martes, 6 de abril de 2010

MÁXIMAS DE SAN PABLO DE LA CRUZ (III)


La Pasión de Jesucristo y la perfección cristiana.

I
El Divino Salvador ha dicho: Ego sum ostium. “Yo soy la puerta.” El que entra por esta puerta camina segura y derechamente a la eterna mansión de los Santos; esto es, el que medita de continuo la Pasión del Hijo de Dios llegará infaliblemente al Cielo.

II
Guardad en vuestro corazón un tierno y amoroso recuerdo de los sufrimientos del celestial esposo. Dejaos penetrar enteramente del amor con que los ha sufrido; y al contemplarle sumergido en dolor, compadeceos de sus penas. Cuanto más tierna fuere vuestra compasión hacia el afligido Jesús, tanto mayores serán vuestros adelantos en la cristiana perfección.

III
El camino más corto y seguro para llegar a la santidad del propio estado es el de perderse en el abismo sin fondo de los sufrimientos de Jesucristo. El Profeta llama a la Pasión del Salvador mar de amor y de dolor. En este vasto mar el alma pesca las preciosas perlas de las más sólidas y brillantes virtudes, y hace suyos los sufrimientos del sumo y amado Bien… El celestial Esposo enseñará al alma esta divina pesca, si ella permanece en la soledad interior, separada de las humanas afecciones, y desprendida de todo lo criado.

IV
Haced un ramillete de los sufrimientos del amabilísimo Jesús, y llevadle constantemente sobre vuestro pecho. Dejaos penetrar de los sufrimientos de este divino y soberano amor, y seréis magnánimos, serviréis notablemente al Señor, y practicaréis grandes virtudes, Dios será vuestra fuerza y os dará la victoria.

V
Llevad todos los días de vuestra vida el duelo en memoria de la muerte de Jesucristo; este es el medio de identificaros con sus sufrimientos, de abrasaros más y más en las llamas de su soberano amor, y de santificaros cada día más.

VI
Conservad siempre y en todas partes el piadoso recuerdo de la Pasión y muerte del adorable Hijo de Dios. Ofreceos vos mismo todos los días en holocausto a la infinita Bondad de Dios: este sacrificio debe hacerse en el fuego de la divina caridad, por medio de los sufrimientos del Salvador y la práctica de las virtudes, sobre todo, de la paciencia del dulcísimo Jesús.

VII
Adornaos, enhorabuena, con preciosos vestidos, llevad, si queréis, un collar de perlas preciosas y de ricos brillantes; mas, no olvidéis que vuestro dulce Jesús fue cargado de sogas y cadenas. Decid a vos misma: Yo llevo perlas y preciosos adornos, y mi dulce Jesús ha sido cargado de sogas y cadenas en su Pasión. Estas piadosas reflexiones os estimularán a despreciar las vanidades del mundo y a adornar vuestra alma con las virtudes propias de vuestro estado y profesión.

VIII
Vivid interiormente en el seno de Dios: este es el camino más corto para perderos y abismaros en el Infinito, pasando por la puerta divina, que es Jesús Crucificado, y apropiándoos sus sufrimientos. El amor enseña todo, porque la Pasión con sus amargos dolores es la obra de un amor infinito.

IX
Tened siempre en la memoria la Pasión de Nuestro Señor, trabajad con todas vuestras fuerzas y con celo ardiente é incansable en insinuar a todos los que pudiereis la piadosa meditación de los sufrimientos de nuestro dulce Jesús.

X
Cuando meditamos la Pasión de Jesucristo, debemos, al verle sumergido en dolor, compadecernos de sus penas; y luego contemplarle con amor en tan lastimoso estado, y apropiarnos por amor y compasión los sufrimientos que embargan su tierno corazón y su alma santísima.

XI
Suponed que habéis caído en un profundo y caudaloso río, y que una persona caritativa se arroja a él para salvaros; ¿qué pensaríais de tal bondad? Contemplad al divino Jesús, abismado en un océano de dolores, para sacarnos del abismo eterno: consagradle, pues, todas vuestras afecciones.

XII
Figuraos que habéis caído en las manos de unos forajidos y que un hombre, por amor hacia vos, se pone entre ellos y vos, y recibe profundas heridas para salvaros la vida; ¿qué haríais en retorno de tan grande amor? ¿No es cierto que miraríais sus dolores como si fueran vuestros, que os apresuraríais a manifestarle vuestra compasión y a curarle las heridas? Ese hombre es el Hombre Dios; mirémosle todo cubierto de llagas y de heridas para darnos la vida y la salvación; compadezcámonos de sus dolores, y consagrémosle nuestro amor.

XIII
¿Cuál es el medio de identificaros por el amor con los sufrimientos del Salvador? Dios os lo hará comprender cuando le agrade; este es un trabajo todo divino; entre tanto persistid en el conocimiento de vuestra nada, en los dulces coloquios con el divino Esposo y en la práctica de las virtudes.

XIV
El alma, enteramente sumergida en el puro amor, sin imágenes, en una fe pura y sencilla, se encuentra en un instante, cuando Dios es servido, toda abismada en el océano amarguísimo de los dolores de Jesucristo; los abraza todos con una mirada de fe, sin comprenderlos; porque la Pasión del Salvador es una obra de amor, y el alma así perdida en Dios, que es todo caridad, todo amor, se hace en sí misma una mezcla de amor y de dolor; el espíritu se penetra todo, se sumerge en un amor doloroso y en un dolor amoroso. Es la obra de Dios.

XV
No tener nada, no poder nada, no saber nada, y Dios hará salir de esta nada la obra de su más grande gloria. El dulce Jesús creará profundas raíces en vuestro corazón, y entonces exclamaréis, abrasada en llamas de amor: ¡Sufrir o morir!... o bien: ¡Sufrir y no morir… ó todavía más: ¡Ni sufrir ni morir, sino una total trasformación en el agrado de Dios!

XVI
El amor tiene una virtud unitiva y hace suyos los sufrimientos del Amado. Si os sentís penetrada interior y exteriormente de los sufrimientos del divino Esposo, regocijaos; pero sabed que esta alegría solo se encuentra en el horno del amor divino; porque el fuego que penetra hasta la médula de los huesos trasforma al alma amante en Aquel a quien ella ama; y como el amor se une de una manera sublime al dolor, y el dolor al amor, resulta una mezcla amorosa y dolorosa, pero tan perfecta, que no se distingue el amor del dolor; cuanto más el alma amante goza en su dolor, tanto más halla felicidad en su amor doloroso.

XVII
Cuando se piensa en el viernes, hay cosas capaces de hacer agonizar y hasta morir al que ama verdaderamente. El viernes, ¿no es acaso el día en que mi dulce Jesús ha vertido toda su preciosísima sangre por mis pecados, y ha sufrido hasta inmolar por mi amor su santa vida en el madero infame de la Cruz?

XVIII
¡Dichosas las almas que viven penetradas de los sufrimientos de su divino Esposo, y los llevan constantemente grabados en su espíritu y en su corazón por un doloroso y amoroso recuerdo!
Alimentaos, almas generosas, del alimento del Salvador, esto es, de sus sufrimientos, y dormid bien, porque este alimento pide un descanso prolongado en la soledad interior.

XIX
Cuando estéis solo en vuestro aposento, tomad vuestro Crucifijo en la mano, besad sus llagas con amor y ternura, decidle que os hable, y escuchad las palabras de vida eterna que os diga al corazón; escuchad lo que os dicen las espinas, los azotes, los clavos, la sangre divina que corre derramada por la Cruz. ¡Oh, qué sermón tan elocuente!

XX
Por la Cruz el santo Amor perfecciona el alma amante que le ofrece un corazón ferviente y generoso. Dichoso el corazón que permanece unido a la Cruz entre los brazos del divino Crucificado, y que no arde sino en el fuego del amor.

XXI
Los padecimientos del divino Jesús han de ser los más preciosos adornos de nuestro corazón, así como son la prenda más tierna y expresiva de su infinito amor a nuestras almas.

XXII
Vivid enteramente abismada en el amor de Jesús; que sus llagas formen vuestras más puras delicias: tenedle compañía en el huerto de las Olivas, y coged las místicas flores de sus desfallecimientos, de sus vivos dolores, de sus mortales agonías y de las gotas de sangre que brotan de todos los poros de su virginal y abatido cuerpo.

XXIII
Que vuestra devoción sea un poderoso imán que atraiga dulcemente a todas las almas a nuestro Bien crucificado; pero, para eso es necesario que ella sea sólida, sin afectación, siempre igual, prudente, discreta y afable.

XXIV
Que la santísima Cruz de Jesucristo, nuestro Amor, permanezca siempre enarbolada en nuestro corazón. Que nuestro espíritu esté sobre este árbol de vida, y que produzca en seguida dignos frutos de penitencia por los méritos del verdadero Autor de la vida.

XXV
Vivid en la alegría y en la paz de la Divina Majestad. Vivid toda abismada en el santo amor; vivid por el santo amor y del santo amor. ¡Oh Cruz querida! Vos estáis llena de gracias.
¡Oh almas abrasadas en el Santo amor! Buscad un asilo como puras palomas, a la sombra del Amor Crucificado.

XXVI
No miréis los trabajos como una carga pesada, sino como un regalo del Amor Crucificado, nuestro Jesús este Rey de dolores y de angustias, y entonces todo os parecerá dulce y sabroso. ¡El corazón en lo alto! ¡El corazón en Dios!

XXVII
¡Ha crecido vuestra cruz! ¡Gracias, pues á nuestro verdadero Bien, que os tiene sobre la cruz! ¡Oh cruz muy amada! ¡Oh santa Cruz, árbol de la vida donde está suspendida la verdadera vida! Yo te saludo, yo te abrazo, yo te estrecho contra mi corazón. ¡Ah! he aquí los sentimientos que deben animarnos en las circunstancias dolorosas.


XXVIII
Tened vuestro corazón siempre despierto por el recuerdo de Dios, vuestro Amor y vuestro Bien; pero hacedlo con suavidad y sin esfuerzo. Cuando Dios inspire a vuestro corazón un sentimiento de amor y de compasión, deteneos y saboreadle como la abeja saborea la miel…
¡Ah! Cuando pienso que mi alma es el templo de Dios, que Dios está en mí, ¡Oh, cuánto se regocija mi alma! Toda aflicción me parece dulce y ligera…

XXIX
¡Almas enamoradas de Jesús Crucificado! Yo os convido al Calvario para asistir a los funerales de nuestro Amor Jesús. ¡Ah! ¡Ojala quedásemos una vez siquiera heridos por la divina caridad, hasta morir de amor y de dolor al pie del árbol santo, en donde muere nuestro verdadero Bien!

XXX
Los días de la Pasión son días en que lloran las mismas piedras. ¿Y qué? El sumo Sacerdote ha muerto en un palo ignominioso, ¿y no se llora? Preciso es haber perdido la fe.
¡Oh, Dios mío! ¡Qué tristeza ver la ruina eterna de tantas almas, por su descuido en aplicarse el fruto de la Santísima Pasión y muerte de vuestro caro Unigénito!

XXXI
Haced, como os he dicho, un ramillete de los sufrimientos de Jesús, y tenedle en el seno de vuestra alma esto es, haced continua memoria de la Pasión y muerte del Salvador de los hombres, y llegaréis segura e infaliblemente a la cumbre de la más alta santidad; pues la Pasión de Jesucristo es el camino más corto y más llano de la perfección cristiana.


San Pablo de la Cruz