sábado, 23 de enero de 2010

EXTREMA GRAVEDAD DEL PECADO DE BLASFEMIA


¿Qué es la blasfemia? Según la definición común de los teólogos, es “toda palabra injuriosa a Dios”.

I
CONSIDEREMOS LA PERSONA DEL OFENDIDO. EL BLASFEMO ATACA DIRECTAMENTE:

1.º Al omnipotente.- ¡Dios mío!, ¿con quién se las ha el hombre cuando blasfema? Se las ha directamente con Dios: Extendió su mano contra Dios, decía Job. “Blasfemo, preguntaba San Efrén. ¿no temes que en el momento en que tu boca profiere tales blasfemias baje el fuego del cielo y te consuma o se abra la tierra para devorarte?”

“¿Con que los demonios tiemblan al solo nombre de Cristo, exclama San Gregorio Nacianceno, y nosotros arrastramos por el barro de las blasfemias este nombre tres veces adorable?”

El vengativo trata con un semejante, pero el blasfemo diríase que se quiere vengar a Dios mismo, que hace o permite lo que le desagrada. Existe gran diferencia entre ofender el retrato del rey y ofender a la persona del rey; el hombre es la imagen de Dios, pero el blasfemo ofende a Dios mismo, dice San Atanasio.

Crimen de lesa Majestad divina.-Atacar una ley refrendada por el rey equivale a ofender a la misma persona del rey; lo primero es un pecado, y los segundo, hacerse reo de lesa majestad humana, por esto es castigado con la privación de la gracia regía y con horrendos castigos. ¿Qué decir, pues, de quien blasfema e injuria la Majestad de Dios? Ana la profetisa decía en su cántico: Si un hombre peca contra otro hombre, Dios interviene como árbitro; pero si el hombre peca contra Yahveh, ¿quién puede interceder por él? (1 Rey. 2, 25) Tan enorme es, por tanto, el pecado de la blasfemia, que se diría que los mismos santos se resisten a rogar por el blasfemo.

2.º El blasfemo ataca a Dios, su bienhechor.-Bocas sacrílegas hay que se atreven a blasfemar contra el Dios que les conserva la vida. “¡Cómo!, exclama San Juan Crisóstomo, ¿te atreves a maldecir al Dios que te colma de bienes y cuida de ti?” Desgraciados pecadores, ¿con que tenéis un pie en el infierno, de modo que si Dios, movido de compasión, no os conserva la vida, caeríais al fondo del abismo, y ¿aun no se lo agradecéis? Más aún: en lugar de agradecérselo, en el momento en que os colma de beneficios le respondéis con blasfemia. Si afrentado me hubiera un enemigo, yo lo soportaría (San. 54, 13). Si me injuriaras en el tiempo en que te castigo, aun lo toleraría; pero es que maldices en el tiempo en que te colmo de beneficios. “¡Lengua diabólica!, te grita San Bernardino de Siena, ¿Qué es lo que te excita a blasfemar de tu Dios, que te creó y rescató al precio de su sangre?”

3.º Ataca a Jesucristo, que merece todo nuestro amor.- Gentes hay que se atreven hasta a blasfemar expresamente de Jesucristo, el Dios que amó a las almas hasta el punto de morir por ellas en cruz para salvarlas. ¡OH cielos!, si no tuviéramos que morir, tendríamos que desear la muerte por Jesucristo para manifestar un poco de gratitud al Dios que se sacrificó por nosotros. Digo un poco de agradecimiento porque el sacrificio que pueda hacer de si misma una miserable criatura no puede parangonarse con el que Dios padeció por ella; y tú, lejos de amarlo y de bendecirlo, lo maldices, como se expresa San Agustín: “Los judíos flagelaron a Cristo y ahora la lengua blasfema de los malos cristianos es quien lo flagela”.

4º. Ataca a la Santísima Virgen María, siendo esta blasfemia la más prontamente castigada. –Otros blasfeman e injurian a la Santísima Virgen María, tierna madre que nos ama tanto e intercede siempre por nosotros. Dios castiga horriblemente a semejantes malvados. Cuenta Surio que un impío blasfemó de la Santísima Virgen y con un puñal destrozó su imagen que se hallaba en una iglesia; más no bien salido de la citada iglesia cayó sobre él un rayo y lo redujo a cenizas. El infante Nestorio blasfemó e indujo a otros a blasfemar contra María Santísima, defendiendo que no era verdadera Madre de Dios, y murió desesperado, con la lengua agusanada.

II
LA PERSONA DEL OFENSOR, QUE ES EL CRISTIANO

-¿Quién es este que habla blasfemia? ¡Un cristiano! Uno que recibió el santo bautismo, en el que su lengua quedó en cierto sentido consagrada. Escribe un doctor autor que en la lengua del bautizando se coloca sal bendecida para que se santifique y se acostumbre a bendecir a Dios; mas, andando el tiempo, esta lengua se trocará en espada que atravesará el corazón de Dios, como dice San Bernardino de Siena.

III
NATURALEZA DE LA BLASFEMIA

1º. Encierra la más grande malicia. –Añade San Bernardino de Siena que “no hay pecado que iguale al pecado de la blasfemia”; ya antes lo dijo San Juan Crisóstomo: “No hay pecado más horrible que la blasfemia, porque resume todos los crímenes y atrae todo género de castigos”. También San Jerónimo lo había dicho: “Nada más horrible que la blasfemia, hasta el punto de que después de la blasfemia todo pecado resulte ligero”.

Dígase igual de los pecados contra los santos y las cosas sagradas. –Nótese aquí que las blasfemias contra los santos, las cosas y los días santos, como los sacramentos, la misa, el día de Pascua y de Navidad, el Sábado Santo, etc., son de la misma especie que las blasfemias contra Dios, pues según enseña Santo Tomás, así como el honor que se tributa a los santos, a las cosas y días santos, dirígese, en fin de cuentas, a Dios, de igual manera, cuando se injuria a los santos, se injuria también a Dios, fuente de toda santidad. Y añade que este pecado es pecado máximo contra la religión.

La blasfemia.

2º. Su malicia es pura y sin mezcla.-Del texto antes citado de San Jerónimo se puede colegir que la blasfemia es mayor pecado que el hurto, que el adulterio y que el homicidio. Los demás pecados, dice San Bernardino, se pueden atribuir a debilidad e ignorancia, pero la blasfemia no tiene más explicación que su malicia, y, en sentir de San Bernardino de Siena, “los demás pecados provienen en parte de fragilidad y en parte de ignorancia, en tanto que el de la blasfemia no procede más que de su propia malicia”.

3º. Su malicia es infernal. –Realmente, en la blasfemia hay una voluntad mal dispuesta y cierto como odio a Dios, por lo que se puede comparar a los blasfemos con los demonios, cuyos labios no se abren para blasfemar, pues no tienen cuerpo, pero cuyo corazón blasfema maldiciendo la justicia de Dios, que los castiga. “Su blasfemia está en el corazón, dice San Tomás, consiste en el odio con que distinguen a la justicia divina”. Y añade esta coletilla el santo doctor: “Puede creerse razonablemente que, luego de la resurrección general, los blasfemos harán realmente retemblar con sus blasfemias el infierno, como los santos estremecerán de alegría los cielos con las alabanzas a Dios”. Razón tiene cierto autor para llamar a la blasfemia lenguaje del infierno, diciendo que el demonio es quien habla por boca de los blasfemos, como habla Dios por boca de los santos.

Cuando en el palacio de Caifás San Pedro renegaba de Jesucristo, protestando con juramento que no lo conocía, los judíos le respondieron que su lenguaje le delataba por uno de los discípulos de Jesucristo, puesto que hablaba como El: De verdad que también tú eres de ellos, pues tu modo de hablar te delata. Así puede decirse al blasfemo: Tú eres del país del infierno y aprovechado discípulo de Satanás, ya que hablas como los condenados. “La única ocupación de los réprobos en el infierno, dice San Antonio, es blasfemar y maldecir a Dios”, y en prueba de su aserto trae este texto del Apocalipsis: Se despedazaban los hombres las lenguas por la furia del dolor y blasfemaron contra Dios del cielo (Ap. 10, 10-11); y acaba diciendo: “Este vicio delata el estado de condenación, por ser oficio de condenados”.

4º. Añádase la malicia del escándalo. –Añádase a la malicia de la blasfemia la malicia del escándalo que la mayoría de las veces la acompaña, dado que se suele cometer exteriormente y en presencia de otras personas. San Pablo reprochaba a los judíos el que hubieran con sus pecados provocado las blasfemias que los gentiles proferían contra el Dios verdadero y el desprecio que mostraban contra su ley: El nombre de Dios por causa vuestra es blasfemado entre las gentes. Y ¿qué decir de los cristianos cuando con sus blasfemias incitan también a que sus hermanos blasfemen?

Se contagia espantosamente. -¿De qué depende que en algunas provincias no se oiga blasfemia alguna o rarísimas, y en otras reine, de modo que se pueda decir lo que decía Dios por Isaías: Continuamente todos los días es mi nombre injuriado? (Is. 52, 5) Y así, por las plazas y por las casas, en ciudades y en aldeas, no se oye más que la blasfemia. ¿Cómo se explica esto? Es que unos aleccionan a otros, los padres a su hijos, los amos a sus criados, los mayores a los niños.

Aun en el seno de las familias. –En ciertas familias especialmente diríase que se ha heredado el vicio de la blasfemia. El padre es blasfemo; los hijos y los nietos le imitan, y van sucediéndose en la herencia los sucesores. ¡Maldito padre! En vez de enseñar a tus hijos a bendecir a Dios, quieres enseñarles a blasfemar su santo nombre y el de sus santos. –Pero si yo les reprendo cuando los oigo blasfemar. –Y ¿de qué valen esa tus reprensiones, si les das mal ejemplo con tus palabras? Por caridad, por caridad, padres de familia, no volváis a blasfemar nunca, pero sobre todo cuando os oigan vuestros hijos, porque éste es tan grave pecado que no sé cómo lo soportará Dios. Y cuando oigáis blasfemar a un hijo vuestro, reprendedlo ásperamente y hasta, como dice San Juan Crisóstomo, “rompedle la boca, santificando así vuestra mano”. Padres hay que se irritan cuando sus hijos no les obedecen lo pronto que ellos quisieran, y les golpean; y si luego les oyen blasfemar de los santos, se ríen de ellos o se callan.

Ejemplo terrible. –He aquí lo que cuenta San Gregorio de un niño de cinco años tan sólo, descendiente de una de las más nobles familias romanas. Solía este niño blasfemar el santo nombre de Dios, sin que su padre le corrigiera nunca. Un día que el niño acababa de blasfemar se vio asaltado de unos negros; él acudió a abrazarse a su padre, pero se trataba de otros tantos demonios, que lo arrancaron del regazo paterno, lo mataron allá mismo y se lo llevaron al infierno.

El castigo del blasfemo.

TERRIBLE RIGOR CON QUE DIOS CASTIGA EL VICIO
DE LA BLASFEMIA

I
EN EL INFIERNO CASTIGO ESPECIAL

-¡Ay de la nación pecadora del pueblo cargado de culpa, ralea de malvados, hijos pervertidos! Han abandonado a Yahveh, han despreciado al Santo de Israel. (Is. 1, 4). ¡Ay, por tanto, de los blasfemos y ay de ellos por toda la eternidad!, porque, como dice Tobías, malditos serán todos los que te aborrecen. Dios dijo por boca de Job: Ya que tu falta inspira tu boca y adoptas el lenguaje de los astutos, tu boca te condena, y no yo, y tus labios testifican contra ti. Cuando pronuncie la sentencia de condenación dirá el Señor: “Yo no soy quien te condeno al infierno, sino quien te condena es tu misma boca, con que te atreviste a maldecirme tanto a mí cuanto a mis santos”. Los desgraciados continuarán con sus blasfemias en el infierno para su mayor pena, pues las mismas blasfemias les recordarán siempre que por ellas se condenaron. Terribles serán, pues, los castigos de los blasfemos en el infierno.
II
EN LA TIERRA

1º. Justo rigor de las leyes. –La ley antigua mandaba que todo el pueblo apedreara a los blasfemos: Y el blasfemador del nombre de Yahveh morirá sin remisión; toda la comunidad lo lapidará irremisiblemente (Iv. 24, 16). En la ley nueva las Constituciones imperiales de Justiniano imponían también la pena de muerte. San Luis Rey de Francia mandaba taladrar la lengua de los blasfemos y que se les señalara la frente con un hierro candente; si no bastaba este primer castigo para su enmienda, eran irremisiblemente condenados a muerte. Otros códigos excluían a los blasfemos por infames y les prohibían ser testigos en juicio. Finalmente, leemos en la Constitución del Papa Gregorio XIV que antiguamente se privaba a los blasfemos de la sepultura.

2º. Maldición divina. –Véanse ahora algunos de los males dimanados de la blasfemia, según consta de una Constitución del emperador Justiniano: “De la blasfemia proviene el hambre, los terremotos y la peste”. ¿Te atreves, pues, a quejarte, blasfemo, de que trabajas y afanas y, a pesar de ello, no tienes éxito? -¡No sé lo que me pasa, que siempre me veo en la miseria! ¿Qué es eso de excomuniones? ¿Pero aun no sabes lo que es? Pues sencillamente la maldita blasfemia que tienes a flor de labios y que te hace siempre maldito de Dios y empobrecido.

3º. Triste fin. Ejemplos. -¡Cuántos ejemplos funestos se pondrían aducir de blasfemos muertos malamente! Cuenta el P. Séñeri que en Gascuña dos hombres blasfemaron de la sangre de Jesucristo y poco después fueron asesinados en una reyerta y fueron devorados por los perros. –En Méjico, cierto blasfemo, reprendido caritativamente, exclamo: “Pues ahora voy a blasfemar aún más”; pero el día siguiente se le pegó la boca al paladar y murió así el desgraciado, sin dar señales de arrepentimiento. –Refiere Dresselio que un blasfemo quedó ciego de repente. –Otro que blasfemaba contra San Antonio fue abrasado por una llama que salió de la estatua del santo. –Refiere Sarnelli en su libro contra la blasfemia que en Constantinopla un blasfemo comenzó a desgarrarse las carnes, como perro rabioso, muriendo de esta manera. –Tomás de Cantimpré cuenta de un tal Simón, de Tournai, que en una blasfemia volviéronsele convulsivamente los ojos, cayó por tierra y se puso a mugir como un buey hasta que murió. –Léese en el Mercurio Galicano que un reo condenado a la horca y llamado Miguel, al tiempo en que le ahorcaban blasfemó, y vieron los concurrentes cómo se le separaba la cabeza del tronco y de la boca salía la lengua negra como carbón. –Para no cansaros más omito la relación de otros ejemplos terribles que se pueden leer en el citado libro del P Sarnellí.

PERORACIÓN

1º. Refutación de las excusas. –Concluyamos. Decidme, blasfemos, si alguno hubiera, ¿qué ganáis con vuestras malditas blasfemias? No podéis disfrutar de gusto alguno, dice San Roberto Belarmino, porque es éste vicio que se comete sin algún género de placer, ya que no halaga a ninguno de los sentidos. No sacáis de él provecho aluno, porque, como ya apunté, la blasfemia es criadero de pordioseros. No reportáis honor, pues los mismos compañeros blasfemos, cuando blasfemáis, se horrorizan y os llaman bocas del infierno. Decidme, pues, por qué blasfemáis. –Padre, porque tengo esta costumbre. – Y ¿qué? ¿Es que la costumbre puede excusar ante Dios? Si un hijo apaleara a su padre y dijese: Perdone, padre, que lo hago llevado de la costumbre, ¿sería excusa suficiente? Dices que blasfemas arrastrado por la ira que te provocan los hijos, la mujer o el amo… ¡Como! Tu mujer y tu amo son quienes te irritan, y ¿tú la emprendes con Dios? ¿Qué mal te ha hecho Dios? Si El es quien te colma de beneficios y, esto no obstante, ¿aun te atreves a blasfemar de El? ¿Qué culpa tienen los santos? Ellos interceden delante del Señor por ti. Y ¿tú aún blasfemas de ellos?

2º. Medios para triunfar en la blasfemia. –La blasfemia es en mí una tentación del demonio. –Pues si el demonio te tienta, haz como hacía cierto joven, que fue a buscar al abad Pemén, quejándose de que el demonio le tentaba incesantemente de blasfemia: El abad le respondió que entonces respondiera así al demonio: “¿Y por qué voy yo a blasfemar contra Dios, que me creó y colmó de tantos bienes? Al contrario, siempre le quiero alabar y bendecir”. Así dejó el demonio de tentarlo. En los momentos de cólera, ¿no habrá más palabras que blasfemias? En vez de éstas di: ¡Maldito sea el pecado! Y si por desgracia te acostumbraste a blasfemar en el pasado, al menos en lo futuro, al levantarte, renueva los propósitos de violentarte para no blasfemar en el día, y a continuación reza tres avemarías a la Santísima Virgen María para que te alcance la gracia de resistir a las tentaciones que te asaltaren.

Del libro: PREPARACIÓN PARA LA VIDA ETERNA de San Alfonso María Ligorio.