey, una emocionante misión sacerdotal y apostólica".
El 24 de abril de 1944 el Sr. Juez Municipal de La Solana D. Jesús Campillo Villena tomó declaración como testigo a Ramón Espadero Morales, de 47 años de edad, casado, natural de La Solana, de profesión carpintero y dijo: "Que su hermano D. Antonio Espadero Morales, de profesión sacerdote de 37 años de edad, con domicilio en Infantes (Ciudad Real) fue detenido (omito los nombres de cuantos intervinieron en esta muerte por respeto tanto a la memoria de estas personas como al honor de sus familiares) en el domicilio de su madre, siendo conducido a la Checa de las Monjas en esta villa. Su cadáver al practicar la exhumación se le apreciaban tres agujeros en la cabeza, fue hallado en Membrilla, Km 7 de la carretera La Solana – Manzanares..."

RAFAEL FERNÁNDEZ Y FERNÁNDEZ
Párroco de Abenójar

Nace en Hinojosas de Calatrava (Ciudad Real) el día 24 de octubre del año 1872. Hijo de Esteban Fernández Moreno, de profesión labrador y de Cesarea Fernández. Su infancia transcurre en su pueblo natal en un ambiente sencillo y cristiano.
En el Seminario de Ciudad Real cursa los estudios eclesiástico y ordenado de presbítero celebra su primera Misa solemne el 25 de marzo de 1901. En sus años de seminarista y después como sacerdote era tal la aceptación que tenía entre sus compañeros por su optimismo, facundia y gracejo que le llamaban el"insigne". Sin duda, el ambiente religioso de su pueblo natal, influyó en el hecho de su vocación.
Enseguida fue nombrado Coadjutor de Granátula de Calatrava. Participa en el concurso a Parroquias del año 1904, siendo obispo Pior el señor Piñera y obtiene en propiedad la Parroquia de Poblete, y más tarde, en el Concurso convocado por el obispo Gandásegui, nuevamente oposita y obtiene la Parroquia de Abenójar, de la que toma posesión el 9 de mayo de 1914. Estuvo al frente de la Parroquia de Abenójar 22 años ininterrumpidos.

Con la llegada de la República sufrió por parte de la revuelta Casa del Pueblo un continuo y arduo tropiezo que, lejos de aminalarle, enardecía su fervor de sacerdote en defensa de los derechos de la Iglesia. Al fin, en julio de 1936, es detenido y llevado al templo parroquial. La desolación del lugar santo, ya devastado y profanado, le hizo sufrir un síncope. Después se le encerró en un calabozo inmundo del que fue sacado gracias al valor de un anciano médico que certificó la insalubridad del lugar. Entones se le condujo a la cárcel con los demás presos. El 20 de septiembre, con el consabido achaque de que le llevaban a prestar declaración, fue sacado en un coche llegado de Ciudad Real, junto con don Juan Samper, siendo ambos asesinados a corta distancia de Corral de Calatrava.
Finalizada la guerra civil, un sobrino, llamado como él, Rafael, con fecha del once de junio de 1939 solicitó el traslado de los resto del cementerio de Corral de Calatrava al de Puertollano.
Don Rafael causó la admiró de todos en el momento de su muerte. Así lo reconoció posteriormente uno de sus verdugos, que confesó cómo le temblaba la mano en el momento fatídico. Recordaba también cómo don Rafael le recriminaba su proceder y la inutilidad de sus ataques a la religión de Cristo. También animó a un compañero de martirio, diciéndole que “los hombres no deben llorar ante la muerte por Dios y por la patria”. Y le recordaba que pronto iban a comparecer ente el Señor, que los recibiría como mártires en su gloria.
Desde esta columna hacemos una llamada a cuantas personas le conocieron y trataron con el fin de completar el expediente para su beatificación.

FRANCISCO FERNÁNDEZ GRANADA
Beneficiado de la S. I. Prioral

Nacido el día 17 de septiembre del año 1884 en Villacañas (Toledo), y bautizado en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción el día 19 de septiembre del mismo año. Hijo de Crisanto Fernández y Eladia Granada y Almendros estudia en el Seminario de Toledo donde formó parte siempre de la Capilla musical. Ordenado de Presbítero en 1910 es nombrado profesor en la Universidad Pontificia de Toledo, a la vez que atendía como capellán el Asilo de Ancianos Desamparados.
El 1 de julio de 1918 se convocó a oposiciones en Ciudad Real para cubrir el Beneficio con cargo de Tenor Primero que dejara vacante don Fernando Aguilar que se traslada a la Catedral de Córdoba, y don Francisco único opositor a dicho beneficio gana la oposición, toma del mismo y permanece en el cargo hasta su muerte en la noche del 16 ó 17 de octubre de 1936. Colaboró con entusiasmo a la construcción del barrio de "Casas Baratas", donde él mismo vivió.
De temperamento fuerte y decidido, hasta el punto de hacer retroceder, en cierta ocasión, a los que trataron de acometerle en plena calle. Todavía el 1 de agosto de 1936, llevado de ese mismo carácter, se aventuró a salir con sotana para hacer efectivos en Hacienda los menguados haberes pasivos a la sazón vigentes para el Clero (54´32 pesetas mensuales). Esto le costó ya ser detenido unas horas en el Gobierno Civil.

Confiado sin dudad, después de los peores días, a primeros de octubre salió con sotana por el barrio en el que vivía, y de nuevo es conducido a la Comisaría (Gobierno Civil), donde coincidió con los compañeros don Raimundo Muñoz, don José María Gómez , D. Fidel Fuidio Rodríguez (Marianista beatificado por Juan Pablo II, el 1 de octubre de 1995) y don Juan Herrero, detenidos desde mucho tiempo antes.
D. Francisco, el 15 de agosto fue juzgado en una parodia de juicio que se prolongó desde las cuatro de la tarde hasta las nueve de la noche en las dependencias del Gobierno Civil, recayendo sentencia condenatoria sobre don Francisco Fernández Granada y don Juan Herrero Carrero, Auxiliar de la Secretaría del Obispado.
En la noche de 16 ó madrugada del 17 de octubre, fue sacado de la prisión y asesinado en el término de Carrión (según consta en el acta n. 891 de defunción del Juzgado de Ciudad Real), en compañía de D. Fidel Fuidio (Marianista), don Juan Herrero Carrero y don Miguel Pintado, seglar.
Comprometido con los más pobres, hasta el último instante de su vida manifestó su firmeza, sin acobardarse ni ceder en su condición de sacerdote que le llevó al martirio.


GABRIEL FERNÁNDEZ-ARROYO MASCARAQUE
Coadjutor de Manzanares

D. Gabriel Dionisio Perpetuo nació en Manzanares a la una de la tarde del día 8 de abril de 1888. Bautizado el 11 de abril en la Parroquia de la Asunción por don Gregorio Almagro y Rivas, Cura Rector de la Parroquia. Hijo de Juan José Fernández Arroyo, de profesión sacristán, y de Lorenza Mascaraque, creció en un ambiente humilde y cristiano. Instruido por el padre -sacristán de la parroquia- y familiarizado con las "cosas santas", sintió la llamada de Dios al sacerdocio y, en el Seminario de Ciudad Real, cursa los Estudios Eclesiásticos desde el 1899 al 1908 en que pasó a Toledo para el curso universitario obteniendo con brillantez la Licenciatura en Teología.
Ordenado de Presbítero cantó la primera Misa en la parroquia el 18 de junio de 1911. Desempeñó durante varios cursos la Cátedra de Latinidad en el Seminario de Ciudad Real, atendiendo a la vez la Parroquia de Las Casas. En 1923 pasó a Manzanares en calidad de Capellán de los Maristas y Coadjutor de la Parroquia.

Don Gabriel fue detenido el 30 de julio y el 8 de agosto de 1936 fue asesinado junto a D. Vicente Mascaraque y D. Tomás Mellado, mientras de rodillas besaba el escapulario del Carmen e invocaba a Jesucristo. Eran las 12 de la mañana. El ardoroso celo apostólico y la caridad desprendida y abnegada con que don Gabriel se había entregado al ejercicio de su ministerio sacerdotal no impidió que, por ser sacerdote, fuese perseguido y martirizado. Su padre, que había sido sacristán, soportó con ejemplar fortaleza y fe inquebrantable la muerte del hijo sacerdote, el 8 de agosto de 1936.

ENRIQUE FISAC ARANDA
Adscrito a San Pedro de Daimiel

Enrique Fisac Aranda nace en Daimiel el 5 de noviembre de 1883 en el seno de una familia de profundas creencias católicas, en cuya fe fue educado. Bautizado en la Iglesia Parroquial de Santa María de dicha localidad el 8 de noviembre de 1883, por D. Ramón Rodríguez Barbero. Hijo de Ramón Fisac Valverde, médico de profesión y Enriqueta Aranda Cruz, naturales y vecinos de Daimiel. La desahogada posición económica de la familia permite que inicie estudios de bachillerato en el Instituto de Daimiel y pasa a cursar los estudios eclesiásticos en el seminario de Ciudad Real para acabar en la Pontificia de Toledo con el grado de Doctor en Teología, previo el bienio universitario. Ordenado de Presbitero con dimisorias en Madrid el día 21 de diciembre de 1907, celebra su primera Misa en la Parroquia de Santa María, de Daimiel, el 25 del mismo mes y año, y es nombrado Coadjutor de San Pedro de Ciudad Real, en octubre de 1910, único cargo que desempeñó en nuestra diócesis. Tras varias oposiciones a canonjías (Plasencia, junio de 1909 y Zamora, mayo 1910), las hizo a Castrense. Y, desde el año 1912, desempeñó ese cargo casi toda su vida, llegando a alcanzar el grado de Coronel. Tras causar baja obligatoria como militar (debido a la Ley de Azaña), fija su residencia en Daimiel, en el domicilio que su hermana Consuelo Fisac tenía en la calle Monescillo de dicha localidad.

Hasta el día 18 de julio de 1936 celebra Santa Misa diariamente a las 9 de la mañana en la Iglesia Parroquial de Santa María. El día 19 de julio ya no puede celebrar dicha Misa, al haberse suspendido los cultos religiosos en todas las iglesias de Daimil por orden del entonces alcalde. A pesar de ser consciente del peligro que corría en esos momentos si permanecía en Daimiel, donde era muy conocido y podía sufrir las represalias de la persecución religiosa, prefirió no huir a otro lugar y dar testimonio de su fe e ideales. No estuvo en prisión, aunque sí vigilado, ni tuvo juicio antes de ser martirizado. El 13 de agosto de 1936 fueron a buscarlo a casa de su prima Ramona dos milicianos, los cuales le dieron un plazo de veinticuatro horas para preparar 5000 pesetas, y le informaron de que al día siguiente pasarían a recogerlas personalmente. El día 14 de agosto de 1936 volvieron a la casa los mismos dos milicianos, y le dijeron que en lugar de darles el dinero a ellos lo cogiera y les acompañara a ver a Juan Escalona (jefe de milicianos. Éste le somete a un intenso interrogatorio y le deja volver a casa de su prima Ramona, donde contó lo sucedido; y cómo lo último que le dijo Escalona fue: "A una persona se le puede condenar a muerte por uno sólo de estos tres motivos: por ser sacerdote, por ser militar o por ser de derechas; a usted le acusamos al mismo tiempo de los tres motivos". El 15 de agosto fue asesinado en el camino que va al Santuario de la Virgen de las Cruces. Algunos familiares y amigos trasladaron su cuerpo hasta el Cementerio Católico de Daimiel el 18 de agosto de 1936.
En junio de 1939 se erige en su memoria una Cruz de granito en el lugar del martirio; y finalmente entre los años 1940 y 1945 los restos son trasladados del cementerio hasta la Iglesia de Santa María. Todos estos gestos son prueba del reconocimiento de la fama de martirio


ANTONIO GARCÍA – CALVILLO Y COBOS
Adscrito a la Parroquia de Herencia

Nacido en Herencia el 10 de mayo de 1885 y educado cristianamente en el seno de su familia, destacó por su piedad, haciendo la primera Comunión a los cinco años de edad. Así continuó bajo la dirección de los sacerdotes don Manuel Utrilla y de su tío don José Callejas, al que diariamente ayudaba a Misa.
Los mercedarios de Herencia lo llevaron a su Orden. Por eso, comenzó los estudios en el Convento de Sarria (Lugo), el 11 de marzo de 1900 y se trasladó después a Poyo (Pontevedra), donde concluye los estudios, es ordenado sacerdote y celebró su primera Misa el 21 de junio de 1908, día de San Luis Gonzaga.
Hasta el año 1922 en que fue recibido en este Priorato, por el Rvdmo. Sr. Irastorza y quedó incardinado, ejerció por tierras de Galicia, en las comarcas y pueblos de Verín y El Ferrol.
Incardinado en Ciudad Real regentó la Parroquia de Las Labores algún tiempo, retirándose finalmente a Herencia, donde se dedicó preferentemente a la enseñanza por la que sentía especial vocación. Era notable su dominio del francés y de la taquigrafía.

El día 20 de julio de 1936 celebraba, como de ordinario, la Santa Misa en la ermita de San José, cuando se le ordena que la interrumpiese, a lo que se negó enérgicamente, no retirándose del altar hasta haber terminado la Santa Misa.
Es detenido el 1 de agosto de 1936 y multado con mil pesetas por supuesta tenencia de armas y, el día 5 de agosto, es obligado a llevar dicha cantidad al Comité, por un vecino que le condujo a golpes de fusil. Y, cuando, depositado el importe de la multa, regresaba con su hermana al domicilio familiar, nuevamente es detenido y se le encierra en la cueva dispuesta a estos efectos por el Comité en la "checa" de Herencia, y queda incomunicado totalmente.
Al amanecer del día 7 de agosto de 1936, es conducido como tantos otros a la siniestra mina abandonada en los términos de Camuñas (Toledo) a la que fue arrojado vivo al tiempo que gritaba ¡Viva Cristo Rey!. El hecho causó gran impresión entre los vecinos.
Fue perseguido y arrojado vivo a la mina sólo por ser sacerdote y haberse resistido a la prohibición de celebrar la Santa Misa.

JOSÉ GARCÍA CARPINTERO
Coadjutor de Valdepeñas

Nace en Alcázar de San Juan (Ciudad Real el día 5 de diciembre de 1898. Hijo de Manuel García - Carpintero, empleado de Telégrafos de profesión y María Gutiérrez, naturales de Daimiel y Bargas (Toledo) respectivamente. Vive su infancia en la calle Jesús, n. 2, estudia en el Colegio de los Padres Trinitarios. Inclinado desde pequeño al sacerdocio, cursa los estudios eclesiásticos en el Seminario de Ciudad Real y es ordenado Presbítero en 1923. Canta su primera Misa en Ciudad Real donde vivía la familia por haber sido trasladado el padre como jefe de Telégrafos. Ejerce el ministerio sacerdotal primeramente como Coadjutor en La Solana donde fue destinado el año 1923, pasando en el mes de julio de 1927 a Valdepeñas, con el mismo cargo de Coadjutor en la Parroquia de la Asunción. Jubilado ya su padre, vivieron todos en Valdepeñas hasta que él faltó, asesinado el 30 de agosto de 1936.
Al conocer la orden de cerrar las Iglesias y prohibición de celebrar culto religioso se reúnen, a primera hora de la mañana del día 24 de julio de 1936, los coadjutores y sacristanes en la casa rectoral habitada por el Párroco don Domingo Chacón, para decidir si procedía seguir celebrando la Misa a puerta cerrada. Sin que los reunidos se dieran cuenta, la casa fue rodeada y acordonada por escopeteros. Y, antes de poder dar explicación alguna, fueron arrestados por milicianos y conducidos detenidos a la Delegación de Policía, sita en el Ayuntamiento.

Los sacristanes son dejados en libertad al día siguiente. Detenido junto con el párroco, don Domingo Chacón y el otro Coadjutor, don Pedro García - Sotoca y Marqués, son conducidos a la Cárcel del Partido. Es registrada su casa; y él, acusado en su honor por un perturbado, sufrió bastantes humillaciones hasta que en la noche triste para Valdepeñas del 30 de agosto fue sacado con sus compañeros sacerdotes y muchos seglares -hasta cuarenta- y asesinado como todos en el cementerio. Igual que los demás sacerdotes recibió la absolución del heroico don Domingo Chacón que fue presenciando la suerte de sus compañeros siendo el último en morir.
En cuantos conocieron la vida y comportamiento, de don José García Carpintero y sus compañeros, ante la muerte, por la única razón de ser sacerdote, es unánime la creencia en el martirio de los sacerdotes asesinados en Valdepeñas.
Los restos mortales de don José descansan en el Panteón del Cementerio de Valdepeñas junto con don Domingo Chacón y Bellón, Párroco Arcipreste de Valdepeñas; Don José Martín Jiménez, Capellán de Prisiones de Valdepeñas; Don Manuel Maroto Sánchez, Capellán del Cementerio de Valdepeñas; Don Jesús Gigante y Ruir, Coadjutor del Santo Cristo de Valdepeñas; Don Juan Pedro García - Sotoca y Marqués, Coadjutor de la Asunción de Valdepeñas; Don Félix González y Bustos, Cura Regente de Santa Cruz de Mudela; Don Pedro Buitrago Morales, Coadjutor de Santa Cruz de Mudela; Don Justo Arévalo y Mora, Capellán de los Hermanos de la Doctrina Cristiana; Cinco hermanos de estas escuelas; Don Tomás Bautista P.- Serrano, Párroco de Villahermosa y Vicario de Infantes; Don Manuel López – Villalta y Menchén, Coadjutor de Membrilla; Don José María Dodríguez Madridejos Marchán, Capellán de Mudela; y Don Cristino Gaviña y Heredia, Coadjutor de Membrilla.


DEMETRIO GARCÍA DE LA TORRE
Cura de Guadalmez

D. Demetrio García de la Torre López, nace el 22 de diciembre de 1882 en Villacañas (Toledo) y es bautizado el mismo día en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción. Hijo de Eusebio García de la Torre, labrador de profesión y de Juana López, naturales y vecinos de Villacañas (Toledo).

De muy joven tomó el hábito franciscano, hizo con los frailes franciscanos los estudios eclesiásticos. Recibió el Presbiterado de manos del Rvdm. Sr. Gandásegui en la iglesia de las Carmelitas de Ciudad Real en las Temporas de Adviento del 1906 y ejerció en la Orden franciscana el ministerio sacerdotal varios años.

En su pueblo natal le apodaban - mote de familia- "el pajarito"; y en efecto, era menudo, ágil y alegre como un pajarito. Como fraile franciscano vino a Alcázar de San Juan al pasar este convento a la provincia eclesiástica de San Gregorio y residió como fraile en el convento de Alcázar de San Juan.

Se pasó al clero secular de Ciudad Real acogido por el obispo don Narciso de Estenaga que le destinó primeramente a Argamasilla de Calatrava, como coadjutor, el año 1929. Pasó luego a San Lorenzo de Calatrava de Ecónomo y al advenir la república el año 1931 le cogió de Cura en la Parroquia de Cózar.

La convivencia en la parroquia se le fue complicando a partir de las elecciones de febrero de 1936 y se vio obligado a salir de Cózar, refugiándose unos días en Argamasilla de Calatrava hasta que fue destinado a Guadalmez por el señor Obispo, en abril de 1936.

En julio, al estallar la persecución sangrienta, se mantuvo -como la generalidad de los sacerdotes- recluido en su domicilio; pero enseguida, según era norma general también, fue obligado a dejar el pueblo.

Protegido por los propios milicianos de Guadalmez, según se dice, pudo llegar a Villacañas y ocultarse en casa de una hermana suya, de donde tuvo que huir al campo sabiendo que había sido denunciado a la columna apodada "Los gavilanes". Le persiguieron hasta dar con él, y vilmente le asesinaron en los primeros

SANTIAGO GARCÍA DE MATEOS Y CHAPARRO
Párroco Arcipreste de Daimiel

Santiago García de Mateos y Chaparro nace el 6 de febrero de 1869 en La Solana (Ciudad Real). Estudia en el Seminario de Ciudad Real con brillantes resultados académicos y es ordenado Presbítero de manos del Obispo Prior, doctor Rancés, el 14 de octubre de 1894, "extra tempora", en Ciudad Real. Como estudiante y seminarista, primero; después, a penas terminados los estudios eclesiásticos, como profesor del seminario, y al final como sacerdote y Párroco, gozó del máximo prestigio en la diócesis y uno de los nueve párrocos consultores en la Curia Diocesana. Desempeñó cargos parroquiales como Vicario de la Parroquia de San Pedro de Daimiel desde el 1900 en que llega a esta ciudad, hasta su muerte en 1936 siendo Cura Propio de Santa María por el Concurso de 1904. Declinó los honores de la Catedral y de las canonjías que el obispo Gandásegui le brindara.
Iniciada la guerra de julio del 1936, fue obligado a entregar las llaves del templo de Santa María y a pagar el sueldo de los que montaban guardia "custodiarlo" profanándolo, devastándolo y arrasándolo. Personalmente fue objeto de incesantes vejaciones, insultos y despojos, hasta verse obligado a dejar la casa rectoral y es acogido en casa de don Joaquín Fisac, feligrés de la parroquia. Citado reiteradas veces a declarar en la checa de las Mínimas, en la noche del 23 de agosto de 1936, habiendo sido encerrado a las doce del día, se dijo que fue arrastrado por un auto en veloz carrera a todo lo largo del camino del cementerio, espectáculo horroroso presenciado por el Coadjutor, don Francisco Rodríguez de Guzmán, martirizado el mismo día 23 de agosto, hecho que al parecer fue desmentido en los procesos posteriores a la guerra.

Sacerdote ejemplar, cura párroco y Arcipreste de Santa María, desde el momento de su muerte, así como los nueve compañeros ejemplares han sido considerado por el pueblo de Daimiel como mártires y la motivación de la muerte, sola y exclusivamente por la condición de sacerdotes, según el testimonio del Párroco, testigo de los acontecimientos de la guerra y consignado con detalle en el libro de Bautismo, fol. 29 vt y 30s.

ENRIQUE GARCÍA–MATEOS APARICIO
Párroco de la Asunción de Puertollano

D. Enrique García - Mateos Aparicio nace en La Solana (Ciudad Real) el día 15 de julio de 1891, aunque se crió en Valdepeñas. Fueron sus padres Ángel y Carmen. Hizo todos sus estudios en el Seminario de Ciudad Real y fue ordenado de Presbítero el año 1916. Antes de llegar a Puertollano, por el año 1932, ejerció el ministerio sacerdotal en Moral de Calatrava como Coadjutor y Ecónomo de Pedro Muñoz. En Puertollano trabajó incansablemente en organizar la Acción Católica en sus diversas ramas, y por orden del Sr. Obispo, procedió a inscribir en el Registro de la Propiedad, todos aquellos inmuebles que pertenecían a la Iglesia y pudieran inscribirse, como la ermita de la Virgen de Gracia y la plaza con la vivienda del santero(864 metros cuadrados) el terreno de un solar al lado de la Iglesia de El Villar, la Plaza de la Puerta de El Sol, de la Parroquia de la Asunción, etc.
Llegado el 18 de julio de 1936, bien temprano comenzó la persecución de don Enrique, yendo a por él. Logra esconderse y cuando a media noche, creyendo haber pasado el peligro, sale de su escondite, al ir por la Calle San José es descubierto por una mujer, conocida por la "Botonera" y a gritos lo denuncia a los vendedores de la plaza, lo detienen y quisieron matarlo con los cuchillos de los carniceros y pescadores, pero el alcalde, que por allí se encontraba, pudo subirlo a su coche y trasladarlo a la cárcel de Almodóvar del Campo para ponerlo a salvo de las furias del gentío, donde estuvo hasta que el 5 de agosto, tras confesarse con otro compañero, D. Alejandro Prieto, sacerdote de las Escuelas del Ave María y ambos sacerdotes fueron asesinado ante las tapias de la fábrica de orujos de D. Miguel de la Vega.

Don Enrique, desde la cárcel contestaba a una carta del compañero sacerdote don Gaspar Naranjo Molina, que sobrevivió a la persecución, en la que decía: "Prisión Preventiva de Almodóvar del Campo: 30-VII-1936. Sr. D. Gaspar Naranjo. Mi estimado amigo y compañero: Ya más templado el ánimo y más en equilibrio los nervios, no quiero dejar pasar más tiempo sin responder a su cariñosa carta, expresándole mis sentimientos de profunda gratitud. Ya supe también la salida de Vd. y me alegró mucho la noticia en que se encontrara Vd. allí libre y entre los suyos. Aquí estamos unos treinta sólo de Puertollano y nos animamos mutuamente hasta que Dios Nuestro Señor se disponga disponer otra cosa. Ya sabe Ud. lo del pobre compañero D. Jaime. ¡Que él interceda por nosotros desde el Cielo, en donde estará seguramente gozando el premio de sus virtudes y de su martirio. Afectuosos saludos a los suyos y encomendándome muy de veras a sus oraciones, le abraza su affmo. Amigo. Enrique García -Mateos. Aquí está también D. Alejandro, el del Ave María".
Don Enrique fue fusilado con don Alejandro Prieto Serrano, el día 5 de agosto de 1936. Los cuerpos de ambos fueron enterrados con otros de Puertollano, en el Cementerio de Almodóvar, que una vez terminada la guerra, fueron todos trasladados al Cementerio de Puertollano.
Iniciada la Causa de beatificación por martirio agradecemos los testimonios, noticias y documentación de quienes conocieron a D Enrique, D. Jaime Cabañero Cabañero y D. Alejandro Prieto Serrano.


JUAN PEDRO GARCÍA-SOTOCA Y MARQUÉS
Coadjutor de Valdepeñas

Juan Pedro nace en el seno de una familia cristiana y muy humilde de Valdepeñas el día el 18 de marzo de 1903. Hijo de Julián García – Sotoca Hervás y de María del Carmen Marqués López de Lerma, naturales de Valdepeñas. Fue bautizado en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción el día 21 de marzo del mismo año, por el Lic. Canuto García Barbero, Cura Párroco - Arcipreste y se le puso por nombre Juan Pedro. Huérfano de padre, y el mayor de los hermanos de una familia numerosa y pobre, hace sus primeros estudios con los jesuitas y pasa después al Seminario de Ciudad Real donde termina los estudios eclesiásticos con gran aprovechamiento, ordenándose de sacerdote el 24 de enero del 1930 y canta su primera Misa el 29 del mismo mes. Después de superar muchas dudas, por su excesiva delicadeza de conciencia, llegó al sacerdocio. Otro hermano, José, también seminarista no llegó al sacerdocio por haber enfermado y fallecido siendo aún seminarista.
Antes de ser nombrado coadjutor de la Asunción, de Valdepeñas, su último cargo pastoral, fue cura de Solana del Pino y coadjutor de Miguelturra y del Santo Cristo de Valdepeñas.

Apresado, como los demás sacerdotes de Valdepeñas, primero en la Delegación de Policía, en la cárcel después con sus compañeros sacerdotes D. José García Carpintero, D. Domingo Chacón y, por último, en el Cementerio de Valdepeñas, la noche de 29 al 30 de agosto del 1936, los milicianos del batallón Torres, dieron fin a su vida ejemplar de sacerdote, no sin antes haberle sacado los ojos, fracturado un brazo, sacado la lengua con la que pronunciaba palabras de perdón para quienes acabaron con su vida.
D. Juan Pedro, como el resto de los sacerdotes de Valdepeñas martirizados con poca diferencia de días en el mes de agosto, goza de fama de martirio, ejemplar sacerdote, que a pesar de ser bárbaramente torturado se mantuvo fiel a su condición sacerdotal por la que moría. Sus restos reposan en el Panteón del Cementerio de Valdepeñas.


CRISTINO GAVIÑA Y HEREDIA
Coadjutor de Membrilla

D. Cristino Eusebio Casiano de Gaviña y Heredia había nacido en Villarrubia de los Ojos el día 13 de agosto de 1892. Bautizado el día 19 del mismo mes en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Villarrubia de los Ojos, por don Anacleto Sánchez de Milla, Coadjutor de la Parroquia y se le impuso los nombres de Cristino, Eusebio y Casiano. Crece en un ambiente cristiano y sacerdotal. Sobrino de don Cristino Heredia, como él natural de Villarrubia de los Ojos, desde muy niño afirmaba que había de ser "Cura o nada". Y, consecuente con su inclinación, celebraría su primera Misa el 3 de julio de 1917, después de estudiar en Alcalá de Henares y en el Seminario de Ciudad Real. Antes de llegar como Coadjutor a Membrilla (finales del año 1929) ejerció el ministerio sacerdotal, igualmente, como Coadjutor en Granátula de Calatrava y en Pedro Muñoz, así como de Ecónomo en Almuradiel.

El 23 de julio del 1936 fue apresado en su casa. Se despide de su hermana Isabel con quien vivía y encomendándose a Dios recoge su breviario y es encerrado en la "Cochera" (Lugar destinado a guardar el coche fúnebre) donde sufre vejaciones y torturas; y, en la madrugada del 7 de agosto de 1936, es llevado a las afueras del pueblo con la finalidad, al parecer, de arrancarle alguna declaración comprometida con su ministerio sacerdotal a lo que él se niega rotundamente, prefiriendo antes morir. Es encerrado e incomunicado, de nuevo, en el camaranchón que servía de pajar, lugar inmundo con abundantes ratas y ratones como compañía. Al fin, en la madrugada fue sacado como don Manuel L. Villalta, su compañero de Coadjutoría, y otros diez seglares; y, todos fueron asesinados en el término de Valdepeñas. Los restos mortales reposan en una de la fosas comunes del cementerio junto a las que se ha levantado un Panteón en memoria de los asesinados en esas fechas.

Los últimos momentos de su vida fueron ejemplares, bendiciendo a Dios y perdonando a sus enemigos. Sus manos apretaban el Rosario del que era muy devoto y que había rezado diariamente en la prisión animando a sus compañeros.


JESÚS GIGANTE RUÍZ
Coadjutor de Valdepeñas

La Parroquia del Santo Cristo de Valdepeñas contaba el año 1936 con 13.200 feligreses, atendidos por un párroco, D. Vicente Benitez García, de 71 años de edad y un coadjutor, D. Jesús Gigante Ruiz, 55 años. De ambos sacerdotes sólo D. Jesús Gigante Ruiz fue asesinado.
D. Jesús Fortunato Gigante Ruiz nace en Valdepeñas (Ciudad Real) el 1 de junio de 1881; y recibe el Bautismo a los pocos días de nacer en la Parroquia del Santo Cristo imponiéndosele el nombre de Jesús Fortunato, sin que sepamos la fecha exacta del bautismo por haber sido destruido el Archivo Parroquial en la Guerra Civil del 1936. Fueron sus padres Ruperto Gigante y Hurtado de Mendoza, carretero de profesión y Francisca Ruiz y Castro, naturales de Valdepeñas y residentes en la calle Ancha, número ochenta y cinco.
Inicia los estudios eclesiásticos, como tantos otros manchegos, en el Colegio de San José, de Murcia; termina los estudios eclesiásticos en Toledo, bajo la protección sin duda de don Gabino Marqués, Ilustre Valdepeñero, dignidad de la Catedral de Toledo, y es ordenado de Presbítero y celebra su primera Misa en 1907.

Ejerció el ministerio en Valdepeñas como Capellán de las Agustinas y Coadjutor de la Parroquia del Santo Cristo. Es trasladado a Daimiel como Coadjutor de Santa María y posteriormente pasa de Ecónomo a Pozuelo de Calatrava. Regresa de nuevo como Coadjutor a Valdepeñas al morir su padre y quedar en desamparo sus hermanas. Fue muy querido y admirado por su laboriosidad y por su caridad sacerdotal, que demostró en Daimiel cuidando al sacerdote D. Ramón Rodríguez, que padecía una enfermedad contagiosa.
En Valdepeñas le coge la persecución religiosa de 1936 y se recluye en su casa desde el primer momento; pero el 16 de septiembre de 1936 fue llevado también él, como a sus compañeros sacerdotes de Valdepeñas a la checa de "La Concordia", donde fue bárbaramente apaleado y torturado, a consecuencia de todo lo cual tuvieron que hospitalizarle poniéndole guardia de milicianos en la habitación. El 19 de noviembre de 1936, engañado con la excusa de ser trasladado a su casa, y después de avisar a la familia para que preparen una cama por hallarse muy enfermo, es conducido al Retén y al fin es asesinado el día 22 de noviembre de 1936. Varios testigos en juicios para esclarecer las torturas a que fue sometido decían: "Que por razones de vecindad y por referencias le consta al declarante que el sacerdote D. Jesús Gigante Ruiz asesinado (...) en época marxista, le cortaron sus partes genitales llevándoselas a la boca, antes de ser asesinado"(Cf. Causa General. A.H.N; declaración del testigo J.G.C, mayo 1942).
Sus últimas palabras fueron para perdonar a quienes le torturaron y dieron muerte; y aclamar a Cristo Rey. Sus restos descansan en el Panteón del Cementerio de Valdepeñas, gozando la consideración de mártir, junto con el resto de sacerdotes Valdepeñeros sacrificados por su condición de sacerdotes.


MIGUEL GONZÁLEZ –CALERO
Párroco de Puebla del Príncipe y de Hinojosas de Calatrava

Don Miguel González-Calero Domínguez nació el día 24 de septiembre del año 1905 en Manzanares (Ciudad Real). Es bautizado el día cinco de octubre del mismo mes en la Parroquia de La Asunción de Manzanares. Fueron sus padres Enrique Gonzáles -Calero y de Carmen Domínguez. El año 1922 ingresó en el Seminario de Ciudad Real a los 17 años de edad. Ordenado de Presbítero el 23 de diciembre del año 1933, por el Sr. Obispo mártir, D. Narciso Estenaga, después de haber estado en el Seminario de Málaga, donde conoció a don Manuel González, Fundador de las Marías de los Sagrarios, hoy beatificado por S.S. Juan Pablo II, quedando impregnado del amor a la Sagrada Eucaristía y a los niños como después tuvo ocasión de demostrar en las diversas parroquias en las que ejerció el ministerio sacerdotal.
Ordenado sacerdote es enviado inmediatamente a la Parroquia de Alamillo y encargado de la de San Benito.. Nombrado Cura de Puebla del Príncipe, llega al pueblo el día 1 de febrero del año 1934, especial campo de su apostolado heroico y fructífero niños y jóvenes, realizando de esta forma un eficaz apostolado familiar. El 5 de febrero de 1935 es nombrado también Cura Ecónomo de Alhambra y encargado de Ruidera.

En la madrugada del 25 de abril de 1936 alguien prendió fuego a la iglesia parroquial de Puebla del Príncipe y acusaron al cura de ser el incendiario. Se vio obligado a huir para salvar la vida, pero fue detenido en Valdepeñas. El Sr. Obispo decidió su traslado a Hinojosas de Calatrava y toma posesión de la Parroquia el día 6 de mayo de 1936. Bien poco iba a durar en la parroquia. Fue encarcelado a raíz de los sucesos del mes de julio y en la prisión escribió su testamento, (fechado el 13 de septiembre) sencillo y conmovedor, cristiano y ejemplar del que se conserva el original y numerosas copias que se distribuyeron por la diócesis después del martirio de don Miguel. En el testamento decía don Miguel: "Hace ya un mes que el Comité revolucionario de ésta me tiene encarcelado por ser sacerdote.". Y, plenamente consciente de su martirio concluye: "Hace ya un mes que el Comité revolucionario de ésta me tiene encarcelado por ser sacerdote.".
En la cárcel, sin ocultarse, rezaba el Oficio Divino y guiaba el santo Rosario todos los días e hizo la Novena a Santa Teresita a quien profesaba especial devoción, confortó, consoló y administró el Sacramento de la Penitencia a encarcelados. El 15 de septiembre llega a Hinojosas de Calatrava un grupo de personas de La Puebla del Príncipe reclamando al prisionero y sin más es entregado. Llegados a La Puebla, don Miguel fue de nuevo encarcelado. Pretendía que don Miguel acusara a algunas personas del incendio de la iglesia. Jamás pudieron lograrlo.
Al fin, en la madrugada del 18 de septiembre de 1936 fue destrozado a tiros en el pecho, en el vientre y en la cabeza y arrojado a un barranco muy profundo en el camino de la Puebla a Villamanrique. Un vecino, don José Medina Arcos, pidió su cadáver y lo llevó a Villamanrique.


JUAN HERRERO CARRERO
Auxiliar de la Secretaría del Obispado

Don Juan Herrero Carrero nació el día 31 de agosto del año 1903 en el Casar de Talamanca (Guadalajara). Fue bautizado en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de esta villa el día 21 de septiembre del mismo año por don Vicente Peral Gutiérrez. Fueron sus padres Juan Bautista Herrero y de Sancha, médico – cirujano de profesión, natural de Valladolid y Rafaela Carrero González, natural de Herencia (Ciudad Real). Transcurre su infancia en la calle San Roque, nº 16 hasta que inicia los estudios eclesiásticos desde muy joven en la Universidad Pontificia de Toledo.

Por amistad con D. Narciso Estenaga, se trasladó al Seminario de Ciudad Real, cuando éste fue nombrado Obispo- Prior de las Órdenes Militares. Finaliza los estudios eclesiásticos en el Seminario de Ciudad Real, donde recibe el Subdiaconado el primero de mayo de 1927. Es ordenado de Presbítero, celebra su primera Misa el 31 de agosto de 1927 y, por tanto, queda incardinado en Ciudad Real.

Ejerce el ministerio sacerdotal primeramente como Coadjutor en Fuente el Fresno y Encargado después de Minas del Horcajo hasta que es incorporado en 1929 a la Secretaría de Cámara y Gobierno del Obispado como Auxiliar y Depositario en la Administración Diocesana, el año 1934. Fue profesor de Historia Natural y Arqueología en el Seminario, y de Latín, a la vez que Capellán, en los Hermanos Maristas.

Como a don Manuel Contreras su cargo de habilitado del Clero, a don Juan Herrero Carrero iba a perderle su condición de Depositario de la Administración diocesana. En la noche del 7 de agosto de 1936 fue apresado por una patrulla de milicianos en la Fonda “ La Paca” (Callejón del Instituto): lo buscaban para incautarse de los bienes de la diócesis. En este registro a la mencionada fonda encontraron a don Fidel Fuidio (Marianista, Beatificado por Juan Pablo II, el 1 de octubre de 1995) que fue, también, apresado y conducidos, no al paredón del cementerio como se les había dicho, sino al Gobierno Civil. Don Fidel (Marianista) igual que los sacerdotes don Raimundo Muñoz y don José María Gómez fueron declarados inocentes y dejados en libertad, salvo al marianista, don Fidel que con el resto de prisioneros son trasladados a la cárcel y "cheka" del Seminario donde permanecen poco más de 24 horas. En la cárcel del Gobierno Civil, los milicianos esperaban sacar de don Juan Herrero preciosa información sobre los bienes de la diócesis.

Don Manuel Herrero y compañeros de prisión, hasta la noche del 16 al 17 de octubre, permanecieron en los desvanes del Gobierno Civil, siendo objeto de una enojosa vigilancia y víctima de toda clase de molestias e incomodidades. Trasladados a la "cheka" fueron sacados a altas horas de la noche y fusilados en el paso del día 17 al 18 de octubre. Sus cuerpos fueron arrojados al tristemente célebre "pozo de Carrión", sin que haya sido posible rescatar e identificar los restos mortales.

La ambición de sus perseguidores les llevó a pensar que don Juan era administrador de grandes sumas de dineros de la iglesia y la condición de sacerdote motivaron que, tanto don Juan como la inmensa mayoría del clero diocesano, fuesen martirizados.


FRANCISCO DE PAULA HERREROS GONZÁLEZ
Cura de Las Labores

El Siervo de Dios Francisco de Paula Herreros González nació en San Carlos del Valle el 21 de marzo de 1875, aunque toda su infancia transcurre en Membrilla y es educado en un ambiente cristiano y piadoso con sus dos fervorosas tías, Teodora y Josefa.

Fue enviado a Madrid para iniciar los estudios eclesiásticos al lado de su tío don Juan Herreros, Capellán de las Salesas Reales. Después pasó a Toledo, donde finaliza los estudios con el título de doctor en Teología.

Ordenado sacerdote en Ciudad Real, celebra su Primera Misa el 27 de mayo de 1899. Inmediatamente fue nombrado Cura de la Puebla del Príncipe, pasando después como Coadjutor a Villanueva de los Infantes y luego a Chillón, Manzanares, Argamasilla de Alba, Cura de Alhambra de donde fue trasladado a San Carlos del Valle y, por último, a las Labores donde permanece hasta la fecha del martirio, el 31 de agosto de 1936.

Es digno destacar que el veinte de abril del año mil novecientos dieciocho expedía una certificación como Párroco de San Carlos del Valle en la que se dice que:"en el libro tercero de partidas de bautismo, al folio doscientos cincuenta y dos se halla el acta de bautismo de D. Gabriel Campillo Sánchez, nacido el 18 de marzo del año 1886, natural de San Carlos del Valle" y que sería martirizado salvajemente en Montiel el día 20 de noviembre del año 1936 y sus restos mortales trasladados a San Carlos del Valle

Como último destino fue enviado a Las Labores donde, ya sexagenario y después de haberse ejercitado en hacer mucho bien a todos y socorrer a los necesitados, cobardemente y por la espalda, lo mataron de un tiro en la nuca. Y, ya caído en tierra, una escopeta le destrozó el vientre. Quedó abandonado en la cuneta de la carretera, cerca de Puerto Lápice. Después se le arrojó, como a tantos otros, a la "Siniestra mina de Camuñas". Era el 31 de agosto de 1936. En Las Labores, sus asesinos presumían diciendo: "Aquí no hemos matado a nadie... más que...al Cura... ".


BERNABÉ HUERTAS MOLINA
Cura de Socuéllamos

D. Bernabé Huertas Molina nació en Alcázar de San Juan el 11 de junio de 1903, en la calle de la Cruz, n. 11. Hijo de Joaquín Huertas y Campos, de profesión pastor (de 31 años de edad) y Francisca Molina y Quiralte. Bautizado el día 15 del mismo mes en la Parroquia Santa María la Mayor de Alcázar de San Juan por don Manuel Moreno, Coadjutor de la Parroquia. Fue su madrina Isidra Giménez.
Nació y creció en un ambiente sencillo, pobre, pero muy cristiano. Por la condición laboral del padre, pastor, la matrona se encargó de notificar e inscribir el nacimiento en el Juzgado. Desde niño se caracterizó por una simpatía atrayente y encantadora, a pesar de sus limitaciones físicas, como una mano mutilada, mordida del terrible bacilo y siempre protegida de negra envoltura; y, sin embargo siempre con la sonrisa en los labios y dulce mirada.

Inicia sus estudios en el Seminario de Ciudad Real completando su formación intelectual en Toledo con el Doctorado en Sagrada Teología. Cantó su primera misa en Alcázar de San Juan con sólo 22 años de edad, el 31 de mayo de 1926, en la Parroquia Santa María de Alcázar de San Juan. En junio de 1926 es destinado a Tomelloso, como Coadjutor, permaneciendo nueve años, (febrero de 1935). Pronto se hizo famoso por su facilidad oratoria y fervor; y, como predicador recorrió la mayoría de las parroquias de la diócesis.
Los frutos de su predicación apostólica y de su celo sacerdotal no tardaron en hacerse notar. Muy pronto se rodeó de un buen grupo de jóvenes. El Párroco don Vicente Borrell Doz (mártir de la persecución religiosa en Tomelloso), viendo sus cualidades pronto le encargó la dirección de los Jueves Eucarísticos. Y con los jóvenes organizó todos los jueves del año Misa de Comunión y por la tarde Hora Santa. Por el año 1932-33 se organiza la Acción Católica y es nombrado consiliario. Para llevar adelante su obra ya cuenta con un plantel de jóvenes seleccionados por él de los Jueves Eucarísticos, que los pone al frente, no sin antes formarlos. Entre esos jóvenes estaba Ismael Molinero Novillo, que moriría en Zaragoza el 4 de mayo de 1938 en olor de santidad, cuyos restos, por iniciativa de don Emeterio Echeverría Barrena, Obispo Prior, fueron trasladados a Tomelloso el 14 de mayo de 1950.

Persecución, muerte y fama de martirio

En circunstancias ya bien amenazadoras llegó a Socuellamos como Cura de aquella Parroquia (primer trimestre de 1935). El 24 de julio de 1936 fue cerrada la iglesia y precintada la puerta que comunicaba la casa Rectoral con el templo. En septiembre, unos días antes de ser asesinado, don Bernabé desprecinta la puerta que comunica con la iglesia y revestido de sus mejores ornamentos celebra la Santa Misa acompañado de sus padres y hermana; presentía el martirio. Llega la mañana del 5 de septiembre y es sacado de la casa con el pretexto de hacer unas declaraciones. Y, al amanecer del día 6 de septiembre, es llevado por la carretera de El Bonillo y, en el sitio denominado "Cuesta de la Herradura",fue asesinado. En el lugar se levantó un monumento con una cruz, que ha sido respetado, a pesar de las obras y nuevo trazado de la carretera, y nunca faltan flores.
El 4 de septiembre de 1992, por mandato del Sr. Obispo don Rafael Torija de la Fuente se recogen los testimonios en pro de la causa de Beatificación y se crea, tanto en Alcázar de San Juan como en Socuéllamos, una congregación con esta finalidad. Son numerosos los testimonios escritos que se han tomado de la fama de martirio de don Bernabé no sólo en esa comarca sino en la diócesis.

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